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de que no resolver el problema era mucho más rentable políticamente que resolverlo. Sin duda, esto contribuyó a la improvisación, al caos, al desorden y a una pérdida de recursos y tiempo valiosos, pues la situación política estaba estructurada de tal manera que ciertas opciones en materia de seguridad eran imposibles de perseguir y otras eran prácticamente obligadas por las circunstancias. No estamos convencidos de que esta situación haya sido solucionada, y es muy posible que este ambiente político siga abonando a una falta de resolución del problema.

      En otra línea de argumentos sobre el nuevo ambiente político del país, Samuel González, exdirector de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada (uedo) de la pgr, argumentó que “no se puede explicar lo que pasó, lo que heredó Calderón, si no se analiza la lucha política de 2004-2005. Fox y López Obrador dividen al país en dos. Hubo una división extrema [en] un momento político importante del país. Es el momento en que se fragmenta el país y se abre el hueco para la delincuencia organizada. El proceso de resquebrajamiento político iba a conducir a una lucha política, descuidando el elemento más importante, que era la lucha contra la delincuencia. Estaban distraídos. La lucha política distraía de la realidad”.

      Entre los entrevistados existe entonces un consenso relativamente importante de que las estructuras de seguridad heredadas por Calderón estaban “profundamente penetradas… [y] no había capacidad para detener ese proceso” (Bailey), y de que los estados estaban rebasados, pero que las condiciones políticas no permitían el nivel de coordinación necesario para hacerle frente al problema. Se concuerda en que los estados cobraron centralidad en el tema a partir del año 2000, convirtiéndose en una línea de acción, pero también se convirtieron en una ruta llena de riesgos políticos. Fue así como Michoacán llegó a ser el primer experimento; pero hasta su éxito se convirtió en un problema: ante este primer laurel en Michoacán, el presidente replicó la estrategia en otros lados con resultados muy cuestionables.

      Vicente Fox, la transición política y el crimen organizado

      El contexto políticamente complejo no fue hechura de Calderón, por supuesto. Fue un elemento estructural bajo el que el calderonismo tuvo que operar, sin muchas opciones.

      La mayoría de los treinta y cuatro entrevistados para este libro, por ejemplo, coincidieron en que las agencias gubernamentales no estaban preparadas para atajar el problema de inseguridad. La transición política había mermado la capacidad institucional del Estado vis-à-vis con la delincuencia organizada. Una de las agencias más afectadas por la transición política, por ejemplo, fue el Cisen, la agencia mexicana de inteligencia. Entre los entrevistados, se argumentó que el Cisen fue una agencia gubernamental lastimada por la administración de Fox debido a que éste creía que el Cisen había sido utilizado como un instrumento para investigar a los enemigos y a los críticos del régimen y no necesariamente para recopilar y analizar información y datos sobre los enemigos del Estado mexicano o la delincuencia organizada. El presidente Vicente Fox Quesada había encontrado un expediente sobre su persona, lo cual alentó su animadversión hacia el Cisen, y buscó debilitarlo. “Fox fue al Cisen. Lo reciben en una sala. Vengo a ver aquí la cueva de delincuentes… Todo mundo entró en pánico. El director le entregó un legajo, con un sexenio de proyección” (Carrillo Olea).

      Lo que es claro es que el presidente Fox no confiaba en el Cisen ni en la Segob. “Le quita la policía [federal] a Gobernación para retomar el control” (Aguilar). Quizá Fox hace del Cisen un blanco de su antipatía justificadamente, ya que “¿cómo rearmar mecanismos institucionales que le sirvieron al pri en su hegemonía?” (Astorga). En la entrevista con Guillermo Valdés Castellanos, éste coincidió en que el estado de las agencias de inteligencia de México al llegar Calderón a la presidencia no eran lo que deberían haber sido: “Fox creía que el Cisen era una cueva de espías… cuando llegué, las computadoras eran del año de la canica, los coches parados… sobre inteligencia estratégica no había casi nada… Llego a empezar de casi cero”. Alternativamente, Jaime Domingo López Buitrón, que fue titular del Cisen durante la administración de Fox, argumentó que el Cisen sale fortalecido porque cuando él entró a ese organismo, “había proyectos ya con un gran avance… que [lo pusieron] a la altura de los órganos de inteligencia civil más importantes del mundo”.

      López Buitrón asevera que el Cisen tenía solidez institucional “basada en el ciclo de inteligencia, en las mejores experiencias internacionales en la materia, en su doctrina y sobre todo en el paso de muy valiosas generaciones de funcionarios que han construido al Centro a lo largo de los años, han forjado una gran institución” (López Buitrón, 2014). Es asombroso que dos directores del Cisen, uno sucediendo al otro inmediatamente, recuerden las cosas de manera tan diferente. Se afirma nuestra tesis inicial de que la verdad no existe; sólo las interpretaciones y las percepciones, y éstas dan paso a la verdad de cada uno. Pero independientemente del estado del Cisen, lo que queda claro es que el gobierno mexicano no estaba preparado para entender los parámetros del problema y gran parte de la inteligencia necesaria fue construyéndose conforme avanzó la estrategia.

      Pero hay quienes argumentaron, sin embargo, que “no fue Fox el que le dio en la torre al Cisen. Fue Zedillo. Hizo manejos indebidos del Cisen. El que echó a perder las cosas fue Zedillo… Zedillo destruye el Centro de Planeación para el Control de Drogas (Cendro) de Tello Peón. Zedillo destruye al Cisen [porque] acaba convirtiéndose en inteligencia criminal… y no hay distinción entre tipos de inteligencia” (Carrillo Olea).

      Es difícil verificar cuál de los dos presidentes (Zedillo o Fox) o si los dos debilitaron al Cisen, y si su uso para el combate del crimen organizado fue la mejor ruta, pero, independientemente de eso, el debilitamiento del aparato de inteligencia constituyó un problema serio para la administración de Calderón. En 2006, el Cisen no tenía la capacidad necesaria para ser un instrumento efectivo de la estrategia de seguridad (Bagley). Así pues, se cierne todo un debate sobre el estado de las instituciones necesarias para combatir el crimen organizado de una manera más quirúrgica, apuntalando los señalamientos de aquellos que argumentan que el crimen organizado se debió haber combatido necesariamente con las fuerzas armadas, por lo menos mientras se reconstruían las instituciones.

      Este debate no es trivial para el México del sexenio de la 4T. Claramente, al inicio de la administración del presidente López Obrador, el Cisen se percibió como un nodo problemático para enfrentar a la delincuencia y se decide transformarlo nuevamente, ahora en Centro Nacional de Inteligencia (cni), adscrito a la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana (ssppc). Su misión es generar inteligencia estratégica, táctica y operativa para el Estado mexicano. No queda clara, sin embargo, su orientación hacia la inteligencia que busca la viabilidad y protección del Estado mexicano y su orientación hacia la inteligencia de la delincuencia organizada. El cni nace con esta confusión, la cual le costó enormemente al propio Cisen. Y el cambio de Cisen a cni sólo demuestra, una vez más, la dificultad de construir instituciones de Estado en México, una debilidad que, sin duda, alienta el crecimiento y fortalecimiento de la delincuencia organizada.

      Además, hay confusión hasta en el propio concepto de inteligencia y lo que se supone que el Cisen, hoy cni, debe hacer. Como lo expresó

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