ТОП просматриваемых книг сайта:
365 días para cambiar. Sònia Borràs
Читать онлайн.Название 365 días para cambiar
Год выпуска 0
isbn 9788418013959
Автор произведения Sònia Borràs
Издательство Bookwire
Al llegar al gimnasio, no me ando con rodeos al preguntarle:—¿Qué me querías decir?
Durante unos segundos veo que se debate entre si me lo dirá ahora o en otro momento, y tras pensarlo veo que suspira y me lo dice directamente:
—Haré unas prácticas en otro hospital —le miro confundida y se explica mejor—. Hoy es mi último día aquí, pero regresaré en dos meses —anuncia y parpadeo sin entender ni una sola palabra.
—¿Qué? —reacciono y me cuesta creer que se vaya.
—Tan solo serán un par de meses, y llegará un sustituto en mi lugar… —intenta restar importancia al asunto, pero no lo consigue—. No tendrás problemas para seguir la rehabilitación.
—No te preocupes, espero que te vaya bien, entiendo que debas irte —realmente, no entiendo nada, no sé siquiera por qué se va a ir justo ahora, cuando estoy pasando unos días en los que necesito a alguien en quien poder confiar para hablar de todas las pesadillas que a día de hoy aún me atormentan. Con su marcha sé que probablemente progresaré en rehabilitación, pues con el tiempo iré avanzando, pero, por otra parte, mi situación emocional no será mucho mejor de la que tengo estos días.
A continuación, hago todos los ejercicios en silencio. No articulo ni siquiera una palabra, tengo la mirada perdida en algún rincón del gimnasio y mi cabeza está infestada por demasiadas cosas que decir, pero no es el momento propicio para hablar y tampoco sé cómo reaccionar. A veces, las palabras no hacen más que daño.
A la vez, me enseña algunos nuevos estiramientos, los aprendo todos y cada uno de ellos los memorizo con avidez y me doy cuenta de que son más fuertes de los que estoy acostumbrada a hacer. Ciertamente, es un tanto paradójico, porque hoy me siento más quebradiza que nunca. En medio de los estiramientos, caigo al suelo algunas veces, pero no acepto la ayuda de nadie para levantarme, debo conseguirlo por mis propios medios, yo sola, aunque a veces duela, como la vida misma.
Este año sé que cambiarán muchas cosas, pero mientrastanto lo único en lo que pienso es en que durante más de sesenta días no le veré. Un sinfín de horas en las que le necesitaré, pero sé que no estará a mi lado, sé que tal vez estoy dramatizando más de lo que merece la situación, pero no puedo evitar quedarme pensativa pensando en que todas las personas que me importan son tan efímeras que tan rápido como llegan se van.
Termino los estiramientos, pero lo último en lo que pienso es en que estoy cansada.
No puedo presenciar las despedidas, aunque no sean ni mucho menos para siempre. Aun así, siento que es uno de los peores momentos que tienes que afrontar cuando quien te importa se aleja de ti.
—¿Podemos ir a la cafetería como hace algunos días? —le sugiero apenas en una súplica, porque quiero pasar todo el tiempo posible y más a su lado.
—Aunque aún no ha llegado mi hora de descanso, puedo hacer una excepción —dice—. Aún siento que quiero hablar más contigo.
—¿Para darme más malas noticias? —exclamo, me muestro dolida y lo último que quiero es escuchar algo que me entristezca más, pero acerca de todo lo que pasa no puedo hacer más que afrontarlo, por mucho cueste.
—No, no es para decir nada más, simplemente quiero despedirme de ti —sonríe, pero no veo ningún indicio de emociones, es como si estuviese cubierto por una máscara. A veces me gustaría saber qué es lo que en el fondo siente.
Llegamos a la cafetería y siento que a pesar de que en estos momentos se encuentre a mi lado, ha dejado un vacío antes siquiera de su partida, y sé que, aunque intente aparentar normalidad en mis días, será un reto, ya que cuando él está a mi lado siento que de alguna extraña pero mágica manera me aporta aún más motivos para cambiar, y, sobre todo, se convierte en un canto más a la felicidad.
Algo en mí, a medida que pasan las horas (y con ellas, innegablemente, pienso en él), va acumulando decenas de sentimientos por decirle, y siento que no puedo esperar más para hablar. Así que me lanzo sin mirar hacia las consecuencias.
—Te echaré de menos —le digo, y sin saber por qué recuerdo el momento en el que me despedí de Drew—. Diego, a pesar del poco tiempo que hace que nos conocemos, sé que te has convertido en alguien… especial para mí —sopeso lo que diré y finalmente me atrevo a decirlo—. Sin saberlo, tú te has convertido en mi verdadera rehabilitación, no la que se encuentra entre interminables horas de gimnasio. Ahora que te vas, echaré de menos poder celebrar todas las mejoras a tu lado. Por irreal que parezca, me despierto ilusionada por verte un día más —después, sonrío e intento animarme—. Supongo que no me queda más que no sea el sonreír al acordarme de ti, y después de dejar de pensar en ti seguir con un brillo en los ojos. Eso es lo que haré —parece que ante mis palabras no sabe qué decir, quizás me he precipitado, pero necesitaba hablar para poder expresar una mínima parte del confuso entresijo de emociones que siento y que a veces no sé cómo expresar.
Toma aire y finalmente me responde:
—Recuerda que tu felicidad solo depende de una persona, y es de ti misma. No lo olvides —dice con seguridad—. Que yo esté o no aquí no te debe cambiar lo más mínimo. Con los días las personas se acaban acostumbrando a estar sin algunas que en su día fueron importantes. Ya lo verás, del mismo modo que comprenderás que el dolor que supone separarte de la persona que ocupa tu mente y tu corazón hasta en sueños duele, comprenderás que la alegría se mide en instantes y no por las personas que cruzan la vida —durante unos segundos deja de hablar, pero al ver que no digo nada prosigue—: Debería mentirme a mí mismo y pensar que no te extrañaré, debería pensar que eres alguien que ha llegado a mi vida hace relativamente poco tiempo, sí, es lo que debería hacer, pero Elise… A veces las personas que hace menos que conoces acaban siendo las más importantes de tu vida.
—Es cierto, durante los últimos días siento que formas parte de mi vida —afirmo con los ojos brillantes. Me gustaría que pudiese comprender que la distancia que nos separa es cruel y totalmente injusta con las emociones. Le quiero, quizás hace unos días ni siquiera conocía su existencia, pero quién me iba a decir que en tan solo un suspiro todo cambiaría, y que lo próximo que debía cambiar era yo.
A menudo, cuando hablo con Diego pienso que no sé si soy lo suficientemente atrevida para confesar lo que mi corazón siente, pero hoy no existe el miedo, ya debo lidiar con la tristeza; me digo a mí misma que hay oportunidades que pasan solo unas pocas veces y que puede ser que esta vez no pueda dejar escapar la oportunidad:
—Desde que entraste en mi vida sentí que me había enamorado de ti. ¿Por qué? No me lo preguntes, porque me temo que no sabría qué responderte. Simplemente, desde que vi esos ojos grises pasé a pensar en ti día y noche, sentía que tu mirada me perseguía siempre, sobre todo en los momentos en que sentía que me faltaba la energía —le digo mientras me tiembla la voz—. Ahora, no sé si quizás es una palabra mayor, entiendo que lo único que siento por ti es amor, y sé que tras tu marcha este será reemplazado por el dolor.
»Normalmente, dos meses podrían pasar rápido, pero dos meses son más de sesenta días en los que no podré escuchar tu voz —digo más dolida de lo que me gustaría aparentar—. Entiendo que por trabajo debas irte, es más, todas las oportunidades que se presentan siempre son favorables y te ayudan a ascender en tu vida laboral, pero ahora mismo me siento egoísta al pensar que no estoy pasando mis mejores días, que más bien están teñidos por la oscuridad, y me conforta estar a tu lado, porque sé que eres el único que me hace sonreír aun cuando no tengo ganas.
—Elise, desde que vi tu personalidad luchadora supe que eras única, pero te pido que tengas paciencia —algo que a veces tengo tendencia a olvidar muy rápido— y que reserves todo lo que sientes hasta dentro de un tiempo.
—¿Por qué siento que las despedidas son como pequeños cuchillos que se clavan en mí? ¿Por qué decir adiós debe costar tanto? —digo mientras siento un nudo que se me ha formado