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presentadas por Juan José Morato o García Quejido en la revista socialista La Nueva Era, y de los ejemplos y las bendiciones internacionalistas, como aconsejaba a los dirigentes socialistas españoles el patriarca August Bebel en 1903, los cuales debían «dado el atraso de la situación política del país, prestar concurso a los partidos burgueses más avanzados (...), porque cada progreso que la sociedad burguesa realice hasta su completo desenvolvimiento, es una ventaja para la democracia socialista».[15]

      Los dirigentes socialistas, al acordar la conjunción con los republicanos, no hicieron sino certificar la existencia de una cultura y una movilización comunes a las izquierdas españolas y crecientemente extendidas entre las masas urbanas desde comienzos de siglo, reforzadas por una serie de experiencias comunes, desde el análisis crítico de las guerras y derrotas coloniales al fortalecimiento del anticlericalismo desde 1899, la intensificación de la crítica antioligárquica y anticaciquil, las nuevas formas de conflictividad social y acción colectiva, el incremento del asociacionismo obrero, las actividades ciudadanas en sociedades de trabajadores, en federaciones locales, en el casino, en la casa del pueblo, en el ayuntamiento... Los proyectos unitarios de la izquierda republicano-socialista no se deben a la ocurrencia de sus dirigentes, sino a la obligada atención que esos líderes tenían que prestar a las nuevas demandas políticas y culturales que los cambios sociales de las primeras décadas de siglo llevaban consigo. En cualquier caso, la Conjunción Republicano-Socialista fue el primer paso que el PSOE dio en el largo y complicado proceso de su integración progresiva en el sistema político.

      La retórica afirmación de que los trabajadores no tienen patria va evolucionando hacia la convicción de que hay que combatir el patriotismo nacional reaccionario y opresor en el interior y en el exterior, el de la burguesía y el de los estados realmente existentes, que sirven, unos y otros, estados y discursos patrióticos, a los intereses económicos de los capitalistas. Lo cual implicaba la formulación y gestión de un nacionalismo alternativo que, en España, pasaba por entender que eran justamente los trabajadores los más interesados en la modernización de un país atrasado y en defender un verdadero interés nacional, identificado ahora con la conquista y el mantenimiento de las libertades democráticas, la transformación del estado monárquico y oligárquico, la concienciación y organización de los trabajadores y la acción colectiva en beneficio del desarrollo económico de la nación y de una más justa distribución de la riqueza. En la medida en que en ningún momento se ponía en cuestión la nación-estado realmente existente, esta afirmación situaba a la dirección y a los militantes del PSOE en el marco ya consolidado del nacionalismo español de tradición y base liberal y regeneracionista, un camino que la política conjuncionista contribuía a extender y asegurar. Aquí comienza el punto de enlace con unos intelectuales de los que había carecido el partido al que, ahora, algunos, comienzan a aproximarse.

      Es a partir de este momento cuando podemos encontrar textos del propio Pablo Iglesias, como el de su discurso de respuesta a Canalejas en enero de 1912, en los que ya afirma de modo tan explícito como novedoso que

      La asunción natural del hecho nacional se lleva a cabo expresando un patriotismo de oposición al discurso nacionalista oficial, identificado con el sistema político de la Restauración y, enseguida, con el aroma más militarista

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