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Sobre hielo. Peter Kurzeck
Читать онлайн.Название Sobre hielo
Год выпуска 0
isbn 9788417893835
Автор произведения Peter Kurzeck
Жанр Языкознание
Серия Ficciones
Издательство Bookwire
Llegamos a la Affentorplatz. En una ocasión, después de Navidad, Sibylle y yo nos desocupábamos. Los días son tan silenciosos y oscuros que a mediodía ya hay que encender la luz. ¿No suena la calefacción como si ya no pudiera más? ¡Hay que escuchar el interior, el interior! A Sachsenhausen, dice Sibylle, tan tontamente, con tanta nostalgia, que se me hace un nudo en la garganta. Me duele la garganta de nostalgia. Ah, ¿no podríamos ir a comer a Sachsenhausen? ¡Sólo una vez, por excepción! Contar el dinero. Atraer a Carina y acariciarla y adornarla con muchos nombres y ponerle toda la ropa cálida que tenemos para ella. Eso tiene que haber sido hace dos, tres años, aún era tan pequeña. Y en tranvía. Pasando por el Rossmarkt y el iluminado hotel Frankfurter Hof. El tranvía está vacío. Va despacio. No hay casi nadie en la ciudad. Faltan uno o dos días para Nochevieja, y quizá además sea domingo. En la Gartenstraβe, en un gran silencio, pasamos a pie delante de la casa en la que Sibylle vivió de niña durante unos años. Como pan duro con el que las mujeres hacen pan rallado, así son desde siempre estos últimos días de diciembre.2 Carina dormida en el cochecito. Las cuatro de la tarde y ya ha oscurecido. Solamente fantasmas aislados. Demasiado tarde para comer y demasiado pronto para cenar. De todos modos, vamos de puerta en puerta leyendo las cartas de arriba abajo, y también sus precios. Y explicarle a Sibylle y a mí qué son las tarjetas de crédito y por qué nunca tuvimos una. Pero son prácticas. ¿Y si hubiéramos reservado por teléfono una mesa en el Frankfurter Hof para toda la tarde, una habitación, una doble con baño, una suite, una palabra que tú sólo conoces por los libros, y que no sabes cómo se pronuncia en realidad? Lo mejor es que la deletrees: una S-u-i-t-e con Nochevieja incorporada, es decir hasta la mañana de Año Nuevo, un año entero. Años y años de antemano. Da igual lo que cueste. Si hubiéramos tenido lugares duraderos, un lugar, tiempo, presente, vida, derecho a la existencia, un lugar en el tiempo, como reserva para dos adultos y una niña. ¡Tome nota de la reserva! Y enseguida: ¡Pagado! ¡Apúntelo! La niña duerme. Estamos en la Affentorplatz. El dinero contado. Tres veces ya el dinero contado. Como encerrados aquí afuera. El día se ha quedado junto a nosotros. Nos mira receloso. En la Affentorplatz, y no saber adónde ir. ¿Por qué se llama Affentorplatz? Tiene que haber sido en diciembre de 1980, calculas. Carina tenía un año. Yo había dejado de beber. Trabajaba media jornada en una tienda de antigüedades. Escribía por las noches. Mi segundo libro. Cuando ya no me quedaba día, seguía escribiendo en la cabeza. Precisamente ahí tuvo que haber sido que a veces empezara, a modo de ensayo, a imaginar que quizá terminara siendo un libro. En vez de matarme. Y ahora aquí, en medio del frío. El libro existe. Carina ya es mayor, pronto tendrá cuatro años y medio. Carterita. Memoria. Palabras propias. Una persona autónoma. En medio del frío. Los ojos llenos de viento, parpadeando a la chillona luz invernal. Mediodía del sábado. El penúltimo fin de semana de febrero. En la Affentorplatz. Caminar y caminar hasta la Schifferstraβe. A cada paso más frío. Entonces nos encontramos un café que hace esquina. Palmcafé. Tiene que ser nuevo. Y, en el último minuto antes de congelarnos, entramos al café, ella y yo, al calor.
Está lleno. Todo nuevo, como si acabaran de abrir hace tres días. Gente joven y amable. ¿Hermanos? ¿Una relación triangular equilibrada con un puesto de trabajo en común? Casi como si nos conociéramos, así de amables. Sólo hay una mesa libre. Acaba de quedar libre. Exactamente la mesa que hubiéramos elegido Carina y yo. En medio del café, un pequeño surtidor iluminado, hacia el que ella irá en seguida. Cuando dejemos mi chaqueta, su anorak, su gorra y su chal en una silla libre, el sobrecargado perchero se desplomará delante de nuestros ojos. Y le calentaré las manos con mis dos manos. Chocolate caliente para los dos. Con nata. Enseguida, el miedo existencial se apodera con fuerza de mí. Sin dinero, sin casa, los zapatos pronto perforados. Sin nombre, sin ingresos y todavía con los papeles en desorden. ¡Siempre! ¡Pueden elegir un trozo de tarta del mostrador! (¿No suena como un encantamiento?) ¿El perro se llama quizá Peluche? ¡No! Un perro tan serio y pensativo, un perro enteramente filosófico, no puede llamarse simplemente Peluche. ¿Y la llama? Una llama tan descolorida y lamentable. Ha pasado semanas enferma y hambrienta bajo la lluvia. Y la han olvidado una y otra vez dentro de la lavadora. ¡Dios mío, ni siquiera tiene ojos! ¡La llama tiene ojos! Dice mi hija, y bracea en el aire con las manos. Eso significa que no hay que volver a tocar nunca ese tema. Ahora va hasta la fuente con los animales. Luego nos traen la tarta. ¿Y Sibylle dónde está? Me doy cuenta de cómo le cuento el café y el día. ¿Dónde estás? ¿A dónde va el tiempo con nosotros? Carina regresa de la fuente.