Скачать книгу

con los límites rocosos de las orillas del lago, lo que les provocaba heridas, infecciones y, a veces, la muerte. También descendían a las profundidades a gran velocidad para aplastarlos con la creciente presión hidrodinámica y luego hacerlos explotar por descompresión acelerada subiendo a la misma velocidad.

      Era una lucha perdida y complicada que parecía que los parásitos no superarían, pues sus restos muertos quedaban pegados al kostoviano de por vida degradándose y sirviendo de alimento para hongos y bacterias. Útiles e incómodos avisos para otros parásitos.

      Los kostovianos, alimentándose de otros animales acuáticos, aumentaron el tamaño de sus apéndices craneales para emitir luz y aumentar su sensibilidad a los ligeros cambios de temperatura, asociados a la vida circundante y a sus presas. A nivel interno, su sistema nervioso fue aumentando la sensibilidad a los estímulos externos y un día sucedió… captó la mente de un tidal, captó una sensación a través de una conexión nerviosa del quiste de unión y se produjo la magia: captó sus sensaciones térmicas, pero mucho más allá de sentir su presencia sintió lo que él sentía de su entorno; calor, velocidad, viscosidad de un modo distinto, desde un cuerpo que no era el suyo.

      La mutación en el sistema nervioso del parásito conectó su red neuronal con la del huésped, y un millón de años de evolución terminaron en un ecosistema en el que al menos la mitad de sus seres vivos conectaban sus sistemas nerviosos los unos a los otros para vivir en simbiosis y, tras mucho tiempo y cientos de generaciones, compartir sensaciones.

      Los kostovianos, en la cima de la pirámide evolutiva, aprendieron a dominar el resto del ecosistema y a construir un equilibrio ecológico en un mundo limitado en espacio y recursos.

      Los apéndices sensoriales crecieron en tamaño y adaptabilidad, y finalmente se convirtieron en el punto de conexión con el resto de animales a los que pastoreaban, alimentaban, controlaban y, si fuera necesario, convertían en su fuente de alimento. Que fuera un parásito tidal el primero en unirse neuronalmente enseñó a los kostovianos la dependencia que tenían de ellos los tidals y su superioridad natural sobre estos. Recrear este tipo de dependencia en las mentes sencillas de los animales inferiores fue un juego de niños, todo un ecosistema convencido de su dependencia, sobre una especie superior, les hacía servir de ganado y de herramientas sin verse afectados por el miedo a un depredador.

      Los kostovianos sacaron partido de sus parásitos, elevaron su desarrollo cerebral y crearon un ecosistema equilibrado en el que controlaban el crecimiento del resto de las especies de su mundo acuático. Su propia evolución elevó su nivel de conciencia y les hizo preguntarse cómo era su mundo y qué había más allá de sus límites físicos y mentales.

      ¿Por qué había aire en la zona superior?, ¿por qué la presión de las profundidades era mayor que donde la nada, el aire, estaba presente?, ¿por qué el fondo marino irradiaba luz infrarroja aquí y allá, y era oscuro o frío en otras zonas?, ¿por qué solo hay luz en las profundidades?, ¿por qué el aire es totalmente oscuro?, ¿por qué hay un ruido de fondo en todo el volumen de agua?, ¿por qué el ruido es diferente en el aire?, ¿por qué el fondo vibra?, ¿por qué sale luz de dentro de nosotros y de las demás especies?, ¿por qué el fondo está caliente?, ¿qué son los pozos de lava que cambian el agua y la convierten en burbujas ligeras?

      Crecieron, evolucionaron y respondieron todas las preguntas, dedujeron que eran parte de un todo mucho mayor; un mundo esférico del que ocupaban una pequeña parte, una simple sección segura y llena de vida de la que no eran capaces de salir. Pero que terminarían abriendo a las nuevas aguas que sus estudios geológicos predecían, gracias a sus científicos y su propio afán por mejorar y ensanchar su hábitat.

      MAMÁ

      —¿Estás despierto? —preguntó Musa.

      —Sí, mamá —respondió Krane—, desde hace un rato, incluso antes de detectar a los krovlets revitalizando mi torrente sanguíneo y dándome energía para subir a la superficie. Hoy quiero que demos muchos saltos, me encanta notar la pérdida de peso y la ligereza del aire antes de caer de nuevo en el agua.

      —Iremos a jugar, a su debido tiempo, Krane, no te preocupes, hoy he de seguir trabajando un rato en las chimeneas hidrotermales. Estoy preocupada, he detectado una variación de la energía subcortical por debajo del límite de Cantor que va a suponer un descenso de la temperatura del agua de dos grados, acercándonos al mínimo de confort. Quizás tengamos que utilizar las reservas de energía acumuladas en la lava viscosa. Tengo que revisar los datos de nuevo y abrir las válvulas de lava, si se confirma la pérdida de temperatura. Nadie va a hacer este trabajo por mí, ya sabes que con los demás no podemos contar por ahora, están en las minas ampliando las plantaciones de algas para la nueva ciudad.

      Musa inició el suave movimiento hacia las profundidades con un elegante y enérgico movimiento ondulante y el retraimiento y expansión de sus tentáculos natatorios le llevó a los cuatrocientos metros de profundidad en menos de treinta segundos.

      La oscuridad del lago desaparecía al ritmo que las chimeneas de lava del fondo se acercaban, dándole un color cada vez más infrarrojo al agua. El lento y continuo fluir de la lava era un espectáculo que Musa apreciaba desde que pudo sentirlo directamente a través de su propia piel, después de su alumbramiento doscientos años antes. ¡Cuán diferente era notar las variaciones de temperatura en el agua del lago y fuera del líquido amniótico que se conservaba a temperatura casi constante!

      Musa, como todos los kostovianos actuales, vivió una gestación de cinco años en el interior de su madre, y a Krane, su retoño, aún le quedaban dos años para comenzar su vida autónoma. Quince mil años antes se estableció la ley de un solo hijo para estabilizar la población en su nivel máximo de seguridad y desde entonces ningún kostoviano pudo reproducirse más de una vez.

      Musa disfrutó de su alumbramiento, como solo un ser inteligente puede hacerlo al salir después de cinco años de consciencia compartida, de aprendizaje y de ver las cosas a través de los ojos de otro. La red sináptica común con su madre le permitía recoger cada una de sus sensaciones y pensamientos, pero recorrer el agua por sí misma y tomar ella el impulso para vencer la fuerza de oposición del medio líquido no tenía parangón con nada que hubiera conocido en su gestación.

      Ahora Krane, en su interior, sentía lo que ella sentía y sabía lo que ella sabía, la unión entre un kostoviano y su descendiente iba mucho más allá de lo que otras formas de vida de cualquier planeta pudieran suponer, cuando su reproducción simplemente se basa en la replicación genética del otro. Un kostoviano y su retoño comparten sensaciones, pensamientos, olores, sabores, dolor y alegría comunes, y hablan entre ellos por compartición de sentidos y pensamientos a través de un organismo intermedio de unión entre sus cerebros individuales, un complejo organismo codificador descodificador único entre las especies.

      Las chimeneas hidrotermales eran el lugar de trabajo de Musa, la fuente de calor variable del fondo marino que los kostovianos habían aprendido a controlar, gracias a miles de años de estudio y percepción de su entorno.

      Kostov es un grandísimo ecosistema abierto que sus habitantes describen como cerrado por sus paredes, que nunca han podido abandonar, pero sí percibir, con sus bondades y sus peligros. Un animal que solo se dedica a comer y a buscar comida no tiene mucho interés en su entorno, y cuando las desgracias ocurren muere y se extingue. Un ser inteligente se pregunta por qué pasa lo que pasa y por qué la temperatura del agua es siempre agradable. Algunos kostovianos escogieron el camino de explicar lo que desconocían atribuyéndolo a causas sobrenaturales y terminaron sirviendo de abono para las plantas. Otros lo explicaron diciendo que era gracias a que los kostovianos estaban predestinados a ocupar un mundo idílico y que su sola existencia favorecía la naturaleza de las cosas. Estos terminaron siendo materia orgánica para enriquecer el lecho marino.

      Otros kostovianos llegaron a la conclusión de que el calor obtenido del fondo marino se disipaba por los puntos fríos de los tubos submarinos y los sumideros fríos del lago Trenton, uno de los lagos más grandes del sistema. Son los que mandan ahora y deciden quién de sus congéneres es abono para las algas y sustento para los hongos. En un ecosistema de recursos limitados

Скачать книгу