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Son muchas las obras sofocleas que nos han llegado en estado fragmentario. En este volumen se reúnen los fragmentos y se reconstruyen los argumentos y las particularidades de estos pecios, con lo que se brinda una imagen mucho más completa del legado del gran trágico griego. Con Sófocles, componente de la gran tríada de poetas dramáticos del siglo V a.C. en Atenas, el teatro alcanza su plena consolidación como género literario. Introduce una serie de innovaciones formales que configuran el perfil escénico: abandono de la composición en trilogías (distribución de un argumento a lo largo de tres obras) y auge progresivo del papel de los actores frente al coro. En conexión con esta modificación, surge en Sófocles la problemática del individuo aislado, representado en el héroe trágico caracterizado por una grandeza heroica, una soledad doliente y una impotencia trágica frente a fuerzas superiores. Por añadidura, es Sófocles un excelente testigo de las inquietudes ideológicas de la Atenas del siglo, momento decisivo para la evolución intelectual de Occidente.
Este volumen contiene las tragedias de Sófocles conservadas en estado fragmentario (las íntegras ocupan otro tomo de esta colección). La producción sofoclea se cifra en más de ciento veinte títulos; a las célebres tragedias completas Antígona, Áyax, Edipo rey y Edipo en Colono, Electra, Filoctetes y Traquinias, este volumen da a conocer lo que nos queda de otras piezas que nos han llegado mutiladas: Cedalión, Dédalo, Eneo, Esqueneo, Icneutas, Ínaco… Con este material fragmentario no sólo se completa (en la medida de lo posible) la imagen del gran trágico y su obras, sino que se obtiene una mejor comprensión del teatro grecolatino en su conjunto, y de otros ámbitos como el del mito y la iconografía. La traducción de estos fragmentos va acompañada de un amplio aparato de notas, así como una introducción para cada pieza, en un intento de agrupar la información necesaria para obtener la visión más completa posible del argumento y las particularidades de cada una de las obras.

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El conjunto de las Controversias y las Suasorias constituye el más completo estudio sobre la oratoria en la época de su autor. El cordobés Lucio Anneo Séneca «El Viejo» o «El Retórico» (h. 55 a.C.-h. 39 d.C.), que no debe confundirse con su hijo, del mismo nombre, que es el que alcanzó más fama, se concentró en el estudio de la retórica y reunió dos colecciones de cuestiones sobre esta materia, Controversiae y Suasoriae, que se convirtieron en los ejercicios de las escuelas de retórica. En ambas ofrece una amplia colección de fragmentos de declamación, sobre todo de las escuelas de la época augústea, y fue Séneca, más que nadie, quien generalizó la idea, seguramente exagerada, de que las declamaciones consistían en poco más que un epigrama, pues estaba interesado en el detalle y en el epigrama y los «clores», los enfoques ingeniosos aplicados a un caso. Las Controversias (de las que conservamos cinco de los diez libros originales), escritas por petición expresa de sus tres hijos, que según nos cuenta él mismo sentían un apasionado interés por el arte declamatorio de la generación inmediatamente anterior, especialmente por las sentencias que pronunciaban los oradores (generalidades formuladas de modo conciso) tratan de la elocuencia en los tribunales de justicia, y consisten en debates sobre asuntos ficticios en casos criminales o civiles. Además de autores antiguos como Tucídides, Séneca el Viejo cita a muchos de sus contemporáneos más aptos en todos los campos: hombres de Estado (desde Augusto en adelante), historiadores (Livio), poetas (sobre todo Ovidio) y filósofos. Poseen especial interés los prefacios a las Controversias, donde Séneca se refiere a los diversos oradores y declamadores, con juicios perspicaces sobre sus estilos, sus análisis y planteamientos en los debates, con multitud de comentarios marginales y anécdotas. Las Suasorias (de las que conservamos un libro) son ejercicios de retórica deliberativa (política), discursos sobre cuestiones como si los trescientos espartanos de las Termópilas habrían luchado contra los persas o huido. Todos los ejemplos son extractos de los rétores a los que escuchó Séneca en algún momento de su larga vida, testimonio de su memoria prodigiosa, y constituyen una fuente de primer orden para la literatura.

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Enodio, obispo de Pavía, es un testimonio espléndido para conocer el agitado mundo que media entre el fin de la Roma imperial y el comienzo de la Edad Media cristiana. Magno Félix Enodio (Arlés, c. 473 – Pavía, 521) fue uno de los autores latinos más prolíficos del siglo VI d.C. Santo, obispo de Pavía, poeta, maestro de retórica y gramática, teólogo y embajador, vivió de cerca las intrigas políticas y las luchas religiosas de su época, lo que le convierte en un testimonio de primera mano para conocer el fascinante y agitado mundo que media entre el fin de la Roma imperial y el comienzo de la Edad Media cristiana, en el contexto del fortalecimiento de los lazos entre el poder político y el religioso y del surgimiento de la mentalidad cristiana. Las obras que presentamos son, en la primera parte (Opúsculos), una miscelánea de temática diversa: el Panegírico a Teodorico, vidas ejemplares de ilustres personajes del mundo cristiano, diatribas contra enemigos religiosos, cartas, tratados teológicos y educativos y decretos; la segunda parte (Declamaciones) está compuesta de un grupo de poemas y de discursos de diversa índole: controversias judiciales, causas criminales, temas éticos, religiosos e incluso mitológicos.

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Décimo Magno Ausonio fue el más notable poeta latino de la segunda mitad del siglo IV d.C., considerado último renacimiento de la literatura antigua. Décimo Magno Ausonio (h. 310-393 d.C.) fue el más notable poeta latino de la segunda mitad del siglo IV, considerado último renacimiento de la literatura antigua, tras el yermo cultural que acompaña la crisis del siglo III y antes de la desintegración del Imperio de Occidente en la centuria posterior. Nacido en Burdigala (Burdeos), se educó en esta ciudad y en Tolosa; en la primera enseñó retórica durante treinta años, hasta que se le encomendó la tutoría del futuro emperador Graciano, quien al asumir el mando le nombró prefecto y cónsul de las provincias galas. Así pues, es un exponente de movilidad social, pues ascendió desde una posición de relieve sólo provincial a la de miembro influyente en la corte imperial. Ausonio cultivó una gran variedad de metros y registros, en los que dio muestras de su maestría. Sus mejores composiciones son la Parentalia, breve relato de la vida y el carácter de veinte hombres y mujeres de su familia, la Commemoratio professorum Burdigalensium, en el que describe la personalidad y la trayectoria de veintiséis profesores de Burdeos, la Ephemeresis, sobre su vida cotidiana, los siete poemas sobre la esclava germana Bisula, que recibió como botín de guerra, las cartas en verso a su protegido y amigo Paulino de Nola, el panegírico Mosella y gran cantidad de epigramas virtuosos y eruditos. Ausonio fue cristiano durante la mayor parte de su vida, pero no es la suya la obra de un poeta cristiano: al decir de un estudioso, es un cristiano de imaginación pagana y temperamento epicúreo. Su obra literaria pone de manifiesto una memoria prodigiosa, facilidad para la versificación, un optimismo alegre y amable y renuencia a tratar los aspectos desagradables y más serios de la vida; la suya es una poesía clara y elegante, muy familiarizada con la tradición clásica, pero con una voz propia.

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Tito Livio escribía con vistas a la utilidad y el servicio a Roma, a partir de la creencia en el valor instructivo y didáctico del conocimiento histórico. Livio supera la tarea de los analistas –que consignaban sin más los hechos políticos año a año, siguiendo la cronología de las magistraturas– y establece relaciones de causalidad entre acontecimientos, al tiempo que trata de captar la naturaleza moral de los protagonistas. No sólo relata los asuntos internos del estado romano –políticos, sociales, económicos, religiosos…– y de política exterior de la República –guerras, diplomacia, comercio con otros pueblos…– sino que trata de entender el significado de todos estos datos, de interpretarlos desde una perspectiva ética. Todo ello, claro, con vistas a la utilidad y el servicio a Roma, a partir de la creencia en el valor instructivo y didáctico del conocimiento histórico. Como episodios destacados del libro IV cabe mencionar las historias de Canuleyo, Espurio Melio y Cornelio; del V, la toma de Veyes y la ocupación de Roma por los galos, y su liberación bajo el liderazgo de Camilo. Un prólogo del libro VI informa de que se entra en un nuevo periodo de la historia. Menciona una segunda fundación de la Urbe, liberada de la ocupación gala, pues además de que se produce una renovación de los ánimos, se dispone por primera vez de textos escritos. En efecto, los libros VI al X (años 389-293 a.C.) relatan el proceso de recuperación interior y exterior de Roma, y su dominación de la Italia central –imponiéndose a latinos, ecuos, volscos y etruscos–. El libro VI incluye el acceso de los plebeyos al consulado, junto a campañas en el exterior. El VII narra victorias sobre los galos que ejemplifican el restablecimiento de la hegemonía romana frente a su más temible enemigo hasta entonces, y el inicio de los enfrentamientos con los samnitas (que durarán un siglo largo y ocuparán muchos libros).

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Los abundantes discursos conservados de Libanio son una fuente importante para conocer el siglo IV en sus más variadas facetas: educación, política, sociedad, economía… Libanio (314-h. 393 d.C.), retórico y sofista griego nacido en Antioquía (Siria), es un claro exponente de la posibilidades de ascensión social que abría el hecho de destacarse literariamente en el siglo IV. Estudió en Atenas y ejerció la enseñanza de la retórica en Constantinopla y en Nicomedia (Bitinia, actual Turquía). En el 354 obtuvo una cátedra de retórica en su ciudad natal, donde permaneció el resto de su vida. De formación y creencias paganas, tuvo sin embargo a varios cristianos destacados como alumnos: Juan Crisóstomo, Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno… Libanio disimuló sus sentimientos paganos durante los reinados de Constante y Constancio, y los pudo liberar en el periodo de Juliano (llamado el Apóstata por los cristianos, debido a su retorno a los cultos y las prácticas del paganismo); a pesar de ello, pudo ganarse el favor de los emperadores cristianos posteriores Valente y Teodosio: este último llegó a nombrarle prefecto honorario. Se ha conservado la mayoría de sus discursos, que son muchos. Éstos constituyen una fuente de primer orden para conocer la historia social, religiosa y política de su época, pues tratan asuntos y temas de interés inmediato. De gran valor histórico son cinco discursos motivados por el levantamiento de los antioqueños (378). En otros discursos defiende a los oprimidos (prisioneros, campesinos), aboga por las autonomías locales y el culto pagano, denuncia a los malos funcionarios y propone un gran espectro de medidas políticas que a su parecer pueden mejorar el funcionamiento de su sociedad. Algunos discursos se dirigen a personajes contemporáneos. Se conservan también muchas de sus declamaciones escolares, de gran utilidad para conocer la pedagogía de los sofistas, de temática mitológica, histórica y etopoética.

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Este resumen de la magna y parcialmente perdida Historia de Tito Livio ha permitido llenar algunas importantes lagunas del texto de referencia, y por añadidura ha aportado nuevos conocimientos sobre el extenso periodo estudiado. Esta historia de Roma, compuesta a finales del siglo I d.C. o principios del II y que termina con Augusto, es a pesar de su título tradicional más que un simple resumen de la obra de Livio. Sin duda Livio es la fuente principal, directa o indirecta, pero se detecta la influencia de Salustio y César en los contenidos, y la poética de Virgilio y Lucano; además, se aparta de Livio por su escaso interés hacia la religión. No obstante, las afinidades de tratamiento justifican la filiación indicada en el título. Panegírico del pueblo romano, el Epítome no atiende tanto al rigor histórico cuanto a la voluntad de enaltecer y celebrar al populus, verdadero héroe de la narración. Este interés fundamental por presentar materia digna de admiración y alabanza propició su éxito prolongado.

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La obra de Estrabón constituye una síntesis monumental del saber geográfico existente al inicio del Imperio Romano, y una rica visión del mundo entonces conocido (Europa, Asia y África). Debemos al griego Estrabón (Amasia, Ponto, c. 64 a.C. – c. 24 d.C.) buena parte de nuestro conocimiento de la geografía antigua: sólo Heródoto antes que él escribió una obra comparable, si bien en un ámbito mucho más restringido, y tampoco sus sucesores le igualarían en exhaustividad. Su Geografía no se limita a enumerar topónimos y localizaciones cartográficas, sino que proporciona noticias sobre paisaje, clima, formas de vida, recursos económicos, leyendas, acontecimientos históricos y un sinfín de noticias de cada lugar y país de todo el mundo habitado –noticias que han resultado de suma utilidad para la historiografía, la antropología y la etnografía–; el conjunto de tantas informaciones logra un feliz equilibrio entre aspectos físico-matemáticos y hechos humanos. La obra de Estrabón constituye una síntesis monumental del saber geográfico existentes al inicio del Imperio Romano, y una rica visión panorámica de la ecúmene, o mundo entonces conocido (Europa, Asia y África), en un momento en que parecía que la expansión y el descubrimiento del orbe habían alcanzado sus máximas posibilidades. Los dos primeros libros, que forman este volumen, son prolegómenos al resto de la obra: tratan de cuestiones de geografía general, critican y rectifican a predecesores (Polibio, Posidonio, Artemidoro de Éfeso…) y defienden la validez de la geografía aparecida en la obra de Homero.

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La Historia ha ejercido un poderoso atractivo en el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa (lo testimonian las 160 ediciones de Livio hasta 1700), sobre todo por la exaltación de las recias virtudes republicanas, el sacrificio cívico y el amor a la libertad. Tito Livio (Patavio –Padua– 54 a.C.-ibid. 17 d.C.) es el único de los grandes historiadores romanos que se mantuvo apartado de la vida pública. A lo largo de cerca de cuarenta años trabajó en su Padua natal en la monumental Historia de Roma desde su fundación. Emprendió en tiempo de Augusto, durante la consolidación del imperio, la tarea colosal de narrar siete siglos de «la nación más grande de la tierra», contrapuestos a las «desgracias que nuestro tiempo lleva tantos años viviendo» (Livio pasó los primeros treinta años de su vida entre guerras civiles). Ab urbe condita libri constaba originariamente de ciento cuarenta y dos libros –tal vez hubiera planeados ciento cincuenta–, distribuidos en décadas o grupos de diez, de los que nos han llegado treinta y cinco: I-X y XXI-XLV. De los libros perdidos hay fragmentos conservados en resúmenes (Periochae o períocas), que indican que Tito Livio articuló las diferentes secciones de su Historia con arreglo a criterios políticos y literarios. Los libros que han llegado hasta nosotros contienen la historia de los primeros siglos de Roma, desde la fundación en el año 753 a.C. hasta el 292 a.C., relatan la Segunda Guerra Púnica y la conquista romana de la Galia Cisalpina, de Grecia, Macedonia y parte del Asia Menor. La primera década (libros I al X) cubre desde los orígenes y la fundación de Roma, con la historia de los reyes (753-510) y el periodo que va desde el principio de la República hasta el asalto, saqueo e incendio de Roma por los galos y su posterior liberación (510-390). Se suceden las escenas de gran dramatismo, que han pasado a formar parte de la cultura global: la historia de Hércules y el ladrón Caco; el descubrimiento en las aguas estancadas del Tíber de los gemelos que luego se llamarán Rómulo y Remo, y su crianza por la loba y los pastores; el rapto de las sabinas; la apoteosis de Rómulo; la lucha entre Alba y Roma por la supremacía en el Lacio; la muerte de Lucrecia; el gobierno y la caída de los decénviros, con el episodio de Virginia…

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A Dionisio le interesaba subrayar los orígenes griegos de Roma –que según él no era una ciudad etrusca–, y la importancia de la virtud y la piedad tradicionales en la gestación de su hegemonía. Dionisio de Halicarnaso nació hacia 60 o 55 a.C. en esta ciudad de la costa de Asia Menor, pero su interés por la oratoria le llevó a trasladarse, en 30 a.C., a Roma, donde se dedicó a su enseñanza. Compaginó la labor pedagógica y la composición de su obra capital: Historia antigua de Roma, o Antigüedades romanas (Romaike archaiologia), en veinte libros. La Historia pretende ser una historia universal de Roma, de las que proliferaron en el periodo helenístico. Abarca desde antes de la fundación de Roma (752 a.C.) hasta el inicio de la Primera Guerra Púnica (264 a.C.); hoy conservamos poco más de la mitad de la obra, y sólo podemos leer de manera continuada hasta el 440 a.C. (fecha del fin del Decenvirato, donde finaliza el libro XI). El resto –del libro XII al XX– nos ha llegado de modo fragmentario y en resúmenes. Uno de los principales objetivos de Dionisio era didáctico: mostrar a sus compatriotas griegos el carácter de la fundación de Roma, y las razones de su expansión y desarrollo vertiginosos. También le interesaba subrayar los orígenes griegos de Roma –que según él no era una ciudad etrusca–, y la importancia de la virtud y la piedad tradicionales en la gestación de su hegemonía.