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encontrarán en estas páginas. Él ha capturado la esencia de mis convicciones y prácticas de la última década con una precisión y claridad que me temo que yo no habría tenido si me hubiera comprometido a organizarlas y escribirlas por mi cuenta.

      Como Jason te recordará a lo largo de este libro, nuestras convicciones han dado forma a la implementación de los conceptos de este libro en nuestra iglesia, de una manera que puede ser diferente a la tuya. Nosotros sugerimos estas ideas con amor y caridad, sabiendo que hay muchas iglesias fieles en diferentes contextos que necesitan enfocar las cosas de manera diferente. Lo escribimos simplemente como un ejemplo de una iglesia que busca ser fiel a Dios y a Su palabra en nuestro contexto y en la forma en la que Él prescribe que se le adore. Esperamos que te desafíe en aquello en lo que diferimos con tu forma de pensar. Y que te afirme en aquello en lo que estamos de acuerdo. Pero, sobre todo, permite que este libro te ayude en tu comprensión bíblica de la adoración corporativa, en la manera de planificarla mejor, y en la forma de llevarla a cabo de manera efectiva y fiel para que sólo Dios sea alabado apasionadamente por Su pueblo redimido.

      LOS MINISTROS QUE DESEEN DIRIGIR sus congregaciones en adoración a Dios deben hacerlo con un entendimiento de lo que la Biblia enseña con respecto a la adoración. Si el liderazgo teológico fracasa en este punto, el pueblo de Dios quedará desamparado, arrastrado por todo viento de doctrina, por estratagema de hombres (Efesios 4:14). En cuestiones de adoración cristiana, los ministros que no lideran teológicamente le ceden el papel de liderazgo a las modas culturales pasajeras o a las tradiciones veneradas. Por un lado, nuestra crítica hacia la música de adoración moderna, superficial, y romántica, y, por otro lado, a los clásicos dulces y sentimentales, sería una crítica vacía si no le enseñamos al pueblo de Dios cuál es el mensaje de la Biblia con respecto a la adoración.

      En las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento, Dios ha suplido misericordiosamente nuestra necesidad de una visión teológica para la adoración. A través del Antiguo Testamento, los cristianos pueden aprender que a Dios le importa mucho la manera en que se le adora. En el Nuevo Testamento, Dios les enseña explícitamente a los creyentes cómo debe ser adorado. Estas dos premisas teológicas protegen a los creyentes de la astucia mundana que determina el orden de la adoración cristiana.

      La Adoración en el Antiguo Testamento

      Un tema reiterado del Antiguo Testamento es el respeto de Dios por sí mismo. Él está comprometido firmemente con Su gloria y honor, y busca darse a conocer a través de los eventos claves del Antiguo Testamento de la creación, el éxodo, el exilio y la promesa de un nuevo pacto. La devoción que Dios tiene por la gloria de Su nombre proporciona una base para otros fenómenos del Antiguo Testamento, incluyendo las regulaciones de la adoración en la ley, los castigos por violar estas regulaciones, y los frecuentes mandatos para que el pueblo de Dios lo alabe.

      La función principal del orden creado es testificar la excelencia creativa y la habilidad de Dios. Él diseñó la creación para revelar Su carácter y mostrar Sus atributos específicos. A medida que los humanos perciben la belleza del amanecer, el atardecer y el cielo nocturno, perciben un testimonio visual de “la gloria de Dios” (Salmo 19:1) y una declaración de la “justicia” del gran Juez (Salmo 50:6).

      El trato de Dios con Su pueblo, los israelitas, también refleja Su deseo por Su gloria. Creó a Su pueblo del pacto y lo llamó por Su nombre para Su propia gloria (Isaías 43:7). Su plan para este pueblo, que le reveló a Abraham, incluía la época de esclavitud y la liberación de Egipto (Génesis 15:12-16). El propósito de los extraordinarios acontecimientos del Éxodo era mostrarles a los egipcios el dominio exclusivo del Dios de Israel (Éxodo 7:15; 8:10, 22; 9:14, 29-30; 10:2; 14:4, 18).

      Los eventos a lo largo de la historia del Antiguo Testamento recuerdan a los lectores la intención de Dios de glorificarse a sí mismo. A través de circunstancias extraordinarias, el pueblo de Israel entró en la tierra que Dios le prometió. Dios hizo que el río Jordán se partiera, y el pueblo cruzó sobre tierra seca. Y el propósito de esa impresionante hazaña era que “todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa” (Josué 4:24). Además, Dios orquestó la conquista y la ocupación de la tierra por parte de Israel de tal manera que era imposible que el pueblo de Israel se jactara, pues lo hizo de una manera que le daba el crédito por las victorias de los israelitas sólo a Él (Josué 6:16; Jueces 7:2).

      Este tema (la intención de Dios de glorificarse a sí mismo) se mantiene incluso cuando Israel rechaza a Dios. Dios le concedió al malvado Rey Acab una victoria sobre Siria para reiterarle el carácter de Dios (1 Reyes 20:13). Por esa misma razón, el profeta Elías se enfrentó a los falsos profetas de Acab (1 Reyes 18:36). Sin embargo, Israel continuó rebelándose, y Dios trajo las maldiciones de la ley y envió a su pueblo lejos de la tierra prometida. El exilio de Israel y el posterior regreso del exilio compartían un propósito común. Dios exilió a Israel porque tuvo “dolor” por la profanación de Su santo nombre (Ezequiel 36:21), y después extendió Su misericordia para con Israel por causa de Su santo nombre (Ezequiel 36:22).

      La estima que tiene Dios de sí mismo y el deseo por su propia gloria son rasgos que a veces confunden a los creyentes. Cualquier humano que tenga este tipo de autoestima se enfrentará a acusaciones de narcisismo. Sin embargo, lo que hace que la búsqueda humana de la gloria sea insípida son las imperfecciones inherentes a cada ser humano. Ninguno de nosotros merece gloria. Dios, por el contrario, en su santidad ejemplar, su belleza radiante, su sabiduría inescrutable y sus innumerables virtudes perfectas, es digno de toda admiración, afecto y aceptación, y debido a que es omnisciente, conoce Su propio valor. ¿Acaso no tendríamos un aprecio menor de Dios si Él tuviera un aprecio menor de sí mismo?

      Comprender la estima que Dios tiene por sí mismo y por Su gloria es algo que nos ayuda a entender mejor las prácticas de adoración del Antiguo Testamento. El concepto de adoración del Antiguo Testamento orbita alrededor de la pesada verdad del interés de Dios por Su gloria. Las extensas regulaciones para la adoración, por ejemplo, encuentran su fundamento y legitimación en el deseo de Dios por Su propia gloria. Moisés dedica seis capítulos del libro del Éxodo (capítulos 25-30) a las instrucciones del Señor en relación con el diseño de un lugar para su adoración. Más adelante utiliza cinco capítulos (capítulos 36-40) para describir cómo los artesanos israelitas siguieron al pie de la letra estas instrucciones. Esta atención a los detalles nos comunica el deseo de Dios por Su gloria. Él se interesa profundamente en la manera en la que se le adora.

      El compromiso de Dios con su gloria explica la severidad del castigo que Dios impone a los que violan las normas de adoración. Los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, dirigieron la adoración sacerdotal fuera de las directrices de Dios. Ellos presentaron una ofrenda que era contraria a lo que Dios les había mandado (Levítico 10:1). Trágicamente, Nadab y Abiú murieron “delante de Jehová” a causa de su pecado (versículo 2). Dios busca seriamente la adoración de Su nombre, pero quiere que esta adoración se ajuste a Sus estándares. La severidad de este juicio particular nos indica hasta qué punto Dios se preocupa por Su gloria en la adoración.

      El predominio de los llamados a la adoración en el Antiguo Testamento tiene sentido a la luz de la pasión de Dios por Su gloria. Particularmente en el libro de los Salmos, Dios frecuentemente ordena a Su pueblo, e incluso a todos los pueblos, que lo alaben. Más de treinta veces recibimos el mandamiento: “Alabad a Jehová”, y el salmista usa muchos otros imperativos, tales como: “Dad a Jehová la gloria,(…).” (Salmo 29:2), “Venid, adoremos y postrémonos” (95:6), y “Cantad a Jehová” (149:1). Con estas solicitudes, Dios no está buscando cumplidos, ni está demostrando una falta de confianza o de seguridad. Estas órdenes son decretos de un Juez que preserva la justicia. Sólo hay un Ser en todo el universo que se merece toda la gloria y la alabanza, por lo tanto, “¡Alabemos a Jehová!”

      En

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