Скачать книгу

aproximó un joven de cabellos erizados, con una llamativa cadena al cuello de eslabones planos. Le fue entregado el orden de clases.

      —¡Circe Grimell! —prosiguió.

      Ella miró a Margarita, insegura. Otra vez experimentó el acoso de las muchas miradas de sus compañeros.

      Caminó rumbo a la plataforma, apenas le permitían el paso. Cuando subió los peldaños, le entregaron un escrito de letras negras.

      —¡Margarita McCrouss! —Escuchó mientras leía.

       Señorita Circe Grimell (Grupo A)

       Primera Etapa:

      1- Principios Técnicos para Artefactos de Guerra 8:00 - 9:00 AM

      2 - Prácticas de un Inventor. 9:00 - 10:00 AM

      Tiempo de recreo docente 10:00 - 10:30 AM

      3 - Historia y Tradiciones de Rimbaut 10:30 - 11:30 AM

      4 - Ilusionismo 11:30 - 12:30 PM

      Tiempo de almuerzo 12:30 1:00 PM

      5 - Tratamiento con Plantas Dañinas 1:00 - 2:00 PM

      6 - Conocimientos Básicos de Defensa 2:00 - 3:00 PM

      Al tiempo que escudriñaba el orden de cada materia, imaginaba el raudal de cosas que aprendería. Recordó sus sueños de una vida con propósito y no pudo evitar sentirse agradecida. La respuesta a su petición no fue lo que esperaba, era mucho más compleja. Sin embargo, este liderazgo y el compromiso de un mensaje de salvación para aquella ciudad, le hacían sentirse útil.

      En el revoleteo de sus pensamientos una voz de pitillo le surcó los tímpanos.

      —¿Tú crees que este recorte de papel es digno de este colegio? ¡Por qué no enviar el horario de clases a nuestros celulares! ¡Es insoportable esta espera! —dijo Katherine acremente.

      A Circe no le agradó su tono.

      —Quizás porque pensaron en alumnas como yo, que no tienen celulares.

      La chica la miró por encima del hombro.

      —No le hagas caso, ¿por qué mejor no subimos para el aula? —le invitó Margarita.

      —¡Pero el timbre no ha sonado!

      —Nadie se dará cuenta. Me muero de la curiosidad.

      —Entonces, vamos.

      Las dos jovencitas se escurrieron entre la multitud para subir por la escalera más cercana. El segundo piso iniciaba en un corredor de innumerables puertas.

      —Están todos los salones cerrados, ¡qué lástima! No podremos curiosear.

      —No te inquietes, esperaremos el timbre. —Circe se acomodó la bolsa—. ¿A qué grupo perteneces?

      —Al grupo A, como tú —contestó Margarita—. Somos de la misma clase.

      —¡Qué bueno! ¡Qué bueno de verdad! Es que me cuesta trabajo hacer amigos… Muy al contrario de ti, ¡claro está!

      —No lo creas. A ti, Circe, porque ya te conocía de antes.

      —¿Realmente sabes quién soy?

      —¡Quién no lo sabría! ¡Únicamente un extranjero! ¿Acaso no percibiste cómo te miraban abajo?

      —Ni me lo recuerdes. —Frunció el ceño.

      —Mi familia me dijo que fuera selectiva con mis amistades, porque se rumorea que lograron infiltrarse al colegio algunos hijos de aliados de Corvus.

      Circe recordó aquel hombre miserable y la calavera en su báculo. Se estremeció.

      —¿Qué te ocurre? —preguntó Margarita.

      —Nada, continúa.

      —Revisé el listado de miembros y te confieso que tengo mis dudas sobre la lealtad de algunos estudiantes.

      —¿Quieres decir que son espías?

      —Al menos creo eso. Aunque tengo casi la certeza de alguien. Es esa tal…

      Un grupo de jóvenes alocados por poco las derriban.

      —¡Miren por donde caminan! —se enojó.

      —¿Quién es? ¿La he visto abajo?

      —Tuviste unas palabras con ella. Es Katherine.

      El sonido del timbre fue chirriante y extendido. Automáticamente las puertas se abrieron.

      —Luego hablamos —acordó Margarita.

      Ambas entraron a una sala espaciosa, atiborrada de tapices y ventanales. Las mesas estaban ordenadas a cada lado de una alfombra de lana azul; iniciaba a la entrada y concluía al pie de un buró con patas de león. Ellas se sentaron.

      Las lámparas colgaban de lo alto por gruesas cadenas aceradas. Circe recordó su encuentro con Corvus y la mirada se le perdió en el vacío.

      —¿Te ocurre algo? —se interesó Margarita—. Por momentos te veo diferente.

      —No, no me ocurre nada. Son ideas tuyas.

      Aguardaron en silencio hasta que el salón se llenó de alumnos y estuvo enfrente el profesor a cargo.

      —Buenos días tengan todos, yo soy el profesor Kroostand. Estoy encargado de su aprendizaje en cuanto a principios técnicos para maniobrar efectivamente artefactos de guerra. Por favor, abran los cuadernos sobre las mesas y tomen notas.

      El educador se desplazaba con dificultad. Era un hombre obeso, de esos cuyas barrigas tambalean. Tenía cabellos color azabache, el bigote curvo y unos espejuelos realmente chicos.

      —Comencemos por los conceptos más elementales. Tomen sus apuntes.

      Circe copió según las orientaciones de Kroostand. Se sentía cansada, con cierto peso en los párpados. El educador alternaba frases y mordiscos. Llevaba los bolsillos repletos de golosinas. Su glotonería resultaba graciosa al alumnado, aunque Circe no formaba parte de los risueños, su mente reparaba en la conversación con Margarita.

      Si realmente había algún traidor entre ellos, corría peligro. Corvus la descubriría y no podía imaginar a ciencia cierta cuál sería el fin de los hechos. Esa posibilidad comenzaba a preocuparla.

      Tras esa materia cambiaron para otra sala igual de amplia, aunque la decoración de esta incluía multiformes dispositivos y herramientas.

      —Buenos días —saludó un hombre de cabellos rubios recogidos en forma de cola de caballo. Tenía ojos pardos, nariz de gancho y brazos musculosos. Circe lo percibió de inmediato por lo ajustado de su camisa.

      —Soy el profesor de Prácticas de un Inventor, quizás algunos me conozcan, pero la mayoría sé que no. Me llamo Teófilo Kraker y pretendo trabajar en sincronismo con otros profesores para vincular de manera efectiva la teoría con la práctica… En este primer día les estaré mostrando la colección de inventos por toda la sala. Por favor, acompáñenme.

      Los alumnos fueron a escudriñar extrañas máquinas con tuberías de silicona, cables eléctricos y redes incluidas; pantallas, teclados, dispositivos de almacenamiento. Más adelante observaron tubos de ensayo, probetas, embudos y toda clase de utensilios para experimentos. También había pinzas, martillos, cintas métricas y un sinfín de herramientas más, totalmente desconocidas ante sus ojos. Realmente contaba con un vasto equipamiento la Gran Institución.

      Todo aquello le era novedoso, fascinante; pero aun así Circe no podía resistirse a lo pesado

Скачать книгу