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Sexo, violencia y castigo. Isabel Cristina Jaramillo Sierra
Читать онлайн.Название Sexo, violencia y castigo
Год выпуска 0
isbn 9789873620904
Автор произведения Isabel Cristina Jaramillo Sierra
Жанр Социология
Серия Género
Издательство Bookwire
Quien le daría importancia a la casualidad de que poluto –polluted– alguna vez tuvo el siguiente significado, en palabras del suplemento del Oxford English Dictionary: “(informal, original de USA) Intoxicado, borracho; bajo la influencia de las drogas”. ¿Seguro no es sino otro uso jocoso, como “marinado” pickled, “aplastado” plastered, o “caído” smashed? Claro. Sin embargo, el término polución fue usado en relación con el alcohol en la época en la que se construyeron las bases para su prohibición en Estados Unidos. No estoy tan seguro de la conexión del término con el uso de drogas, pero sí parece coincidir con el primer pánico que se dio en los Estados Unidos en relación con las drogas a principios de siglo. La autopolución, el autoabuso, el abuso de sustancias, “poluto”.
Mary Douglas (1966) ha hecho famosa la tesis de que las sociedades se definen a sí mismas a partir de su relación con la polución, tanto “literal” como “metafórica”. Pongo las palabras en comillas porque Douglas nos ha hecho caer en cuenta, por ejemplo, de que la mugre no es tierra, sino que es algo cargado de significados implícitos. Ha demostrado que no es accidental que la palabra polución sea usada por los fanáticos de la ecología y que sea importante en sus organizaciones y grupos de avanzada de la misma manera que las abominaciones del Levítico o con los ritos de purificación de las tribus Lele en Zaire (hoy la República Democrática del Congo).
Aunque mi preocupación es con una metáfora más antigua e indirecta sobre la polución, creo que es plausible conectar el abuso de niños con la polución. Esta es la retórica de los setenta: “la sociedad ha tomado algunas medidas tendientes a corregir la polución ambiental. Pero ha hecho muy poco por corregir la polución social de las ecologías de muchos estadounidenses –las ecologías polutas llevan a muchos padres a abusar de sus hijos–” (Zigler, 1977).
Cada sociedad tiene su propio registro de poluciones y purificaciones. A la mayoría de las personas les parecen naturales e inevitables los de su propia sociedad, mientras que los de otras personas les parecen raros y hasta cómicos. El incesto es lo más cercano que tenemos a un tabú generalizado, a pesar de que el tipo de relaciones que se prohíben varían enormemente entre cultura y cultura.
No se necesita mucha imaginación para sugerir que, si el abuso N está conectado desde su concepción con la polución, la transformación del abuso de niños en incesto es simplemente un caso de retorno de la palabra abuso a su hogar en la categoría de polución. Es posible sugerir también que otras cosas están sucediendo. Por ejemplo, está bien hablar de maltrato infantil, mientras que el incesto es algo tan horrible que ni siquiera puede ser mencionado. Pero el incesto se convierte en algo de lo que se puede hablar cuando se incluye en la categoría de abuso de niños. Ningún profesional (trabajador social, médico, abogado, profesor o sacerdote) quiere adentrarse en los temas de incesto. Pero ahora es normal que lo hagan con los temas del abuso de niños. En este sentido, la medicalización y la “societización” del incesto han posibilitado que se lidie con el “problema”.
No creo, sin embargo, que esto vaya a la raíz de la cuestión. Dos factores adicionales son evidentes. En primer lugar, una gran cantidad de contravenciones sexuales, entendidas bajo el eufemismo se tocamientos indebidos, ahora hacen parte del incesto, como si fueran la misma cosa. Después del abuso con contacto, aparece el abuso (sexual) sin contacto. Esto es, la región de la polución se extiende radicalmente. El vicio está conquistando nuestra sociedad, no porque seamos más viciosos, sino porque declaramos viciosos una mayor cantidad de actos. Más aún, estamos creando el conocimiento: ahora sabemos que, si un padre alguna vez acaricia a su hijo, finalmente llegará a consumar sus pasiones malvadas si no recibe ayuda de un profesional.
En segundo lugar, aunque el abuso de niños está “societizado” de cierta manera, al volverlo propiedad de las profesiones del cuidado, también está “desocietizado”. Al volver a su lugar habitual, el de la polución, el abuso deja de ser un problema de pobreza, hacinamiento, desempleo, etc. Como lo mencioné anteriormente, desvincular el abuso de estos problemas fue parte de la agenda médica sobre maltrato infantil y buscaba excluirlo de la escena del cambio social. Declarar algo como parte de la polución es sacralizarlo, volverlo sagrado y sujeto a ser tratado como ritual. El incesto ha sido medicalizado solo en la forma como se entendía la medicina antiguamente, como asociada con la brujería.
5.2. Causalidad, categoría y acción
Incluso aquellos lectores que no están familiarizados con la literatura sobre abuso de niños pueden ver que la causalidad, la categoría y la acción están interconectados en formas complejas.
¿Qué causa el abuso de niños? Kempe y sus colegas lideraron el camino con sus modelos médicos y psiquiátricos. Inauguraron la doctrina del ciclo del abuso, de acuerdo con la cual los padres que abusaban de sus hijos habían sido abusados en su infancia (29). Esta doctrina bien podría ser una doctrina sociológica conforme a la cual ciertas condiciones, digamos la pobreza, producen el abuso de niños y se combina con el ciclo de la pobreza. Pero no, la idea es que el trauma del abuso produce ciertas características y defectos que, de no ser tratados, generan comportamientos abusivos.
El modelo de enfermedad solo tiene sentido si hay una certeza de que hay una causalidad subyacente (o una estructura de múltiples causalidades). Debería llevarlo a uno a pensar que ser un abusador de niños es una condición médica, una enfermedad o algo que tiene un origen natural. El tratamiento debería pensarse como análogo al que se da en casos de tuberculosis, donde el objetivo nacional debería ser alcanzar tanto los más altos estándares de saneamiento, como intervenir en el paciente enfermo de forma individual. En el modelo de la enfermedad:
“Se estudia a los padres en términos de lo que hacen mal, de manera que el abuso se ve como un problema de ciertos padres que son inusuales o diferentes de lo normal. El abuso es el resultado de un defecto individual o familiar (…) Y en ese proceso los demás padres son vistos como normales, tan normales como se ve al resto de la sociedad (…) el modelo de enfermedad legitima el rol de una variedad de profesionales de la salud y del cuidado que son vistos como expertos en estos problemas excepcionales” (Parton, 1985, p. 149) (30).
Otra característica de este modelo es que enfatiza la detección o predicción de las familias abusivas. En este tema el grupo de Kempe también fue pionero (31). Pero cualquiera que explore esta literatura estará de acuerdo con que “la investigación sobre la previsibilidad de la violencia no genera confianza sobre la validez o confiabilidad del proceso de evaluación” (Kempe y Kempe, 1978, p. 139) (32).
En lo que se refiere a la acción, los pocos estudios que evalúan programas de tratamiento producen un gran escepticismo. Ciertamente no hay conocimiento tampoco sobre la eficacia de grupos independientes de autoayuda como Padres Anónimos –Parents Anonymous–. Obvio que se ha llegado a proponer cualquier cosa como tratamiento. No es sorprendente que en Carolina del Norte y Georgia se hable de esterilización (Polansky y Polansky, 1968, citados en Gil, 1970, p. 46).
¿Qué alternativas hay a este modelo de enfermedad? Generalmente, ver el abuso como un problema social. A veces hay observaciones específicas: es culpa de la televisión (Beaulieu, 1978, pp. 58-68). Nótese que, aunque esta observación podría explicar la violencia, es mucho más difícil que explique el incesto, el tipo principal de abuso después de 1977.
Por otro lado, hay aproximaciones “socioestructurales” que ven el abuso de niños como una característica de la sociedad y sus normas, no como tipos de actos realizados por individuos. Muchas veces se enfatizan el cambio social y la modificación del rol de la familia y se nos recuerda la anomia. También se ven modelos “sociopsicológicos” (33) que enfatizan en las fallas en el vínculo maternal, perturbaciones en la vida doméstica, hogares rotos (broken homes), etcétera.
De esto queda claro que lo que consideramos