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y sistematización de la caridad y la filantropía, quienes consiguieron su objetivo con el auspicio de la Iglesia y el Estado, y como el resultado de una evolución de formas de ayuda y asistencia. En esta primera tesis, menciona Montaño (1988), brillan los nombres propios y se desconsidera la historia de la sociedad como causa de la génesis profesional:

      Aquí no aparece un análisis del contexto social, económico y político como determinante o condicionante del proceso de creación de esta profesión, apenas, en la mejor de las hipótesis, se sitúa históricamente este fenómeno sin que él redunde en un análisis exógeno, estructural, del surgimiento del servicio social. Por lo tanto, en esta tesis, la relación del servicio social con la historia y la sociedad es adjetiva, circunstancial, accidental; hay una clara visión de externalidad, de exterioridad, en la consideración de lo social para el análisis de la historia profesional. (p. 18)

      Montaño (1998) presenta también su segunda tesis desde la perspectiva histórico-crítica. Al contrario de la tesis endogenista, aquí el origen del servicio social profesionalizado se explica como una determinación histórica, resultado de las condiciones sociales y políticas propias del orden económico, particularmente, en la etapa del capitalismo monopólico. En este momento histórico, con los antagonismos de clase, el Estado se configura como un Estado intervencionista o de bienestar, que por vía de la política social legitima los derechos conquistados por la clase trabajadora y garantiza la reproducción ampliada de capital. El asistente social como ejecutor de la política social queda en medio de este dilema, entre la defensa de los trabajadores y la protección del orden social, económico y político capitalista:

      Esta búsqueda de legitimación y consenso es canalizada a través de las políticas públicas y específicamente a través de las acciones desarrolladas por los asistentes sociales, en cuanto ejecutores de estas. Así, por un lado, se tiende al establecimiento de una especie de “acuerdo” entre los sectores sociales, entre las clases, como forma de mantener el orden, atendiendo algunas demandas puntuales de los sectores subalternos. Por otro lado, parece necesario el control social, la desmovilización mediante la disminución de la insatisfacción. (Montaño, 1998, p. 78)

      No se podría dar total validez a una postura u otra; sin embargo, autores representativos en el estudio de la profesión, como José Paulo Netto (2009), remarcan que la profesionalización del trabajo social no se puede atribuir a la evolución de la caridad o la filantropía, sino que, decididamente, la legitimidad se vincula a la dinámica de la fase monopólica del capitalismo, en donde se adquiere un espacio en la división sociotécnica del trabajo, particularmente, en las políticas sociales. Esta reproducción de relaciones sociales capitalistas de la profesión no se da de manera monolítica, refiere Iamamoto (1994). Al contrario, la profesión también ofrece respuestas a las necesidades de la clase trabajadora, presentadas de manera organizada por medio de movimientos sociales que acercan la clase trabajadora al acceso a derechos sociales.

      Es necesario comprender estos procesos de cambio en el interior de la profesión en el contexto social y político, viendo ese conservadurismo de la profesión como una fase inicial que evolucionó para subvertir ese rumbo profesional, particularmente como en el caso de la reconceptualización, que inicia un proceso de inflexión y ruptura (Parra, 2007, p. 1) bajo las ideas desarrollistas y marxistas que se expandieron por América Latina entre los años cincuenta y sesenta.

      Desarrollismo y marxismo en el movimiento de reconceptualización

      La reconceptualización se reconoce como un movimiento crítico que se da en el interior de la profesión del trabajo social entre la mitad de la década de los sesenta y la mitad de la década de los setenta, principalmente en América Latina. En este periodo, la profesión desarrolla una fuerte postura de crítica y debate respecto al compromiso político frente a la realidad y la teorización en el interior de la formación profesional. Es claro que hasta entonces, por la experiencia en el origen y desarrollo profesional, el servicio social era concebido estrechamente ligado a las acciones asistenciales y caritativas, tanto de la Iglesia como de grupos filántropos. Sin embargo, la reconceptualización permite una fuerte discusión sobre el papel conservador que desempeñaba la profesión, particularmente su papel moralizador y reproductor de las relaciones sociales hegemónicas, lo que lleva a la reconfiguración de los planteamientos teóricos, metodológicos y ético-políticos de la profesión vigentes hasta ese momento.

      El principal aporte de la reconceptualización fue su debate con la perspectiva conservadora de la profesión. «A partir de la década de 1960, las bases conservadoras y antimodernas que sustentaban teórica y metodológicamente a la profesión en América Latina entran en crisis» (Parra, 2007, p. 3), y, por tanto, son cuestionadas las bases europeas y norteamericanas que habían sido el referente para la creación de las primeras escuelas. Ahora se buscaba diseñar una intervención profesional que respondiera a las particularidades de la realidad de América Latina.

      La reconceptualización, lejos de ser un proceso exclusivo y homogéneo de la profesión, debe ser considerado en el marco de una transformación en el contexto latinoamericano, que es aceptado y rechazado al mismo tiempo por diferentes sectores. Hoy se mantiene un rechazo a este movimiento, expresado en el intento de volver a ciertos autores clásicos que explican la profesión desde el endogenismo, positivismo y funcionalismo, que teórica y políticamente identificaban el inicio de la profesión. La reconceptualización se ha llegado a considerar como un retroceso en el desarrollo profesional (Montaño, 2006).

      Gustavo Parra (2007) identifica el movimiento de reconceptualización en el periodo 1965-1975, subdividido en tres importantes etapas: fundación, auge y crisis. Se detecta un periodo corto de este proceso de reconceptualización; sin embargo, con significativas conexiones en el trabajo social latinoamericano y desarrollos académicos importantes que cobraron vigencia en los planes de estudio y reflexiones profesionales vigentes. De las principales características presentadas por Parra (2007) para estas etapas, se destacan los siguientes aspectos:

      Fundación (1965-1968)

      En esta etapa, iniciada en Argentina, Brasil y Uruguay, se presentan tres acontecimientos que inician el movimiento latinoamericano de la reconceptualización: el primero, el I seminario Regional Latinoamericano de Servicio Social; el segundo, la modificación del plan de estudios de la Universidad de la República en Montevideo, Uruguay, y, el tercero, la creación de la revista Hoy en el servicio social en Buenos Aires, Argentina (p. 4). Estos escenarios permiten propagar las ideas sobre un trabajo social crítico, que, lentamente, como señala Parra (2007), introducen las ideas de la modernización profesional. Se destacan las publicaciones propias con artículos sobre trabajo social, escritos por trabajadores sociales que tienen como foco principal el papel de la profesión en el desarrollo y que amplían su producción académica al «debate sobre el papel ideológico y político del profesional, la formación profesional, los métodos de intervención, los fundamentos teóricos de la profesión, buscando dar respuesta a la realidad latinoamericana» (p. 6). En esta misma etapa, en 1967, se realiza también el I Seminario de Teorización del Servicio Social organizado por el Centro Brasileño de Cooperación e Intercambio de servicios sociales (CBCISS), donde se produce lo que posteriormente se conocerá como Documento de Araxá. Esta etapa también se identifica con la creación de grupos como la Generación del 65, la cual buscaba aplicar el desarrollo comunitario en sintonía con las ideas desarrollistas que llevaran a superar el subdesarrollo y la dependencia de grandes potencias, como Estados Unidos.

      Auge (1969-1972)

      Los espacios ganados en la primera etapa entran en una expansión en todo el continente. Se amplían las publicaciones sobre el trabajo social que contienen el debate sobre sus funciones y su papel respecto al desarrollo comunitario. Según Parra (2007), «aparece de manera contundente la influencia del marxismo en el trabajo social» (p. 7); esto se evidencia en particular en el IV Seminario Regional Latinoamericano de Servicio Social, desarrollado en Chile, donde «aparece la preocupación sobre la ideología, la alienación, la praxis, la investigación, la marginalidad, la concientización, la revolución y las políticas sociales» (p. 7). Hay que destacar que en este periodo el trabajador social se empieza a entender desde un papel concientizador y revolucionario.

      En 1970, en el V Seminario Regional Latinoamericano

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