ТОП просматриваемых книг сайта:
Sobre hielo. Peter Kurzeck
Читать онлайн.Название Sobre hielo
Год выпуска 0
isbn 9788417893835
Автор произведения Peter Kurzeck
Жанр Языкознание
Серия Ficciones
Издательство Bookwire
Sábado por la tarde, hacia las seis y media. La casa se adentra en la noche con nosotros. De visita en mi propia casa. Última vez. Carina juega con los animales. En las paredes, los libros. Demasiados para una vida ordenada. (¿No habrá sido la llama una mala compra?) Enseguida, el agua para el baño y tomarnos tiempo. Meterla en la cama, meterla en la cama durante horas, y sólo cuando ella duerma la casa empezará a temblar. Me quedan dieciocho marcos, dieciocho marcos setenta y cuatro en el mundo entero. Pero el café era inevitable, y el viaje de vuelta en tranvía también. Sábado por la tarde, el penúltimo fin de semana de febrero. Un año bisiesto. Fuera, helada. Otra vez con ella a la ventana. ¿Seguirá estando todo ante la ventana? El tiempo no se queda allí. Pronto volverá a haber unas fresas silvestres tan ricas, y nos sentaremos en una montaña a mediodía. En la hierba, en el musgo, al sol. La boca llena de fresas silvestres, las manos llenas de fresas silvestres, y el mundo ante nosotros tan luminoso. Otra vez el tiempo se encamina al verano. Se adentra en el verano. ¡Con frecuencia! Fue este sábado cuando Carina y yo decidimos que tenía que volver a ser verano. Primero primavera, luego verano. ¡El verano lo cura todo! Y queremos hacer un viaje juntos, ella y yo. ¡Ya veremos adónde! Ya veremos. En su carterita aún queda dinero, se la llevará al verano. Hemos viajado muchas veces con ella, hemos pasado dos largos veranos con ella en el sur. En verano, siempre se convierte en una gitanita. Otra vez el verano, y las vacaciones, y pronto tendrás cinco años. Y la tos ha desaparecido, lo oyes en su respiración. Cuando duerme, con el manuscrito y mi bloc de notas encima de la mesa. Aún no tiene título. Y le falta mucho para estar acabado, al libro. Y de todas maneras, mientras no esté acabado no puede pasarte nada, ¿o será precisamente este libro y me matará? Otro verano, y seguimos en el mundo. Y el mundo con nosotros, sigue. A la mesa, adentrarse en la noche. Noche e invierno. Mi manuscrito, el bloc de notas. Sentarse y escribir. Crecerá. Pero, ¿cómo has podido asumir tan fácilmente que iba a estar cada día contigo y a tu alrededor y presente, como el tiempo? De visita en mi propia casa. La casa tiembla.
2 ¿O solamente se lo proponen y no llegan a hacerlo, las mujeres, y pronto envejecen?
4
Salgo de la casa de la Jordanstraβe, y la puerta se cierra detrás de mí. La casa con el cuarto trastero en la Robert Mayer Straβe está sólo dos manzanas más allá. Apenas cinco minutos de puerta a puerta. Pero siempre era como si por el camino tuviera que cruzar puertas secretas, secretas entradas, cuevas, barrancos, corredores, límites inseguros, territorios fronterizos inexplorados, el silencio, pasados, olvido y uno o dos Hades. La mayoría de las veces, por la tarde. Hablar con las piedras por el camino. Conmigo, con el día, con las circunstancias, con Sibylle y con Carina. Leer el tiempo en las piedras. La oscuridad vespertina de los viejos bloques de alquiler, como ruinas en la penumbra. Como en mi infancia las calles en ruinas y los campos de escombros de la posguerra. También un olor a sótano e incendio como ese. Y el cielo un turbio espejo, una mirada omnipresente. ¿Quizá perdida ya de niño y, apenas vuelves a reconocerte, vuelve a estar? Delante de mí, el camino desciende suavemente. Viejo asfalto y losas de piedra. Y como si las aceras y calzadas pudieran perder el equilibrio delante de mí al instante siguiente y caerse por el borde. O empezar a arrastrarse. Cada camino a casa una tormenta de nieve. La tarde junto a mí. Mis siete años en Frankfurt junto a mí. La Schlossstraβe a veces un desierto, un pedregal, una acumulación de piedras solitarias y luego una corriente arrolladora que hay que cruzar. Por suerte nunca he sido arrollado. En cuanto estoy solo, ¡deprisa! Si no, siempre más bien despacio, la mayor parte del tiempo despacio y perdido en pensamientos, y el mundo saliendo a mi encuentro y pasando a través de mí. Años, décadas. ¿Y ahora? Quizá pueda seguir despacio si alguien va despacio a mi lado, Carina. Solo y deprisa. Hacia la tarde, hacia la noche. Al final del camino, al borde del día, al extremo la casa con el cuarto trastero. Sin vistas, con las ventanas vacías. Como pintada, como un rostro sin nariz. Y detrás, ya más allá del borde, cruces, semáforos, un puente del ferrocarril, un sombrío paso subterráneo. El tren, el metro rápido elevado, la central del gas y los almacenes y calles con fábricas, detrás de la Estación del Oeste. A la última luz, a la penumbra, espejos vacíos que se alzan hacia el cielo... ¿quién los ha puesto ahí? ¿Cuándo? Y la noche pesada como balas de tela. ¡Para ahogarse! Las noches como barreras y cuevas y almacenes. Muros, placas de latón, paneles, cristal opaco. Barracones de chapa ondulada. Sombríos y viejos cobertizos, que esperan como futuras noches. Y, adensadas con capas de alquitrán y cartón, las tinieblas de esas noches. Fábricas, hogueras, un fuelle, guerra, la Primera, la Segunda Guerra Mundial, rampas de carga y trenes. Pero también los años pasados y las puestas de sol usadas y oxidadas de todos esos años en las cuevas y almacenes y cobertizos. Apiladas y conservadas, pagadas y anotadas y olvidadas. Y al otro lado del horizonte. Allí también el tiempo almacenado y sumergido. Al otro lado del horizonte la llanura del Rin y el cielo todavía claro, un mar de cielo crepuscular. Luego Francia, el Atlántico y el crepúsculo en el Nuevo Mundo.
Antes del día, volcar y rodar hasta los pies del piano. Escuché la tormenta y tardé en saber quién soy y cómo he llegado a esto. ¿Por qué aquí? Cigarrillos, los primeros y amargos cigarrillos de la mañana. Luego, levantarme, salir del temblor (la casa hacía como si aún durmiera) y avanzar hacia el día a grandes pasos. Hacia las heladas horas de la mañana, hacia la primera luz. Iba deprisa. La calle corre delante de mí, corre sencillamente cuesta arriba. Todavía sentir el temblor y el eco del temblor y la tormenta y el oleaje de la noche pasada. La Schlossstraβe, restos de nieve, tranvías, un quiosco, niños de colegio, senderos escolares, el panadero también ha abierto ya. En la parada, los abrigos ajenos. Y entre ellos te buscas a ti mismo. Aún es temprano, hay luz en las ventanas, y abruptamente empieza una acumulación de días, voces, recuerdos. ¡Al otro lado del cruce, deprisa! La fila entera de casas refleja el cielo en las ventanas altas. ¡Deprisa! A gran altura, las cornejas y vencejos de hoy. Arrastran el día como si lo llevaran con cintas y paños. ¡Escuchad, gritos!3 Y seguir. ¡Seguir, deprisa! Como alguien que ya se sabe perdido, pero no abandona, porque no puede abandonar. Rápido hacia el día, como hacia una playa lejana, una orilla segura. ¡Alcanzar