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Orígenes y expresiones de la religiosidad en México. María Teresa Jarquín Ortega
Читать онлайн.Название Orígenes y expresiones de la religiosidad en México
Год выпуска 0
isbn 9786078509720
Автор произведения María Teresa Jarquín Ortega
Жанр Социология
Издательство Bookwire
El escultor o imaginero novohispano que talló la escultura lo hizo con tanto realismo que sobresalen los detalles de prominencias de huesos, ten-dones, músculos y facciones. Además, en la espalda de la escultura fundacional se encontró una rotura con una tela y sellada con el escudo real de León y de Castilla “similar al caso de los códices hallados en otros cristos” (Ruiz, 2011: 90 y 93).
De la misma manera en que está articulado el Señor del Calvario en Colhuacan, el Señor de la Cuevita en Iztapalapa también tiene articulaciones en brazos y tobillos. Ello hace suponer a algunos investigadores que el Huizachtepetl sirvió “como arquetipo del Gólgota […], debido a que la imagen era protagonista en las ceremonias de Semana Santa” (Ruiz, 2011: 90 y 93).8
Breves noticias de la escultura del Señor del Calvario en Colhuacan
La tradición oral informa que la aparición del Señor del Calvario sucedió en una cueva, cerca de donde estaban trabajando algunos canteros. Las personas mencionan que hallaron la escultura del Señor del Calvario crucificado gracias a la señal de una “serpiente que resplandecía” en el interior de la Cuevita Santa (Chávez, 1994: 5).
Resulta relevante la figura de la “serpiente resplandeciente” dentro de la tradición indígena porque supone las posibles riquezas del lugar, considerando que la serpiente es su “guardián” o “dueño”. A este respecto, el vicario Joseph Navarro de Vargas narra, hacia 1728, cómo en Churubusco, Colhuacan y Mexicaltzingo “metieron los Yndios sus Ydolos y cosas de reliquias” en los “cerrillos”, “terremotes”, “ojillos de agua”, “peñas de las cruces” y “en los templos”. “Muchas capillas de piedra he visto en el Pueblo, que son y servirían de los mismo”, señala. De hecho, él mismo lo comprobó de la siguiente manera:
Puse a un Yndio de Coyoacan a sacar adoves en el cerro (pirámide), y un Yndio fue a el y le dixo que mirasse lo que hacía, no se muriera o le diera ayre, que se enojaría la Culebra; pues que —le respondió— ¿La Culebra acasso vive, o que Culebra es esa? Respondiole el Yndio: si vive, que muchas personas la han visto calentarse por la Yglesia Vieja, y le relumbra el lomo —en su Ydioma, pepetlac—, y tiene ricas plumas en él (Navarro, 1909: 560-562).
Si bien la señal de la “serpiente emplumada” que relumbra cobra relevancia para ver la continuidad de las creencias indígenas en sus dioses, también es relevante conocer el paradero de las reliquias, de qué tipo eran y si fueron resguardadas de generación en generación en alguno de los sitios. Como testimonio del trato que se da a las reliquias —en este caso, a la imagen del Señor del Calvario—, nos dimos a la tarea de pedir permiso a los mayordomos para asistir al que consideramos el ritual más importante del cambio de vestimenta de la imagen “mayor”.
El 5 de agosto, en vísperas de la festividad de San Salvador, asistimos al “cambio de ropa” del Señor del Calvario, que se llevó a cabo a las cinco de la mañana y fue dirigido por parte de los encargados de la imagen y los mayordomos a fin de que el Señor “estrenara” su nueva ropita y estuviera presentable en su festividad, ya que recibiría la visita de autoridades religiosas importantes, de sus feligreses y las imágenes de los santos de los barrios del pueblo.9
Una vez reunidas las personas más cercanas a la imagen, antes del amanecer los “compadritos” y “comadritas” prendieron los cirios y realizaron la “entrega de la ropa” del Señor del Calvario y de las otras dos imágenes: el Señor de la Canoíta y el Señor de la Cañita. La comitiva partió del interior de “el Calvarito” y todos juntos se dirigieron al lugar donde se localiza el nicho de madera bastante pesado y suntuoso. Antes de “bajarlo”, los mayordomos tomaron la palabra para pedir permiso a “Nuestro Señor” a fin de que “se deje” cambiar. El nicho es bajado del altar por un acceso especial y se deposita nuevamente en el interior de la capilla. Las mujeres no pueden estar presentes durante el cambio de ropa del Señor, así que ellas salen del recinto para esperar “la Transfiguración del señor” con cirios encendidos, rezos y alabanzas.
En el interior de la capilla del Calvarito más de diez hombres expertos en el cambio de ropa tienen preparado todo lo necesario para realizar cuidadosamente su labor.10 Empiezan con una oración y un pedimento hecho por el encabezado quien se coloca a la cabeza del santo y funciona como un director de los movimientos de la imagen articulada. Otro participante es el que se encuentra a sus pies y es quien finaliza el cierre del envoltorio santo. La ropa de la imagen se compone de varias “capas” de vestimenta y este año fue de color blanco. La primer capa es la piel curtida que tiene en las articulaciones y semeja la rugosidad de la piel humana de color “moreno claro”; probablemente son pieles del periodo prehispánico (Amador, 2002: 76). A la altura de la cadera seguramente se encuentran las articulaciones de las piernas. Encima de las articulaciones centrales se le pone un faldellín de tela brillante; en la parte del pecho se le pone una camisola y, finalmente, se le coloca el sudario en la cabeza. La imagen nunca se deja al descubierto y siempre es cubierto con un lienzo largo con el que posteriormente quedará amortajado.
Una vez hecho el cambio y después de peinarle la cabellera natural con mucho cuidado y haberle puesto el “sudario” la escultura de religiosidad popular se coloca fuera del nicho y se tiende en una “camilla” de madera en el centro de la capilla. Son las siete de la mañana, con la luz del día se abren las puertas del recinto y las mujeres “pasan a besar” y agradecer un año más de vida. Nuevamente la comitiva se dirige a guardar la imagen y se traslada al altar principal. Después se procede al desayuno entre los compadres, y se espera la afluencia de visitantes y santos de las otras capillas.11
No obstante que no ha sido posible revisar los expedientes de los restauradores, los informes de los mayordomos señalan que se trata de una imagen muy ligera y suave —hecha con pasta de médula de caña del maíz—, pues cuando le cambian la vestimenta, al cargarlo y sostenerlo, han sentido su peso. Sorprende mucho a los mayordomos que pese tan poco y que la textura sea semejante a la “piel humana”. Como ya hemos mencionado, en las coyunturas la imagen tiene movimiento; ahora sabemos que las esculturas articuladas eran utilizadas dentro del teatro evangélico del siglo xvi para representar las escenas de la pasión, muerte y resurrección del Señor durante la Semana Santa.
De la imagen articulada destaca el color “negro” únicamente en las extremidades: manos y pies, y en el rostro. Esto recuerda la manera en que eran pintados con este color algunos dioses mexicas. De hecho, algunos ídolos tenían como atributo distintivo el color negro en el rostro o en la totalidad de su cuerpo. Pero, existe la posibilidad de que la imagen del Santo Entierro estuviera pintada con el color “negro carbón” o negro ceniza (Amador, 2002: 78).12
Por otra parte, en el pueblo de Colhuacan se cree que la imagen articulada tiene relación con el Señor del Sacromonte en Amecameca, con el Señor de la Cuevita en Iztapalapa, con el Señor de Xaltocan en Xochimilco y con el Señor de las Misericordias en San Lorenzo Tezonco. De hecho, mucha gente los llama “los hermanitos”, porque son imágenes que guardan semejanza al representar a Jesús en su advocación del Santo Entierro, y en algunos casos aparecieron en cuevas, lo cual podría remitir al paradigma de los “dioses subterráneos” (López, 2011).
Consideremos que el Calvarito es la capilla más importante de Colhuacan y es donde la imagen del Santo Entierro ha sido venerada desde el siglo xvi por los culhua y por los pueblos vecinos, principalmente Xochimilco, Tlalpan, Churubusco y Coyoacán. Su antigüedad puede ubicarse a mediados del siglo xvi y se corrobora, si tomamos en cuenta que en la cueva donde se encontró el Señor del Calvario existe una columna de piedra construida en el siglo xvi y puesta posiblemente por los franciscanos, que llegaron a la zona antes que los agustinos, para acondicionar el lugar como capilla.13
En un periodo posterior, gracias a las Relaciones geográficas del Arzobispado de México, 1743, tenemos noticia escrita de la existencia del culto al Santo Entierro