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de la realidad social, posibilitando el desarrollo de una actitud más crítica e investigativa. (p. 25)

      Definitivamente, en el marco del movimiento de reconceptualización, Gramsci se introduce como autor de referencia en la interpretación de la realidad latinoamericana y del papel del servicio social dentro de este contexto. Simionatto señala que «el proceso de reorganización del Estado, la necesidad de fortalecimiento de la sociedad civil y la dinámica misma de la realidad brasilera incentivaron a los profesionales a buscar nuevos referentes que posibilitaran recuperar la práctica y la formación profesional» (p. 170). Estas reflexiones se encuentran limitadas al escenario académico; sin embargo, desde allí se dan las propuestas investigativas que buscan superar los límites de la profesión. En el escenario del marxismo, las ideas gramscianas vienen a auspiciar esos nuevos análisis e interpretaciones de la realidad (2011).

      Según Simionatto (2011), en Brasil se reconoce la obra de Marilda Iamamoto Legitimidad y crisis del servicio social como uno de los principales análisis basados en fuentes originales de Marx con algunas referencias a Gramsci, especialmente el tema de los intelectuales. En los años setenta, Gramsci era la base teórica de muchos trabajos académicos del servicio social. De este último aspecto se destaca el importante aporte en la comprensión del trabajador social como intelectual orgánico y su responsabilidad frente a las clases subalternas. Para Simionatto, no siempre estas interpretaciones teóricas sobre el intelectual orgánico fueron correctas, y se creó una visión mesiánica errónea de la profesión. En resumen, para el autor, lo que sí puede afirmarse es que desde la academia se expandieron las reflexiones que usaban como marco teórico las ideas gramscianas y, desde estas reflexiones, surgen los planteamientos del papel político en la práctica profesional.

      Se destaca también la obra del profesor Vicente de Paula Faleiros, en su libro Trabajo social: ideología y método, publicado en 1972, en Buenos Aires, y reeditado en 1981, en Brasil, bajo el título de Metodología e ideología del trabajo social (Simionatto, 2011). El texto, según Simionatto (2011), tiene ya sus fuentes en categorías gramscianas, y entrecruza el concepto de hegemonía e intelectual orgánico con el concepto de poder en Foucault. El texto presenta una «denuncia del trabajo social tradicional, resaltando la dimensión política de la práctica profesional y su vinculación histórica con el capitalismo y los intereses de la clase dominante» (p. 175). Para el autor, Faleiros supera el discurso académico analizando la práctica real de la profesión en el marco de la sociedad capitalista.

      Ciertamente, la reconceptualización cambia la historia de la profesión y logra que se cuestionen tres aspectos: la tradición evolucionista explicativa del origen de la profesión, el soporte empirista que naturaliza los problemas sociales y la intervención atomizada o pulverizada desde la acción estatal (Alayón, 2004). En conclusión:

      Todo esto es posible que se desarrolle a partir de la semilla de la autocrítica, nacida allí, en este movimiento. Como vimos, este movimiento tuvo un desarrollo diverso en su primera década y nos llevó a planteamientos simplistas y negadores de la historia misma, los cuales se resumen en el «mesianismo» —ilustrado con el «rol de agente de cambio»— y el «fatalismo», inmovilizador y negador de la capacidad creativa derivado de la comprensión instrumentalista, mecánica del papel del Estado y de la inserción que en él hace el trabajo profesional. Sin embargo, lo cierto es que es la cuna del pensamiento crítico del trabajo social. (p. 37)

      En la reconceptualización se logra el reconocimiento y la indagación de la dimensión política de la profesión, y el afianzamiento de la necesidad de intervenciones desarrolladas con la mediación de la teoría. Surge el impulso al desarrollo de la producción teórica y la necesidad de profundizar el estudio de los vínculos entre la profesión y la sociedad; el develamiento de la naturalización de las necesidades y problemas sociales; la creación de la posibilidad de pensar las imposibilidades hasta entonces no pensadas y aceptadas, y de situar tales imposibilidades ya no de manera esencialista, sino situadas histórica y socialmente. Por último, cabe resaltar el replanteo de la siempre conflictiva relación entre teoría, método y empirismo (Alayón, 2005).

      A partir de los aportes teóricos y las tendencias en la interpretación respecto de la formación y acción profesional, Iamamoto (2018) resume el proceso de reconceptualización en cuatro puntos, que constituyen la preocupación central que este movimiento aporta a la profesión: 1) la comprensión de las relaciones de dependencia de Latinoamérica respecto de países centrales; 2) la vinculación del proyecto profesional con las luchas de los movimientos sociales; 3) la introducción en la reflexión epistemológica, metodológica e ideológica propia de la profesión, y 4) la politización de la acción profesional comprometida con la transformación de desigualdades. Este debate lleva a considerar propuestas como el trabajo social alternativo, que incorpora, entre otros, los elementos señalados anteriormente por Imamoto, y que abre las posibilidades de intervención del trabajo social en temas comunitarios, de desarrollo y de transformación social.

      En este mismo sentido, Netto (2006) subraya cómo el trabajo social en esta etapa de la reconceptualización configura su proyecto ético-político y adopta, o pretende asumir, un proyecto societario que, en su momento, recogiera los intereses de la clase en disputa; en este caso, la clase trabajadora y las clases subalternas. Lo anterior, bajo la lógica, señala el mismo autor, de que estas clases disponen de menos condiciones al momento de enfrentar un proyecto societario, que ha sido históricamente construido por intereses de clase y que ha inclinado la balanza al proyecto burgués.

      En su momento, las bases de este proyecto estuvieron enfocadas en los siguientes aspectos: construcción de un nuevo orden social, sin exploración y sin dominación de clase, etnia o género; defensa intransigente de los derechos humanos, equidad y justicia social en la perspectiva de la universalización al acceso de bienes y servicios relativos a las políticas y programas sociales; ampliación y consolidación de la ciudadanía puesta como garantía de los derechos civiles, políticos y sociales de las clases trabajadoras; énfasis en una formación académica cualificada, fundada en concepciones teórico-metodológicas, críticas y sólidas, capaces de viabilizar un análisis concreto de la realidad social, con formación que debe abrir vía a la preocupación con la (auto)formación permanente, y estimular una constante preocupación investigativa; compromiso con la calidad de los servicios prestados a las poblaciones, incluida la publicidad de los recursos institucionales, instrumento indispensable para su democratización y universalización, y, sobre todo, para abrir decisiones institucionales a la participación de los usuarios; por último, la articulación con los segmentos de otras categorías profesionales que comparten propuestas similares y, en particular, con los movimientos que se solidarizan con la lucha general de los trabajadores (2006).

      Si bien el proyecto ético-político del trabajo social no debe ser mesiánico, sí debe considerarse como un punto de referencia para el actuar profesional. Esta construcción es un proceso permanente, que nutre el ejercicio profesional y da bases importantes del actuar en los contextos de intervención. Los orígenes y el papel del trabajo social han sido un tema de álgido debate, lo cual, lejos de empobrecer la historia de esta profesión-disciplina, la ha enriquecido construyendo análisis éticos, políticos y metodológicos que han contribuido a profundizar en los objetos de conocimiento y en los objetos de intervención. Lo anterior es parte del tributo del proceso de reconceptualización, que, si bien luego de su crisis se podría declarar un proceso extinto, nunca fue perdido. La reconceptualización aportó esa visión emancipatoria que refiere Malagón (2012), posibilitó pensar una nueva sociedad y abrigar la confianza en construir nuevas realidades. Específicamente, permitió

      […] la interpretación crítica y holística de las formas de alienación que produce la sociedad capitalista; la recuperación de la inteligencia sobre la capacidad que tiene la especie humana para autoconstruirse e idear utopías que posibiliten el perfeccionamiento ilimitado de lo humano y del planeta como el laboratorio originario de existencia de la especie, y, en esta medida, la ideación de los lenguajes, formas de concienciación, organizaciones y prácticas que permitirían la superación de la lógica del lucro. (p. 259)

      La reconceptualización se reconoce como una etapa hasta los años noventa, cuando se considera que se inicia la posreconceptualización. Según Malagón (2012), en la posreconceptualización

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