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españolas. Pautas de consumo, desigualdad y convergencia, CIEF, Centro de Investigación Económica y Financiera, Fundación Caixa Galicia.

      CEREIJO, E., J. TURRIÓN y F. J. VELÁZQUEZ (2007): Indicadores de convergencia real para las regiones españolas, Madrid, Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas (FUNCAS).

      CLARK, A. E., P. FRITJERS y M. SHIELDS (2007): «Relative Income, Happiness and Utility: an Explanation for the Easterlin Paradox and Other Puzles», IZA Discussion Papers, 2.840.

      EASTERLIN, R. (1974): «Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence», en R. David y R. Reder (eds.): Nations and Households in Economic Growth: Essays in Honor of Moses Abramovitz, Nueva York, Academic Press.

      EUROPEAN COMMISSION (2007): Eurostat Regional Yearbook 2007, Luxemburgo, Office for Official Publications of the European Communities.

      EUROPEAN FOUNDATION FOR THE IMPROVEMENT OF LIVING AND WORKING CONDITIONS (2004): Quality of Life in Europe. First European Quality of Life Survey 2003, Luxemburgo, Office for Official Publications of the European Communities.

      KAHNEMAN, D. y A. B. KRUEGER (2006): «Developments in the Measurement of Subjective Well-Being», Journal of Economic Perspectives, 22, pp. 3-24.

      LANE, R. E. (2001): The Loss of Happiness in Market Economies, New Haven, Yale University Press.

      Francesc Hernández

      Josep Sorribes

      Universitat de València

      No siempre el factor territorial y medioambiental ha sido tratado como factor relevante en el análisis económico. De hecho, el factor de producción tierra (o territorio, en un sentido más amplio) es una de las principales víctimas del tránsito del paradigma clásico al neoclásico. Recordemos que en la economía política de los clásicos, la tierra está presente en todas las explicaciones sobre la reproducción del sistema, estrechamente vinculada a la distribución del excedente económico entre las clases sociales que participan en la actividad económica. Desde los fisiócratas a Marx, pasando por Adam Smith y David Ricardo, la renta de la tierra es un capítulo básico en la distribución del excedente, hasta el punto de poner en peligro el propio crecimiento económico si se comprime en exceso éste.

      Con el triunfo del paradigma neoclásico, la tierra pasa a ser considerada sólo en el ámbito de las actividades primarias y como un factor más. Para las otras actividades económicas emergentes (industria y servicios), el crecimiento económico se hace depender exclusivamente del factor capital y del factor trabajo.

      Afortunadamente, esta marginación teórica se está cuestionando seriamente en la actualidad y cada vez es más cierta la afirmación de que «el territorio también cuenta». Una certeza que se ha visto propiciada por diversos caminos y desde distintas disciplinas.

      Por una parte, tenemos la tradición marshalliana, la del Alfred Marshall más joven que, a finales del XIX, había subrayado la existencia de economías externas a la empresa (e internas al entorno territorial) que eran patentes en los llamados distritos industriales de pequeñas y medianas empresas. Si existían economías de localización y éstas eran relevantes, el territorio no podía ser dejado de lado en el análisis económico. Tras muchos años de olvido de estos planteamientos por parte del mainstream neoclásico, el economista italiano Giacomo Becattini lo «redescubrió» a finales de los años setenta del siglo pasado para poder explicar el éxito económico de la Terza Italia.

      Otra vía de penetración del factor territorial en la reflexión teórica proviene de las excesivas restricciones analíticas que suponía la hipótesis fundamental del pensamiento neoclásico de los rendimientos constantes a escala (y la competencia perfecta) para explicar el crecimiento económico. La evidencia de la existencia de rendimientos crecientes ha sido siempre muy fuerte, pero su traducción analítica complicaba en exceso el desarrollo de la teoría.

      Robert Solow, en 1956, trata de superar estas restricciones introduciendo el concepto de productividad total de los factores (PTF) que, como se comenta en los capítulos anteriores, intenta explicar el crecimiento económico no explicable por el mero aumento en la utilización de capital y de trabajo. En el análisis de los componentes de esa «caja negra» que, en principio, supuso la PTF (o residuo de Solow), se ha encontrado la vía para romper aquellas restricciones.

      Con la tesis doctoral de Paul Romer, en 1986, y su teoría del crecimiento endógeno, se sientan las bases para que la tradición neoclásica pueda trabajar con nuevas hipótesis fundadas en la lógica de los rendimientos crecientes a escala y la competencia imperfecta. Es la puerta abierta para la nueva teoría del comercio internacional, la economía industrial y, por supuesto, la nueva geografía económica en la que el factor territorial puede ser estudiado sin incompatibilidades conceptuales.

      Así, elementos territoriales básicos como la dotación de infraestructuras se han convertido en factores

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