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las feministas de esa región, con menguadas contemplaciones de clase, argumentaban acerca de la subalternancia de las muje­res. Se pueden leer en estos textos parte de las primeras producciones de la autora y también su autobiografía que llega hasta poco más de mediados de la década de 1920. Lamentablemente su promesa de continuar­la no se cumplió, de lo contrario podíamos habernos asomado a las difíciles circunstancias que la acompa­ñaron durante los años de la Segunda Guerra y la fase de climax del estalinismo con el que no comulgaba.

      Las principales nociones del feminismo de Kollontay podrían así sintetizarse: a) Las mujeres no han sido forjadas a su condición secundaria por la Naturaleza sino por las condiciones sociales; b) el capitalismo es el responsable por el sometimiento de ambos sexos; c) la liberación de las mujeres sólo puede asegurarse con la modificación radical del sistema capitalista; d) la clase obrera está siempre más cerca de la liberación de las mujeres debido a su ínsita posición de “compa­ñerismo” y de “solidaridad esencial”.

      Cuando Kollontay aborda la “grave cuestión sexual” de su tiempo, y debe entenderse como tal los proble­mas relacionados con las separaciones matrimoniales y especialmente con el adulterio, una facultad fran­queada para los varones, subraya lo morigerado de la crisis entre los trabajadores. Su entrañable identifica­ción con la clase la lleva a sostener la mejor correspon­dencia que existe entre esta y los auténticos principios de la moral, sobre todo cuando se trata de la familia. Dedica anatemas a las consagraciones facilistas de las “feministas burguesas” que critican la institución del matrimonio legal desde la perspectiva de la “unión o el amor libre” pero en verdad era un reclamo caro a las anarquistas, que tampoco comulgaban con las “fe­ministas burguesas”. No puede sustraerse la inter­pretación de estos textos tempranos de Kollontay del momento histórico que los forjaron. Su desconfianza en el feminismo de las “progresistas burguesas” arrai­ga en su oposición radical a cualquier iniciativa atri­buible a la dominación capitalista.

      Desde mi perspectiva, Kollontay aumenta la pro­yección de su ejemplaridad a propósito de la actua­ción que le cupo como Comisaría del Pueblo durante unos meses, en el transcurso de 1918, cuando ya se ha­bía impuesto la Revolución. En ese cargo que constitu­ye la primera experiencia pública moderna en manos de una mujer y del que fue rápidamente separada por las oposiciones que suscitaba, llevó adelante reformas fundamentales para las congéneres. Su preocupación con el estatuto de la maternidad la coloca en una si­tuación aventajada, pues en relación a esta crucialidad de “destino” según el fórceps epocal su intervención fue relevante. En su autobiografía se demora especial­mente en esa saga. Ella había escrito un voluminoso análisis dedicado a la maternidad en el transcurso de su exilio alemán, pero debemos lamentar que no haya sido traducido. Sus preocupaciones con la condición del maternaje se basan en una interpretación más au­daz que refiere menos a las obligaciones que a las limi­taciones. Fue aguda en la percepción del significado de hacerse cargo de la crianza de la descendencia, espe­cialmente para las proletarias. Había en ello también una referencia propia, una resonancia de las enormes dificultades que vivió, obligada a largas separaciones de su pequeño hijo.

      1 Karen Offen, “Definir el feminismo. Un análisis históri­co comparativo”, Revista Historia Social, 1991, nº9 p 103136

      2 Dora Barrancos, “Feminismos entre la guerra y la paz”, Revista La Aljaba, Vol, XX, 21016 p 1933

      .

      lAs llAvEs DEl Amor EN KolloNtAy

      Hay un antes y un después de los aportes, escasa­mente valorados, de Alexandra Kollontay en cuanto a muchos aspectos referidos a la emancipación de la mujer. Hay un antes y un después adormecido en la in­justicia de la historia patriarcal, vedado por generacio­nes enteras en las sombras de un relato sin su potencia real. Alexandra fue una revolucionaria de su época y también es figura de la nuestra, porque a 100 años de distancia la actualidad de su pensamiento y su obra son herramientas útiles para la construcción del fe­minismo popular.

      La riqueza de su producción posee múltiples aristas, y una de ellas es la referida al “enigma del amor” y su perspectiva ligada al desarrollo histórico. Alexandra nos dirá con mucha lucidez que a lo largo del tiempo la humanidad ha intentado diversas formas de resol­verlo y que las “llaves” para acceder a él dependen de la época, de la clase y del espíritu del tiempo, o lo que podemos llamar la cultura.

      El amor en Kollontay no tiene una ligazón estricta con los determinantes sexuales, instintivos, biológicos

      o naturales, sino que es situado como un factor psicosocial. Valorar esta ruptura de sentido y su ubicación a partir del registro histórico, nos lleva a la evidencia de la construcción de un fenómeno usualmente em­parentado a lo natural y en particular a la naturaleza de la condición femenina. En esta apuesta por situar el amor a partir de una perspectiva histórica, Alexandra nos aporta elementos centrales para la interpretación y elucidación de cuánto y cómo, desde la ideología y moral burguesas, se ha construido el amor en tanto pasión ciega, absorbente, exigente, anclada en un sen­timiento de propiedad espejando los valores capitalis­tas que producen subjetividad.

      Comprender que el amor no es un asunto personal e individual, permite reflexionar meramente sobre los efectos disciplinadores de su alineamiento bajo una cultura que construye desde el romanticismo la ex­clusividad y habilita la violencia. Kollontay le reprocha al sistema la producción de deseo egoísta, de el “apro­piarse” para siempre del ser amado, y las consecuen­cias desiguales de este esquema en tanto fortalece la arrogancia masculina mientras en la mujer opera una “monstruosa renuncia de sí misma”.

      Alexandra puso bajo sospecha la construcción hegemónica del amor, considerándolo un fenómeno his­tórico, psicosocial y proponiendo que el proletariado no deje “de prestar atención al papel psicosocial del amor”, entendiendo el rol amplio de este fenómeno más allá de las relaciones sexuales, es decir, en la po­sibilidad del reforzamiento de los lazos, no solo conyu­gales o familiares, sino como fuerza para el desarrollo de una solidaridad colectiva universal.

      De esta manera la autora consolida una propuesta ba­sada en la igualdad recíproca, en el reconocimiento de los derechos del otro/a, rompiendo con la pretensión de po­seer y promoviendo el amor como camaradería, desarro­llando de manera más amplia y amorosa las aptitudes de escucha y comprensión de lo anímico, tradicionalmente restringidas a las características “femeninas”.

      En esta clave de camaradería y unidad es que Alexandra cifra la realización posible de una sociedad nueva, con “hilos tendidos de alma a alma, de corazón a corazón, de espíritu a espíritu”. Es en la interacción de la esfera emocional y material que el amor podrá tener un lugar privilegiado, en tanto sentimiento co­lectivo, potenciador de lazos sociales.

      Si bien parte de lo que plantea Alexandra en este y otros de sus aportes fue luego desarrollado y hasta superado como parte del despliegue del movimiento revolucionario en el siglo XX, así

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