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de amar y cuidar de otro.

      

      Que él estuviera aquí

       Por Violeta Díaz

       So, so you think you can tell heaven from hell, blue skies from pain Can you tell a green field from a cold steel rail? A smile from a veil? Do you think you can tell?

      (Pink Floyd – Wish you Were Here)

      Una vez me contaron que, siendo yo una recién nacida, me encontraba durmiendo y él fue a verme. Resulta que yo tenía los pies puestos de una manera muy particular – un pie metido entre los dedos del otro - lo mismo que hacía él al dormir. Dicen que cuando lo vio, se puso a llorar. Imagino que ese fue el momento cuando olvidó que quería que su primer retoño fuera hombre, para nombrarlo igual que a él, y se enamoró de nuevo. No por nada me cantaba “Mi niña bonita” de Lucho Barrios cuando yo era pequeña.

      A harta gente le he escuchado decir que es inevitable tener un hijo preferido. No sé si será verdad o no – no soy mamá ni quiero serlo -, pero en el caso de mi familia lo es. Si bien la relación de mis padres con cada uno era buena, mi madre tenía más afinidad con mi hermano, y bueno, él la tenía conmigo.

      Y sí, con él me refiero a mi padre. El que me cantaba canciones como la que ya mencioné, o “La Abejita” de Mazapán, o “It’s Now or Never” de Elvis. Con quien escuchábamos “Here, There and Everywhere”, de The Beatles y la bailábamos abrazados. A quien yo llamaba cuando iba al baño para que fuera a limpiarme, e inventaba toda una ceremonia para ello con diálogos de lo más rimbombantes, los cuales yo replicaba feliz. El que me contaba las historias del Pato Cappuccino y el Pescadito Fish. El que me hablaba en inglés. El que impulsaba mi veta artística y me dejaba contar chistes de Condorito o imitar a la gente cuando llegaban visitas a la casa.

      El que llevó, cuando yo tenía 4 años, un computador a la casa, gracias al cual conocí DOS y aprendí que “manzana” en inglés es “apple”, que “gallo” en inglés es “rooster”, que 2 + 1 es 3 y que 5 – 5 es 0. El que me decía que no estudiara lo mismo que él, porque quería que yo decidiera mi carrera por gusto y no por seguir sus pasos.

      El que escucha la radio Futuro desde que empezó, y que al hacerlo me abrió las puertas de ese paraíso auditivo que es el rock. De su mano, conocí a The Beatles, a The Mamas & The Papas, a Pink Floyd, a Deep Purple, a Led Zeppelin, a The Rolling Stones. El que me hacía escuchar la misma canción de Yes una y otra vez, para que descubriéramos que no solo era una, sino 5 canciones que convivían maravillosamente. El que, cuando íbamos en el auto y empezaba a sonar una canción, se daba vuelta y me preguntaba de improviso “¿Quién es?”. Si yo no sabía responderle, se lamentaba todo melodramático y reclamaba que cómo era posible, que tanta educación musical para nada. El que era plenamente consciente de las prohibiciones religiosas en aquellos terrenos, pero que igual no más escuchaba “Enter Sandman” de Metallica para callado porque pucha que es bueno ese tema, fíjate cómo empieza la guitarra, es tan profunda que parece bajo. El que se raya con una canción en particular y la escucha a cada rato a todo volumen y la canta y le da como caja, hasta que se le pasa y después se raya con otra.

      El ser más mateo e inteligente que he conocido. Todo un ratón de biblioteca oye, qué señor más bueno para acumular libros y devorárselos uno tras uno. El que me presentó las comedias de Molière, las obras de Antón Chéjov y los cuentos de Isaac Asimov. El que siempre está estudiando, porque en esto de la computación no te puedes quedar atrás. El que misteriosamente está siempre al día con todas las series, todas las películas, todos los juegos de estrategia. El que, apenas sale un aparato nuevo, se lo compra porque alguna gracia tiene que tener. El que, después de un rato quebrándose el cráneo frente al computador, se levanta y dice: “Necesito un rato de cine arte” y va y se pone una de Steven Seagal o Chuck Norris. El que, cada vez que van visitas a la casa, comparte un rato y después se va a meter a su oficina y no vuelve, por más que mi mamá se enoje y reclame que ya se fue a encuevar este gallo otra vez. Pensar que yo la apoyaba pensando que qué mala onda esto de no compartir con las visitas: ahora hago lo mismo cuando la gente me aburre y necesito mi madriguera de vuelta.

      El que escuchaba mis llantos y quejas de adolescente, y todo pragmático me explicaba que “adolescente” viene de “adolecer”, o sea que esos años son dolorosos y hay que vivirlos no más. El que sufría conmigo cuando me sacaba alguna mala nota en la U y me decía no importa, yo pasé todos mis ramos y seguro tú también. El que habla poco, pero cuando habla deja la cagada. Asertivo a más no poder, con dos frases bien puestas y sus ojotes bien abiertos es capaz de dejarte K.O. El que parezco perseguir cada vez que me gusta alguien, porque no por nada me atraen los hombres más bien callados y herméticos.

      El que sería el más bacán del mundo, si no fuera por esa religión de porquería que me lo quitó. El que me echó de su casa porque se la estaba “ensuciando”. El que, según me contaron, lloraba a sollozos porque la niña de sus ojos le salió rebelde. El que, desde que me fui, no me habló nunca más – con solo un par de excepciones-, porque claro, hay que respetar la decisión de la hija expulsada y no hincharla para que vuelva, pero también hay que dejar de hablarle porque tiene que darse cuenta de que está en un error. Si La Organización lo dice es por algo, no ves que ellos representan a Dios y Dios sabe lo mejor para nosotros, así que hay que obedecer. El que me miró fijo con esos ojazos y me dijo que no le importaba que yo lo hiciera sufrir, pero que no me iba a perdonar ver a su mujer así de triste por mi culpa.

      El que, así y todo, aceptó mi invitación a ver a Roger Waters en vivo porque recién me habían pagado la práctica y si tenía que ir con alguien, era con él. El que, sin saber que yo lo escuchaba, le decía a mi mamá que cuando sonó “Wish You Were Here” pensaba en mí, y en las ganas que tenía de que yo estuviera allí con él en el otro lado de la vereda. El que apareció en mi mente cuando, 10 años después, David Gilmour vino a Chile, tocó esa misma canción y yo la canté a todo pulmón llorando como Magdalena. Fue ahí cuando supe que esa sería su canción, la que escucho cada Día del Padre mientras veo Facebook con puras fotos de los papás de mis amigos y pienso en que no tengo fotos actuales de él. La que escucho en estos momentos, mientras escribo estas palabras y por supuesto, lloro. Porque recién ahora vengo a caer en cuenta de que llevo un tercio de mi vida sin él, de que ha sido tremendamente difícil escribir y recordar porque se siente todo tan lejano a estas alturas. Es como si los recuerdos se me escaparan y yo tratara de atraparlos para construir una figura incompleta e invertebrada de alguien que ya no está, no porque no puede, sino porque no quiere. Porque su ausencia es, por lejos, la que más me duele. Porque, cada vez que voy a un concierto de rock, miro a mi lado y pienso en que pucha que le gustaría estar viendo lo que veo, pucha que disfrutaría estas canciones, porque fue él el que me enseñó a gozarlas.

      Tal como dice la canción: cómo desearía que él estuviera aquí.

      Acantilado

       Por Alejandra Novo

      14 de febrero de 2015. Ese día volví a sentir angustia, desesperación, rabia y miedo. No podía respirar, solo quería que él me abrazara, me contuviese, me amara. Pero él no estaba, nunca lo estuvo y jamás lo iba a estar. Me dejé envolver por las mariposas y él llegó violento a desarmarme. Estaba hipnotizada por su aroma, dulcemente sometida a su carne, mientras él me tomaba casi a la fuerza. Pensaba que podía gozarlo y no salir lastimada. Pero el amor me enloqueció. Volví a sufrir. Mi ego creía que estaba superado. Me dije: “He conseguido estar bien, sin necesitar estar embobada por un hombre”. Pero me estrellé contra el piso. Aparecieron miles de preguntas. “No soy suficiente, no soy lo que él quiere, no soy buena, nunca me eligen. Si ni mi madre lo hizo, cómo esperar ser una opción para otra persona”. Comenzó el flagelo otra vez con más fuerza. Se destruyó el castillo creado a mi alrededor.

      De donde viene todo este vacío. La carencia gritó.

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