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conseguiría un empleo. Era feliz en el convento ayudando en el aprendizaje de los niños que vivían ahí, pero extrañaba a su amiga, y quería salir más allá de esas frías paredes de piedra. Su sueño de comenzar a abrir una escuela para niñas tendría que esperar un poco, antes necesitaba saber que Olivia estuviera bien.

      Estaba a punto de dar la vuelta para regresar dentro del convento, cuando una voz masculina la dejó paralizada en el acto, todo su cuerpo se estremeció al escucharla.

      —¿Qué está pasando, Richard? Por qué has dejado de entregar los víveres.

      El mozo se puso en el acto a recoger la caja de verduras y emprendió camino sin siquiera decir una palabra. Comenzó a ponerse nerviosa porque sentía la presencia del hombre parado detrás de ella, lo más correcto era darse la vuelta y disculparse por entorpecer el trabajo de los demás. Se giró sobre sus pasos para quedar frente a frente con el cochero, pero nada la podría haber preparado para tener un encuentro de esa magnitud, era el hombre más guapo que sus ojos habían visto.

      Aunque ahora sus ojos grises la estaban fulminando, como si fuera la culpable de todas las desdichas que aquejaban a Londres. Marian no comprendía por qué estaba tan enfadado, pero lo mejor que podía hacer era pedir una rápida disculpa y retirarse.

      —Discúlpeme, no fue mi intención entretener al joven.

      Caminó lo más rápido que sus pies se lo permitieron y regresó a la seguridad del convento. Ese hombre la había alterado lo suficiente como para que sus manos temblaran. Llegó a la pequeña habitación que utilizaba desde que su amiga se había marchado, y corrió a la ventana para ver cómo seguían bajando las cajas de víveres. Ese hombre daba órdenes a diestra y siniestra; sin darse cuenta, se mordió el labio en un gesto de nerviosismo, no tenía la menor idea de lo que le pasaba, veía hombres cuando llegaban los víveres o si tenía que salir al mercadillo, pero ninguno de ellos provocó que su corazón se detuviera por unos momentos. Si ponía la mano sobre su pecho podía sentir el latido desbocado, sus manos temblaban y no era precisamente por miedo. Cerró los ojos recordando su mirada penetrante, aunque parecía que quería que desapareciera de la faz de la Tierra, ella se quedó impresionada.

      Era una lástima que Olivia no estuviera ahí para poder contarle lo que sentía, debía buscar la manera de llegar a la casa de la duquesa para saber de su amiga, la extrañaba tanto, pero no tenía manera de comunicarse con ella; a lo mejor si le escribía una nota, y se la enviaba con el cochero… su mirada recayó en el carruaje, pero para su mala suerte, ya estaba emprendiendo camino de regreso. De cualquier manera, no creía que el cochero hubiera querido llevar la nota para una simple doncella y ni pensar en que su respuesta tardaría muchos días en llegar.

      CAPÍTULO 3

      Decepcionada de no poder ver a su amiga, se pasó la tarde ayudando en las labores del convento, pero decidió que en cuanto pudiera le diría a la madre superiora que quería trabajar en la casa grande, tal vez ella le conseguiría un empleo de manera más rápida. Era muy favorecida por la duquesa, tal vez ella le podría enviar una misiva a la duquesa pidiendo el favor de que la aceptara como doncella.

      Claro, con lo que no contaba es que la madre superiora se pusiera enferma y se opondría rotundamente a ayudarla para conseguir ese empleo. Al parecer, había cogido unas fiebres espantosas que la dejaban agotada, pero Marian se negaba a tener que esperar por más tiempo para poder saber algo de Olivia; así que, aprovechando que las hermanas eran las encargadas del convento, pidió permiso para salir a visitar a su amiga. Las hermanas, que sabían de lo unidas que estaban, no fueron capaz de negarse a tal súplica. Aunque tuvo que rogar de manera insistente, por fin comenzaría el viaje para reunirse con Olivia.

      El camino era largo y para llegar a la zona más concurrida de Londres tenía que caminar por varias horas, pero eso no se lo dijo a las hermanas para que no se preocuparan. Les aseguró que tomaría un coche de alquiler tan pronto como le fuera posible conseguir uno. Los pies le dolían de haber caminado mucho, tanto, que tuvo que detenerse varias veces por el camino para descansar. Nunca antes había hecho un viaje tan largo a pie y el camino no ayudaba mucho porque la gravilla le lastimaba la planta de los pies, y eso que llevaba puestos sus botines que le quedaban enormes, pero eran los zapatos más resistentes que tenía. Tenía que darse prisa si quería llegar antes de que cayera la tarde. Había salido al alba, así que esperaba estar a buena hora en la casa de la duquesa, de otra manera, estaría en problemas porque no tendría dónde pasar la noche.

      Nunca un trayecto se le había hecho interminable como ese, pero si quería saber algo de su amiga bien valía la pena tanto esfuerzo. En cuanto llegó a lo más concurrido de la ciudad, se detuvo a descansar en un banquillo del parque que estaba alejado de la vista de la buena sociedad londinense que salían de paseo en sus caballos o en calesas. Se quedó maravillada con la muestra de opulencia y lujo con la que vivía la alta sociedad. En ese preciso instante estaba cautivada por los vestidos de las damas que, de manera primorosa, daban color al paisaje; sin querer, se miró su vestido color gris y sus botines que eran un número más grande; para su mala suerte, incluso estaban llenos de lodo. Suspiró pensando que deseaba tener otra vida, no es que anhelara pasarse la vida de fiesta en fiesta como lo hacían las damas de sociedad, pero lo que sí deseaba era tener una vida fuera del convento. A escondidas, leía ciertas novelas que había encontrado en la biblioteca donde gallardos caballeros llegaban a rescatar a damiselas en peligro y no es que se considerara una, pero el sentimiento que reflejaban en esas páginas parecía tan real que para Marian era casi imposible concebir un amor tan grande. El único cariño que tenía en la vida era el de Olivia, que era como su hermana, aunque no lo fuera de parentesco, el vínculo que las unía era mucho más fuerte que la sangre.

      Se pasó una mano por su cabello tratando de acomodar un mechón que se había escapado de su moño que llevaba bajo la nuca. Se levantó para acercarse a un charco de agua y tratar de limpiar sus botines. No quería llegar sucia a la casa de la duquesa y dar una mala imagen. Sintió que uno de sus botines se atoraba entre el pasto del parque, al jalar fuerte sintió cómo se despegaba la suela, mojando su pie por completo.

      ¡Fabuloso, ahora sí que llegaría hecha una auténtica pena! Salió arrastrando parte de la suela de su zapato y caminó por una de las veredas empedradas sin percatarse que detrás de ella caminaban un grupo de mujeres acompañadas por sus respectivas doncellas. Tan distraída estaba que no se dio cuenta de que llegaban a su altura y una de las damas la empujaba, provocando que cayera de golpe al suelo, mientras las demás se reían disimuladamente detrás de sus abanicos. Levantó la vista y se quedó paralizada al reconocer en ese grupo de mujeres un rostro demasiado familiar, la misma mujer que la había empujado era alguien tan cercana para ella que del asombro no fue capaz de decir una palabra. No podía ser, estaba segura de que su ansia por encontrar a su amiga la empujaba a imaginar cosas que no eran, la elegante dama que la había empujado nada tenía que ver con ella.

      —¿Estás bien? —Escuchó que le decía una voz preocupada, giró la vista para ver que una de las doncellas que acompañaba a las mujeres le sonreía con amabilidad y por un instante sintió ganas de llorar. Volvió la vista al suelo para ver sus manos raspadas y llenas de lodo. En su mente no se dejaba de repetir el pensamiento de que tenía que estar equivocada. No podía ser cierto, pero esa mujer era tan parecida a Olivia que podría jurar que eran la misma persona—, ¿estás bien? —le preguntó la doncella de nuevo; esta vez la voz la sacó de sus pensamientos, se levantó con dificultad del suelo tratando de no mostrar el dolor por la caída.

      —Claro —dijo limpiándose las manos en la falda de su vestido dejándola sucia, pero ya nada le importaba, de cualquier manera, llegaría hecha una pena—, soy una torpe, seguramente he tropezado con la gravilla.

      Ambas sabían que no era cierto, pero no podían decir nada en contra de sus señoras, ya que llevaba el riesgo de ser despedidas o incluso llevarse un buen castigo. La doncella, al ver su zapato despegado, frunció los labios en una fina línea como si desaprobara su aspecto. Por suerte no dijo nada, Marian la miró con detenimiento, era una chica muy joven, posiblemente tendría unos dieciséis años. Sus mejillas regordetas sonreían con amabilidad.

      —Me llamo Molly, me tengo que marchar o

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