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abuso de niños no solo porque hemos descubierto hechos terribles, sino porque hemos clarificado nuestras ideas y aguzado nuestra sensibilidad moral. Este progreso no es como el de entender mejor la esclerosis múltiple o los genes. No se trata simplemente de acercarse a la verdad permanente sobre algo. Una de las diferencias es que, a medida que desarrollamos una idea sobre un tipo de persona o una forma de comportamiento, estos cambian. Los niños experimentan el dolor de manera distinta. Son más conscientes de cómo el maltrato emocional y sexual es doloroso y ven como parte del maltrato hechos que antes ignoraron o reprimieron. De pronto, este dolor es peor cuando se reconoce, o tal vez sea menos dañino a largo plazo. Cualquiera sea el caso, la experiencia del maltrato es distinta. De la misma manera, la experiencia del maltratador, de lo que ha hecho y de cómo lo ha hecho, no es la misma de hace treinta años. Se constituyen nuevas clases de personas que no se ajustan al conocimiento adquirido, no tanto porque el conocimiento estuviera equivocado como por el efecto de retroalimentación. No hay una verdad que, una vez descubierta, permanezca como verdad absoluta, pues una vez tenemos algo como verdadero y se acepta generalmente, cambia a los mismos individuos –maltratadores y niños– sobre los que dicho conocimiento versaba.

      El abuso de niños ilumina muy bien este tema, pero es peligrosamente real. Despierta grandes pasiones. Es una historia que se desarrolla cada día. Hay largos períodos en los que cada semana hay un nuevo especial de televisión. Cuando empecé a escribir este texto había un programa sobre una línea de emergencia británica dedicada a ayudar a los niños víctimas de maltrato. Eran tantas las llamadas divulgadas por el programa que daba la impresión de que uno de cada diez niños era maltratado. Lo seguía el especial semanal de ABC Battered Children que resaltaba los problemas morales de los médicos en cuanto “primeros en detectar los signos del maltrato”. Los cómics acababan de adueñarse del tema del abuso de niños. El “Hombre araña”, “Rex Morgan” y “Gasoline Alley” tenían historias sobre el tema, mientras que Mary Worth le coqueteaba. El “Hombre araña” tenía un cómic especial sobre el maltrato que circuló entre millones de niños. Pero lo más importante era, tal vez, que cada comunidad en este continente tenía su propio pequeño conjunto de historias de horror locales.

      Para enfatizar la importancia del abuso de niños en el debate público, en una versión anterior de este ensayo, hace cuatro años, escribí: “¿La semana próxima? No lo sé, pero puedo predecir con certeza que habrá mucho que decir sobre él”. Esto era innecesariamente modesto. Uno puede hacer predicciones más específicas, o, en cualquier caso, adivinar correctamente. Esta es una de las cosas que uno podría saber por adelantado: el continuo y enorme sentimiento de liberación que las mujeres experimentaron y expresaron cuando finalmente les permitieron recuperar las maneras en las que sus padres las abusaron sexualmente. También podría adivinar fácilmente que las acusaciones de abuso ritual y ritos satánicos se divulgarían como una franquicia exitosa de pueblo en pueblo. (Se esperaba menos que ninguna jurisdicción fuera capaz de obtener una sentencia tajante al condenar actividades que debían involucrar, a lo largo del territorio, a miles de participantes en estos cultos).

      Menciono algunos de los eventos más mediáticos para que recordemos que no podemos escapar del abuso de niños ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso es que constantemente nos han vuelto más conscientes de una maldad objetiva que existe entre nosotros, pero hemos sido muy buenos en ignorar? Hay una cantidad de pensadores constructivistas, comprometidos con la idea de que las categorías y las clasificaciones son construcciones sociales, que se resisten a ver el abuso de niños desde la perspectiva de “crear personas”. Estos nominalistas que en otros casos serían meticulosos, protestan y dicen que el abuso de niños es un maltrato real que finalmente ha sido descubierto después de haber estado oculto por generaciones. No estoy en desacuerdo. Creo que el movimiento del abuso de niños ha efectuado la más valiosa, y a la vez más desalentadora, concientización de mi vida. Ha prendido las luces y nos ha obligado a mirarnos al espejo. El reflejo no ha sido gran cosa.

      El caso es que para 1960 nadie tenía la más remota idea de lo que contaría como abuso de niños en 1990. No es como que supiéramos qué males debíamos encontrar y al final nos topáramos con más de lo que buscábamos. Aunque ahora confiamos en nuestra letanía de las atrocidades que se les pueden hacer a los niños, todas las cuales

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