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ella, convencida de que los bebés debían nacer de inmediato después de una rotura de aguas.

      —Eso no significa nada —terció Laurel—. Aun así, el parto puede llegar a ser lento.

      Kelsey no estaba convencida.

      —Voy a buscar a alguien a quien preguntar —declaró, dirigiéndose hacia la puerta de las salas de parto.

      Pero, justo en el momento en el que estaba a punto de entrar en el alegre pasillo de la zona, su padre le salió al paso.

      Bryan Marlowe esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Parecía casi un jovencito.

      De inmediato, todos salvo Laurel se levantaron. Rodearon al patriarca de la familia.

      —¿Y…? —exigió saber Kelsey.

      —Es un niño. Ha nacido un minuto antes de medianoche —anunció con orgullo su padre.

      —Creo que dice algo en las normas del hospital acerca de que no se puede tener a doce personas a los pies de una cama —comentó una enfermera al entrar en la habitación de Kate Marlowe.

      —Oh, por favor —le rogó Kate a la mujer—. Sólo durante unos minutos más. Es Navidad.

      Bryan sonrió con cariño a su esposa. A continuación, miró a su hijo recién nacido.

      —Sí —concedió—. Desde luego que es Navidad.

      Morgan, que tenía a Kelsey abrazada por la cintura, besó el suave pelo de su esposa. No había pensado que le sería posible volver a sentirse de aquella manera, volver a abrir su corazón de par en par.

      —¿No te da esto ninguna idea? —le preguntó a Kelsey, susurrando.

      Ella esbozó una expresión que él no fue capaz de interpretar.

      —Iba a reservarlo para luego —contestó—. Pero supongo que este momento es tan bueno como cualquier otro para decírtelo.

      Desconcertado, Morgan se quedó mirándola fijamente.

      —¿Decirme qué?

      —Feliz Navidad, Morgan —respondió Kelsey en voz baja con la felicidad reflejada en la cara—. Vas a ser papá.

      Enmudecido, encantado, Morgan tomó en brazos a su esposa y la besó delante de todos… incluso delante de su nuevo cuñado. Pensó que desde luego que aquéllas eran unas Navidades felices. Desde aquel día en adelante, la felicidad inundaría sus vidas.

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       Portada Tentación en el viento

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      11 de enero

      –¿Cómo que aún estoy casada? –Renee Maddox intentó no perder los nervios mientras miraba boquiabierta a su abogado.

      Impertérrito como siempre, el caballero, de edad avanzada, se recostó en su asiento.

      –Al parecer, tu marido nunca llegó a firmar los papeles.

      –Pero llevamos siete años separados. ¿Cómo es posible?

      –No es tan infrecuente como crees, Renee. Pero si quieres saber el motivo, tendrás que llamar a Flynn y preguntárselo. O dejar que yo lo haga yo.

      El fracaso de su relación aún le dolía. Renee había amado a Flynn con todo su corazón, pero aquel amor no había bastado para salvar su matrimonio.

      –No. No quiero llamarlo.

      –Míralo por el lado bueno. Sigues teniendo derecho a la mitad de su dinero, y Flynn es ahora mucho más rico que cuando pensasteis divorciaros.

      –Su dinero no me interesaba entonces y tampoco ahora. No quiero nada de él.

      La expresión del abogado le hizo ver que no estaba de acuerdo con su actitud.

      –Comprendo que quieras una ruptura rápida, pero recuerda que en California impera el régimen matrimonial de bienes comunes. Podrías conseguir mucho más, ya que no hubo ningún acuerdo prenupcial.

      Una duda inquietante asaltó a Renee.

      –¿Eso significa que él podría quedarse con la mitad de mi negocio? ¿Después de haberme dejado la piel por California Girl’s Catering? No estoy dispuesta a consentirlo.

      –No permitiré que pierdas tu empresa. Pero si te parece, volvamos al tema que te trajo aquí… Puedes cambiarte el apellido estés casada o no.

      –Mi apellido es la menor de mis preocupaciones en estos momentos –el plan para recuperar su vida anterior le parecía muy sencillo. Empezaría por recuperar su apellido de soltera, y después formaría la familia que siempre había deseado tener y a la que Flynn se había negado.

      De repente, un recuerdo casi olvidado vino a sus pensamientos. Se aferró a los brazos del sillón e intentó recordar los detalles de la historia que Flynn le había confesado en la luna de miel, habiendo bebido más champán de la cuenta.

      Las piezas fueron encajando y volvió a surgir la esperanza. Siempre había querido tener un bebé, y el mes pasado, cuando cumplió treinta y dos años, decidió tomar cartas en el asunto en vez de seguir esperando a su hombre maravilloso. Al igual que las heroínas de sus novelas románticas favoritas, recurriría a la inseminación artificial en cualquier banco de esperma respetable.

      Durante las semanas siguientes leyó los perfiles de los donantes, pero no esperó encontrarse con uno al que conociera… y al que hubiera amado. Sabía que tanto su futuro hijo como ella tendrían que enfrentarse a muchas preguntas sin respuesta. Ella se había criado sin conocer a su padre, debido a que su madre pudo, o no quiso, identificar al hombre que la había dejado embarazada.

      –Renee, ¿estás bien?

      –S-sí –tragó saliva y observó el arrugado rostro del hombre sentado frente a ella–. ¿Has dicho que tengo derecho a la mitad de las propiedades de Flynn?

      –Así es.

      El pulso se le aceleró por la excitación. La idea de tener un hijo de Flynn sin el consentimiento de éste era absurda, por no decir reprochable, pero estaba desesperada por ser madre y nunca se le ocurriría pedirle ayuda a Flynn. Lo más probable era que se hubiese olvidado de aquella donación que hizo en la universidad.

      –Cuando Flynn estaba en la universidad –le contó al abogado–, hizo una donación a un banco de esperma. Si el banco aún conservara su… semilla, ¿sería posible que yo pudiera acceder a ella?

      Su abogado tuvo el detalle profesional de no mostrarse sorprendido ni escandalizado.

      –No veo ningún motivo por el que no podamos intentarlo.

      –Entonces eso es lo que quiero. Quiero tener un hijo de Flynn. Y en cuanto me haya quedado embarazada, pediré el divorcio de una vez por todas.

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