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esta propuesta de lectura orante del Evangelio sirva de instrumento de evangelización con personas creyentes o no creyentes que buscan silencio y paz en los monasterios de vida contemplativa o cristianos que se acercan a encuentros y jornadas de espiritualidad en los que echan en falta a Jesús. Esta propuesta podría servir de apoyo a las comunidades de vida contemplativa y casas de espiritualidad para que puedan llevar a cabo una acción evangelizadora muy importante en estos tiempos, organizando sesiones de lectura orante del Evangelio en un clima favorecido por su testimonio de oración contemplativa, su escucha y su orientación a las personas que se les acercan.

      5. Formato de la obra

      Irá apareciendo en pequeños volúmenes. El primero tiene un carácter introductorio, pues en él expongo algunos temas que pueden ayudarnos a comprender mejor la lectura orante del Evangelio y disponernos a practicarla con eficacia.

      A partir del segundo volumen comienza el recorrido de la lectura orante. Quienes no estén haciendo el recorrido ordenado de los temas encontrarán en los índices el texto evangélico que les interese meditar.

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      EN MEDIO DE UNA CRISIS SIN PRECEDENTES

      No es posible exponer aquí, ni siquiera de manera resumida, los análisis que se están publicando sobre la sociedad contemporánea occidental. No es fácil analizar lo que está sucediendo. Incluso se emplean distintos términos para designar estos tiempos: «modernidad en crisis», «modernidad tardía», «hipermodernidad», «posmodernidad» y otros. Hay un acuerdo bastante generalizado en afirmar que lo que está sucediendo en estos comienzos del siglo XXI está marcando profundamente la vida humana. Muchos piensan que no estamos viviendo solo una época de cambios: estamos asistiendo a un cambio de época.

      El momento actual es complejo y está lleno de tensiones, contradicciones e incertidumbres. No todos hacen la misma lectura, pero casi siempre se pronuncia una palabra: «crisis». Es cierto. La crisis es un fenómeno que se ha extendido a todos los dominios de la existencia y a todos los sectores de la sociedad: hay crisis metafísica, cultural, religiosa, económica, política, ecológica. Están en crisis la familia, la educación, las tradiciones y las instituciones de otros tiempos. Han caído en buena parte los mitos de la Razón, la Ciencia y el Progreso: la razón no nos está conduciendo a una vida más digna; la ciencia no nos dice ni cómo ni hacia dónde hemos de orientar la historia; el progreso no es sinónimo de bienestar para todos. Algunos hablan de «omnicrisis» o de crisis total. Yo me limitaré aquí a tomar nota de algunos datos básicos que me parece necesario tener en cuenta para el objetivo de mi trabajo, que es promover la renovación interior de nuestra fe cristiana aprendiendo a vivir la espiritualidad de Jesús precisamente en estos tiempos de crisis.

      1. La locura del consumismo

      La historia de la humanidad se encuentra en estos momentos atrapada por un sistema económico-financiero generado básicamente por el capitalismo neoliberal. La dinámica que impone este sistema es irracional e inhumana. Por una parte, arrastra a los pueblos más poderosos a acumular bienestar, y, por otra, genera hambre, pobreza y muerte en los países más necesitados de la Tierra. De este modo, está condicionando decisivamente el futuro de la humanidad.

      Este sistema nos ha hecho esclavos del ansia de acumular. Todo es poco para sentirnos satisfechos. Necesitamos más productividad, más bienestar, más tecnología, más competitividad, más poder sobre los demás. Así hemos llegado en los países más desarrollados a la locura del consumismo. La consigna que rige en estas sociedades es clara: «Si quieres ser feliz, has de consumir». El consumismo se propone como un fin en sí mismo. Los demás fines que pueda tener la persona se van debilitando o atrofiando. En pocos años ha crecido de manera increíble la oferta de productos, servicios y experiencias. Continuamente estamos recibiendo propuestas que llegan a nuestros sentidos por la publicidad y por otros medios sutiles y ocultos que despliega la sociedad de consumo para atraernos.

      Se habla ya de una «cultura del asedio». Se nos proponen todo tipo de ofertas: viajes, vacaciones con descuentos tentadores, restaurantes con diferentes estilos de gastronomía, los últimos modelos de ropa de las diferentes marcas, los móviles más sofisticados del año, ordenadores, tabletas, smartphones, coches… Pero se comercializan también ideas, experiencias novedosas, sentimientos, relaciones amorosas…

      El consumismo sigue creciendo. No parece tener límites. Hemos de probarlo todo, experimentarlo todo. Cada vez es más difícil elegir: lo mejor es ir acumulando productos, uno tras otro. Hay que consumir todo lo que se pueda, y cuanto antes, mejor. Todo está a nuestro alcance. Hay que seguir consumiendo, desarrollar cada vez más nuestra capacidad de consumir, buscar experiencias más novedosas y placenteras.

      Este modo de vivir atraídos por el consumismo está teniendo un impacto cada vez más profundo. Muchas personas terminan viviendo solo para satisfacer su sed de nuevas ofertas de consumo. Sin embargo, en su interior puede ir creciendo el hartazgo de tantas propuestas. La teóloga brasileña Maria Clara Bingemer ha definido bien las consecuencias de esta sociedad asediada por las corrientes de la moda, la publicidad y las tendencias: «El riesgo es descubrirse con una identidad nebulosa, sin vínculos afectivos firmes, sin puntos de referencia sólidos, sin alternativa de elección y de pertenencia, sin capacidad para tomar decisiones sobre la propia vida».

      La vida de la persona se reduce a dejarse arrastrar por las distintas corrientes que la llevarán en distintas direcciones. Seguirá alimentando su existencia de necesidades muchas veces artificiales creadas hábilmente por la sociedad de consumo. Necesidades que provienen del exterior y no responden ni a sus necesidades reales ni a los anhelos que brotan desde el interior del ser humano. La autonomía propia de cada uno, que tanto se ha anhelado desde los inicios de la modernidad, está terminando asfixiada por una cultura de consumismo que no nos deja ser nosotros mismos.

      Vivimos en una «sociedad de sensaciones» donde muchos se quedan sin capacidad para abrirse a experiencias más profundas. Este modo de vivir forma ya parte de su interioridad. Ya no hay espacio ni tiempo para la reflexión personal, para tomar decisiones propias sobre la vida ni para buscar otro sentido más profundo a la existencia. La identidad de las personas queda viciada. Su conducta se hace cada vez más difusa y compulsiva. Por eso, el reconocido sociólogo y filósofo polaco recientemente fallecido, Zygmunt Bauman, ha hablado tanto de «modernidad líquida», «vida líquida», «amor líquido».

      2. La huida hacia el ruido

      No es fácil vivir el vacío que crea el consumismo y la superficialidad de nuestra sociedad. Es normal entonces que se busquen experiencias que llenen el vacío interior o al menos lo hagan más soportable. Uno de los caminos más fáciles de huida es el ruido: ya hemos generado una sociedad ruidosa y superficial. Vivimos en la «civilización del ruido» (M. de Smedt).

      Los medios de comunicación han invadido la sociedad. Hoy vivimos saturados de información, reportajes, noticias, publicidad y reclamos. Nuestra conciencia queda captada por todo y por nada: excitada por toda clase de impresiones y, a la vez, indiferente a casi todo. Los medios nos ofrecen una visión fragmentada, discontinua, detallada y puntual de la realidad que hace muy difícil la posibilidad de una síntesis. Este tipo de información tiende a disolver la fuerza interior de las convicciones, atrayendo a las personas a vivir hacia fuera.

      Hemos de destacar, sobre todo, el impacto de la televisión. Ella dicta hoy las convicciones, los centros de interés, los gustos, las conversaciones y las expectativas de las gentes. Lo hace de modo sencillo: produce imágenes y arrincona conceptos, desarrolla el acto de mirar, pero atrofia nuestra capacidad de reflexión, da primacía a lo sensacionalista sobre lo real. Cada vez más la televisión actual busca distraer, impactar y aumentar siempre la audiencia. Introduce en nuestra conciencia información, imágenes y reclamos, anulando nuestra atención a lo interior e impidiéndonos cada vez más vivir nuestra existencia desde sus raíces.

      Por otra parte, el desarrollo de la telefonía móvil y de la comunicación informática nos ha introducido de manera acelerada en una nueva cultura donde se impone lo

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