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recuerdes. Tuve que enfrentarlo en el orfanato. Es un hombre aterrador.

      —Katherine está aquí como su espía. Te lo repito, eso es seguro —le recalcó con fervor—. Debes mantenerte a mil leguas de ella, no sabemos lo que trama esa cobra. Tienes que cuidarte, Circe. Eres la única persona capaz de destruir el imperio de Corvus. ¿Entiendes cuánto significas para nosotros?

      —Empiezo a entenderlo —reflexionó—. Aunque al mismo tiempo empiezo a entender también que para cumplir mi propósito en este lugar, debo antes conocer a fondo la historia de esta ciudad, sus costumbres, sus linderos, las características de su pueblo. Sin mencionar al Señor Oscuro y a ese nombrado profeta. Él es la llave para descifrar el acertijo.

      —Estoy de acuerdo contigo. No te preocupes, esa parte te la enseñaremos nosotras. ¿No es así, Marina?

      —Así es. Cuenta con nuestro apoyo.

      —También tú debes ayudarnos, Circe. Quitémosle la máscara a ya sabes quién. Vamos a demostrarles a los demás el lastre que son ella y su familia…

      De pronto, Margarita cayó. El brillo de sus ojos menguó a lo opaco de la preocupación.

      —¿A quién pretende desenmascarar, señorita? —preguntó el profesor Kroostand a las espaldas de Circe y Marina.

      Ambas reconocieron la voz, mas no se atrevieron a voltear la mirada. El nerviosismo llevó a Marina a rellenarse la boca con un racimo de uvas.

      —Este… ehhmm… nosotras… —balbuceó Margarita sin dejar de mirar al profesor.

      —A nadie, profesor. Son simples anécdotas de chicas. —Circe pisó el zapato de su compañera por debajo de la mesa.

      —Sí, profesor, solo les contaba una historia —respondió Margarita cuando al fin pudo reaccionar.

      —¡Una historia! —exclamó con extrañeza.

      —Pues sí, qué otra cosa podría ser —reafirmó—. Bueno, si nos disculpa, tenemos que irnos. Casi vamos retrasadas. Con su permiso.

      Las tres abandonaron el comedor.

      El profesor Kroostand aguardó dubitativo, inseguro de que le hubieran dicho la verdad.

      Unos minutos más tarde, «trank», se oyó el cierre de la puerta. Al momento, el silencio reinó a lo largo y ancho de la sala.

      —Disculpen la tardanza. Tenía ciertos asuntillos pendientes.

      —Sí, claro, con la comida —murmuró Marina y las otras dos sonrieron.

      Esta primera lección fue bastante tediosa. Kroostand no era dado a las explicaciones; nada más a la comida. Por su parte, el profesor Kraker orientó también transcribir varias cuartillas. Fue aburridísimo. En el horario de recreo las tres comentaron sobre el susto llevado en el comedor. Si el educador hubiera descubierto de quién hablaban, lo más probable era que sus sospechas se filtraran y entonces sí se les haría difícil desenmascarar a Katherine. Resolvieron evitar hablar del asunto frente a otros.

      En la clase de Conocimientos Básicos de Defensa se encontraba Nélida haciendo apuntes en el pizarrón.

      —Buen día tengan todos. Como ven, iniciaremos este tiempo con una pregunta. A ver, señor Raberly, ¿qué significa el término defensa?

      —Defensa, profesora, proviene del verbo defender, que no es más que hacerle frente a todo lo que sea contrario a cuanto creemos o somos.

      —¡Excelente definición, señor Raberly! Tiene un diez… En cualquier parte, en todo momento y bajo las circunstancias que sean, debemos asumir una adecuada postura de defensa. Sea bien entendido, tanto en palabras como en acciones. Por esta razón mis lecciones se centran en los principios básicos de la defensa. —La educadora de blanco repartió un folleto por mesa—. Analicemos las primeras estrofas de la página veinte…

      La puerta se abrió sorpresivamente. Hallton irrumpió desorientada.

      —Surgió un problema gravísimo en el primer piso. Necesitamos que bajes enseguida —dijo con la mirada turbada.

      Nélida vaciló en responderle. Su estado la desconcertaba.

      —Por supuesto, bajo en un momento, Aurora.

      La educadora se retiró en un santiamén. Se encontraba realmente perturbada. Los estudiantes, intrigados, comenzaron a murmurar unos con otros. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo. Nélida, alarmada, no tardó más que segundos en abandonar el aula y entonces estalló el bullicio.

      —... Te lo estoy diciendo, el Ejército Oscuro invadió el colegio. —Escuchó Circe entre tantos comentarios. Los pelos se le pusieron de punta.

      —Margarita, ¿será eso cierto? ¿Corvus estará aquí?

      —Sí, Margarita, ¿habrá sido el colegio tomado? —preguntó Marina con la mirada híbrida: entre nerviosa y preocupada.

      —Por supuesto que no, si así fuera la profesora Hallton nos hubiera prevenido… Pero sea lo que sea —meditó— es preocupante.

      —Bajaré a indagar. ¿Vienes conmigo?

      —¡Claro que voy!

      Circe se alegró de que Margarita aceptara acompañarla, sobre todo por el raudal de especulaciones en derredor, que no hacía más que embotar su mente. Precisaba saber qué ocurría.

      Pese a estas nebulosas, una cosa le resultaba clara: el problema en cuestión de una forma u otra recaía en ella. Corvus maquinaba matarla, ansiaba eliminar de una vez a la portadora del mensaje profético. Entonces se hacía irrefutable que su blanco ahora no era Rimbaut, sino ella, y el esfuerzo de sus aliados crecería en función de atraparla. Alguna artimaña debió planear en su contra.

      Con sobrada cautela abandonaron el aula. En medio de la algarabía sus compañeros ni se dieron cuenta.

      Afuera, el corredor permanecía solitario. Descendieron por las escaleras a hurtadillas. No se escuchaban estruendos ni alaridos. Margarita parecía tener la razón. No había indicios de que el edificio estuviera siendo invadido.

      Se quedaron quietas con las espaldas a la pared. Los educadores sostenían una charla.

      —¿Qué están diciendo?

      —No lo sé, apenas escucho a retazos —se esforzó Margarita.

      Circe entresacó lentamente la cabeza. El claustro de profesores, los custodios, el personal de limpieza e incluso el jardinero, sostenían un debate. El motivo del revuelo era una carta. Pasaba de mano en mano al tiempo que los ojos de los espectadores se tornaban inquietos y confundidos. Nélida se decidió por fin a romper el sello, sin embargo, por más que lo intentó, sus esfuerzos fueron fallidos.

      —Algo anda mal, de hecho, muy mal. Este sobre no es igual a ninguno que haya visto antes. Parece estar tejido con fibras metálicas… Está sellado con una calavera y una cruz invertida. Esto, sin duda, es obra de Corvus.

      —¡Apenas ha llegado la chica y ya envió una amenaza! —Hallton frunció el ceño.

      —Si así fuera pudiéramos leer el contenido, ¿no crees? —razonó una de las señoras del grupo de servicio.

      —De cualquier modo —intervino Kraker—, no se trata de un sello común y corriente. Este parece tener un dispositivo, algún tipo de identificador.

      —O sea, ¿que solo puede abrirlo el destinatario? —preguntó Hallton.

      —Exactamente.

      —¡Bah! ¡Qué absurdo! —arrebató Kroostand la carta de las manos de su colega.

      —¿Qué piensas hacer, Amadeo? No tomes una decisión apresurada.

      Kroostand sacó unas tijeras. Hubo tensión en las miradas.

      Intentó perforar la calavera y antes que el colectivo pudiera reaccionar, fue expelido por los aires como por un embiste invisible.

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