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y fecunda. La sociología política, así el caso, se definiría entonces también desde “una opción superadora de las rígidas separaciones disciplinarias”.

      La sociología política, si de debates clásicos hablamos, se apropia del problema del orden social. ¿Cómo y por qué la sociedad existe y sobrevive?, es una interrogante que, en clave sociológica, Oyhandy detalla recurriendo al estructural-funcionalismo (Parsons, Merton, Alexander) y al marxismo (Marx, Gramsci y epígonos). Si el primero enfatiza, con evidencias que así lo avalan, la política como un centro de integración social; el segundo, tampoco carente de pruebas, resalta la dominación que de lo político es consustancial y privativo. Dos miradas rivales y, sin embargo, sostiene y despliega Oyhandy, imposibles de erradicar por cuanto la naturaleza inacabada del (des)orden social se juega justamente en esa contingente e irreductible ambivalencia política.

      “Psicología política”, capítulo final de la primera parte titulada “Disciplinas”, constituye una entrada particularmente jugosa. Para vigorizar la discusión contra todo empeño reduccionista, Ricardo Ernst Montenegro nos recuerda en su ensayo que el vínculo psicología-política no es nuevo y ostenta orígenes más ricos que el acartonamiento de la conducta política bajo un esquema de preferencias fijas y racionalidad instrumental.

      Si el comportamiento político está hecho de intereses pero también de miedos, esperanzas, símbolos e imágenes, la psicología política, advierte Ernst, es algo más que psicología puesta al servicio de cálculos políticos. “Examinar lo que de psíquico hay en el quehacer político”, implica, en efecto, un estudio analítico que no subsume lo psicológico en lo político; que no dispone, en concreto, a lo psicológico en el plano de una llave para conseguir control o gobernabilidad políticas. Que no rehúsa, vamos, lo que de lo psicológico y político escapan a los límites de la razón y el entendimiento humanos.

      Para llegar a ello, con ritmo y acierto pedagógicos, Ernst sistematiza los antecedentes e interpretaciones más influyentes de la psicología política. En lontananza, ya Platón, Sun Tzu, Maquiavelo o los descendientes finiseculares de “los padres fundadores” de las repúblicas latinoamericanas, ensayarían con afanes varios los primeros cruces entre psicología y política. Civilización y barbarie, título del escritor y también ex presidente de Argentina, Domingo Faustino Sarmiento, sería, por su capacidad de fundar una tradición (lo pasional como “incomprensible” y bárbaro), el arquetipo de sistemas educativos construidos políticamente sobre la dualidad psicológica racional/irracional (Piglia, 2001). Más cercanas en el tiempo, el autor ubicará tres expresiones de psicología política cuyos contenidos son mensurables por su simpatía o distancia frente a la metáfora racional/irracional y su secuela patología/normalidad (sociales): 1) la teoría de la Psicología de las masas, de Gustave Le Bon; 2) el conductismo social y 3) la corriente latinoamericana que concebirá “lo psicológico como cultura y contexto; lo social como variación y lucha; lo político como dominación, resistencia y liberación”.

      “Constitución”, texto que abre la segunda parte, denominada “Reglas e instituciones”, concita a un tiempo una disertación fina, pero didáctica, por parte de Enrique Serrano. La Constitución, fija Serrano como perspectiva de análisis, “representa el punto en el que se condensan los ideales de libertad que han motivado las luchas políticas a lo largo de la historia”. Con tal premisa por faro, su ensayo arroja luz sobre el concepto en cuestión y otros relacionados con éste: Estado, legalidad, legitimidad, derechos, liberalismo, contractualismo, etcétera.

      Puntual y acabado en el retrato clásico de la Constitución como “los muros espirituales de la polis”, el texto de Serrano no lo es menos en el recuento de los conflictos alrededor de la formación del Estado y su sistematización del orden jurídico, del que el concepto moderno de Constitución es efecto. Estado absolutista (Bodino, Hobbes) y Estado liberal (Harrington, Locke) encarnarán dos proyectos estatales opuestos en su acceso y ejercicio de la soberanía. Sujeta a este debate entre centralización del poder (soberanía absoluta de la que en el siglo XX Schmitt será nostálgico) y el imperativo (liberal) de dividirlo para limitarlo, la conjunción Estado-Constitución no será, pues, un fenómeno espontáneo cuanto el resultado de luchas sociales y procesos revolucionarios. En otros tonos, la discusión positivismo jurídico versus iusnaturalismo, la defensa de criterios normativos en autores como Habermas o Rawls, o el llamado garantismo, son perspectivas contemporáneas de la filosofía del derecho que Serrano también ordena y esclarece.

      Si el concepto Constitución mantiene una tensión entre sus dimensiones descriptivas y normativas, el de Democracia, compuesto de procedimientos y valores, corre una suerte similar. Entre los primeros, sintetiza José Luis Berlanga Santos, sobresaldrían las elecciones, la norma de la mayoría y las garantías individuales. Valores democráticos serían, por otra parte, la participación ciudadana, la responsabilidad cívica (“en la democracia se puede hacer cualquier cosa, pero no se debe hacer cualquier cosa”), la autonomía personal, la tolerancia o el diálogo. Acometer el estudio de la democracia con bases metafísicas y prescriptivas sería, frente al análisis empírico y descriptivo de la ciencia política, lo propio e irrenunciable de la filosofía política. Insuflada de ideales como de un diseño institucional que los proteja, la cultura democrática es fuente de creatividad y energía cívicas.

      La relación de la democracia con las tradiciones políticas del republicanismo, el liberalismo y el socialismo, apuntala Berlanga, incidirá también en la polémica (siempre e inevitablemente candente) por lo que la democracia es o debiera ser. Expuestas con precisión y equilibrio, las coordenadas de este debate contemporáneo (enfoques procedimentales contra enfoques participacionistas como derivas de la clásica disputa entre liberalismo y republicanismo) familiarizarán al lector con teorías democráticas (elitista, poliárquica, económica, deliberativa, radical, etc.) al servicio de una querella inconclusa.

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