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      IN CRESCENDO

      BEATRIZ BERROCAL PÉREZ

       Primera edición en digital: abril 2017

      Título Original: In Crescendo

      ©Beatriz Berrocal

      ©Editorial Romantic Ediciones, 2017

      www.romantic-ediciones.com

      Imagen de portada ©Opolja

      Diseño de portada: SW Dising

      ISBN: 978-84-16927-41-8

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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       Índice

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Capítulo 16

       Capítulo 17

       Capítulo 18

       Capítulo 19

       Capítulo 20

       Capítulo 21

       Capítulo 22

       Capítulo 23

       Capítulo 24

       Capítulo 25

       Capítulo 26

      El ruido que ha hecho el tapón de la botella de cava al ser descorchada por Luis, me ha sacado repentinamente de mis pensamientos, no es el momento para estar cavilando, y menos aún para darle vueltas a algo que ya no se puede cambiar.

      —Propongo que brindemos por el mejor de los yernos.

      Y, mientras mi suegro derrama el espumoso líquido en las copas que todos le acercan, yo permanezco catatónico con los codos apoyados en la mesa.

      —¡Nacho, por Dios! Que estamos brindando por ti...

      Al mismo tiempo que mi mujer trata de llamarme la atención, me pongo en pie e intento parecer lo más natural posible.

      —Por el nuevo director del Banco Pelayo.

      Y el tintineo de las copas chocando entre sí, me parece como el tronar de una bomba dentro de mi cabeza.

      Paloma me abraza e intenta darme un beso en la boca mientras el resto de la familia aplaude.

      —¡Qué pena que Marta no haya podido estar! Dichosos exámenes...

      Mi suegra se seca los ojos emocionada, porque mi hija Marta siempre ha sido su nieta predilecta, y aunque esté rodeada de sus hijos y sus otros nietos, echa de menos a la primogénita.

      El recuerdo de Marta hace temblar mis piernas, yo también acuso su ausencia, sobre todo porque sé cuál es el verdadero motivo de que hoy no esté aquí. Trato como puedo de que mis ojos no me delaten, y sacando de dentro la poca fuerza que me queda, hago lo posible para recibir las felicitaciones de todos aparentando la alegría que en estos momentos se espera de mí.

      —Enhorabuena, papá. Oye, ahora que vas a cobrar un pastón, podrás subirme la paga, ¿no?

      —¡Pero Chimo, por favor! Es increíble, tú vas a lo tuyo... —le reprende mi mujer.

      Mi cuñada hace entrada en el salón con una enorme tarta que con letras de chocolate me da una vez más la enhorabuena. Uno de los niños ha puesto en peligro la estabilidad del dulce y un estallido de voces se lanza contra el chiquillo que, abrumado, se pone a llorar tan fuerte como puede.

      ¿Cuándo acabará todo esto? Solo tengo ganas de encerrarme en mi cuarto, de estar en silencio, completamente solo, rodeado únicamente de mis recuerdos, de tantas vivencias como he reunido en tan poco tiempo.

      Está todo concentrado en mi mente, escondido en los recovecos de mi cerebro, allá donde se destierran los momentos más intensos para que nadie tenga opción a penetrar en ellos, para que, siendo solo míos, pueda deleitarme al evocarlos, recrearme aunque me duelan.

      Han sido tan solo unos meses de mi vida, solo una parte de estos cuarenta y cinco años que estoy a punto de cumplir, y sin embargo, me han transformado por completo.

      Necesito tiempo, tiempo para pensar, para reposar todo, para ordenar mi pobre cabeza porque de no ser así, estoy seguro de que tarde o temprano explotará, como el tapón de esta otra botella de cava que se está descorchando.

      —¡Que no se diga! Uno no tiene un yerno como director de banco todos los días. Venga, otro brindis, ahora por la mujer del director. ¡Por mi hija!

      Mientras mi mujer se siente el centro del mundo en estos momentos, en un arranque de humanidad, susurra en mi oído:

      —Sigo pensando que deberías de haber tratado de localizar a Román para invitarlo a venir, al fin y al cabo, tú no ocuparías su cargo si él no se hubiera marchado, ¿no?

      Sus últimas palabras retumban en mi mente como un eco ensordecedor que me rebota en los huesos del cráneo como si estuviera completamente hueco.

      “Si él no se hubiera marchado, si él no se hubiera marchado...”.

      Malditos recuerdos, benditos sean.

       2

      —Román Salgado, mucho gusto.

      El recién llegado director del Banco Pelayo estrechó mi mano a la vez que con un gesto afable trataba de romper el hielo ante la expectación creada con su llegada.

      —Coronado será un gran apoyo para usted, se lo aseguro —le dijo el consejero delegado, refiriéndose a mí con la confianza que avalaban los veinte años que llevábamos trabajando juntos.

      Román Salgado me miró sonriente. Parecía un tipo cordial, pero la experiencia me ha enseñado a no hacer juicios antes de tiempo, era el tercer director de banco que conocía, y desde mi eterno puesto de segundo de a bordo los había visto ganarse al personal con palabras amables al principio, para después mirar únicamente por sus intereses. El tal Salgado, no tenía por qué ser diferente por más campechano que pareciera aquel primer día.

      —Pues me va a hacer falta tener ayuda aquí, se lo aseguro —me dijo—, los comienzos siempre son difíciles para el que llega.

      Acto

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