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basada en el acuerdo, permitió que Alemania fuera admitida en la Sociedad de Naciones en 1926, y su muerte en 1929 coincidió con el inicio de la etapa final del periodo republicano (Turner, 1960).

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      Primera página del Vörwarst, órgano del SPD, con un llamamiento a la huelga general. 9 de noviembre de 1918.

      En consecuencia, el protagonismo del SPD, el partido que se vio al frente de la revolución y que llevó a cabo la contrarrevolución, fue mucho más escaso de lo que pudiera parecer. El devenir de la República dependió mucho más de los partidos del centro y la derecha, sobre todo, desde que en 1925 el mariscal Hindenburg sustituyera en la presidencia al fallecido Ebert. Que el presidente pudiera nombrar gabinetes al margen del Reichstag se convirtió en una amenaza para la propia democracia.

      En las elecciones del 14 de septiembre de 1930 el NSDAP de Adolf Hitler se convirtió en el segundo partido más votado lo que llevó a los socialdemócratas a una situación imposible. Al verse obligados a apoyar a Heinrich Brüning al frente de un gobierno ajeno al parlamento, la extrema derecha del NSDAP se convirtió en la única oposición posible. A partir de entonces, las alternativas para el SPD se volvieron diabólicas. No tuvo más remedio que apoyar los gabinetes presidenciales en una resignación desesperada que no llevaba a ningún sitio.

      Las dificultades económicas

      El nuevo régimen constitucional vivió en una constante zozobra económica y atravesó momentos críticos como la hiperinflación que asoló la economía entre 1921 y 1923. El gobierno del Reich, sin apenas reservas de oro, entró en un proceso alocado de emisión de papel moneda para mantener el cambio con el dólar. Esa política monetaria ideada para hacer frente al esfuerzo bélico, llevó a una devaluación del marco que no contaba con el suficiente respaldo de reservas de ningún tipo. En 1921, la exigencia por parte de Gran Bretaña del pago de las reparaciones de guerra que sumaban dos mil millones de marcos tuvo consecuencias trágicas para la economía del país. El exceso de dinero en circulación provocó una rápida depreciación durante 1922, los precios de los artículos de consumo aumentaban cada día y los ahorros perdieron todo su valor. Para complicar más las cosas, en 1923 las tropas francesas y belgas ocuparon el Ruhr con el objetivo de asegurarse el pago de las reparaciones de guerra en bienes y materias primas ya que el dinero había perdido todo su valor.

      El catalán Eugeni Xammar, corresponsal en Berlín del periódico madrileño Ahora, relataba el vertiginoso proceso de desvalorización del dinero a poco de llegar a la capital del Reich:

      “Llevaba ya tres meses en Berlín cuando aparecieron los primeros billetes de 50 000 marcos y después los de 100 000. No se hicieron esperar unos nuevos billetes, impresos todavía en buen papel, de 500 000 marcos y al poco hicieron su aparición otros, ya de papel más ordinario, con la inscripción mágica: un millón de marcos. Al acabar el año de mi llegada a Alemania ya circulaban billetes de modesta apariencia de un valor nominal de cinco millones de marcos. Las prensas de la imprenta nacional malamente daban abasto” (Xammar, 1973, 259).

      La hiperinflación alcanzó tal nivel que para las entidades emisoras de moneda su principal preocupación era conseguir que el dinero mantuviera su valor al menos hasta que llegara a su destino. Las horas que transcurrían entre la impresión de los billetes y su circulación en el mercado eran críticas para que el dinero siguiera valiendo algo. El deterioro monetario alcanzó su máximo nivel en noviembre de 1923 cuando una barra de pan llegó a valer tres mil millones de marcos. Nadie pudo escapar a aquella tragedia. Así sucedió que los beneficios que la Bauhaus obtuvo por la exposición que celebró ese mismo verano de 1923 se esfumaron en un suspiro por la hiperinflación que asolaba el país.

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      Billete emitido en agosto de 1923 con un valor nominal de diez millones de Reichmarks.

      Hjalmar Schacht, por entonces presidente del Banco Central y más tarde ministro de Hitler, consiguió frenar el proceso con la implantación del Rentenmark, una nueva moneda basada en hipotecas sobre la tierra y las mercancías industriales que dio paso a un periodo de relativa estabilidad económica (Ferguson, 1984).

      La adopción del Rentenmark tuvo lugar pocos días después de que se desbaratase un intento de golpe de estado en Múnich. Como consecuencia de aquellos hechos, Adolf Hitler, el general Erich Ludendorff y otros conspiradores fueron detenidos por traición; las sedes del NSDAP fueron cerradas y el Völkischer Beobachter (el periódico del partido) fue prohibido. Durante los escasos nueves meses que Hitler pasó en prisión (de los cinco años a que había sido condenado) dictó Mein Kampf a Rudolf Hess, su más ferviente admirador. El golpe y el posterior juicio sirvieron para que un pequeño partido de extrema derecha, liderado por un austriaco (que hasta hacía poco vivía en un albergue para personas sin techo, pintando acuarelas para un empresario judío) se hiciera reconocible entre el amplio repertorio de partidos antirrepublicanos (Kershaw, 1998).

      A pesar de todo, los acuerdos de la comisión del plan Dawes, una iniciativa de Estados Unidos para garantizar el cobro de las reparaciones de guerra, permitieron estabilizar el presupuesto y racionalizar la deuda. En definitiva, se trataba de ayudar económicamente al Reich para que pudiera pagar sus deudas. Gracias al esfuerzo de Gustav Stresemann, ministro de Exteriores por entonces, Alemania se incorporó al concierto internacional con la firma del Tratado de Locarno en 1925. Cuando un año más tarde fuera admitida como miembro de la Sociedad de Naciones, parecía que la República entraba en un periodo de estabilidad.

      Sin embargo, pocos años después, la crisis económica que se iniciara en octubre de 1929 con el colapso de la bolsa de Nueva York, impactó sobre la economía alemana y sobre la estabilidad de su sistema democrático (Galbraith, 1955). Stresemann, que había sido canciller y ministro de exteriores, falleció a principios de aquel mes de octubre. Sin ser un republicano, su posición había proporcionado cierta estabilidad al sistema, y su muerte supuso la desaparición de uno de los pocos puentes entre las fuerzas republicanas y los grupos de derecha.

      Con la crisis del sistema bancario estadounidense, Alemania se vio privada de cualquier posibilidad de préstamo y los mecanismos económicos del plan Dawes quedaron sin sentido. Al depender de los créditos extranjeros para pagar las reparaciones de guerra, la economía alemana quebró en cuanto los arruinados bancos norteamericanos retiraron sus capitales. En poco tiempo el paro creció hasta alcanzar el 32%. En consecuencia, el NSDAP sacó partido de una situación desesperada. En aquel ambiente de inestabilidad, Hitler apelaba a la desconfianza que despertaba en muchos votantes la democracia parlamentaria y propugnaba la dictadura como solución a los problemas de Alemania (Galbraith, 1955).

      En 1930, el canciller Heinrich Brüning, al igual que los mandatarios de otros países, inició un recorte del gasto público y una subida de impuestos para solventar la carencia de recursos del estado agravada por la crisis. Como en todas partes, los recortes empeoraron el problema y la pobreza se extendió por toda Alemania. Los siguientes gabinetes presidenciales de Franz von Papen y Kurt von Schleicher no hicieron otra cosa que persistir en el error y abrir el camino a la llegada del nacionalsocialismo.

      El Machtergreifung, la toma del poder por el NSDAP

      Frente a la teoría de que las urnas obligaron a Hindenburg a nombrar canciller a Hitler, es necesario recordar que las cosas fueron de otro modo. La entrega del gobierno a los nacionalsocialistas fue una decisión personal del presidente Hindenburg que, haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, no quiso buscar en el Reischtag ninguna mayoría que evitase la llegada de los nazis. Desde finales de noviembre de 1932 una serie de maquinaciones políticas para acabar con el rechazo inicial que Hitler despertaba en Hindenburg conseguirían su objetivo. Cuando el 30 de enero de 1933 el líder del NSDAP recibió el encargo de formar gobierno, la República de Weimar pudo darse por liquidada (Turner, 1996). Esa misma noche una procesión de antorchas en manos de militantes del partido nazi desfiló delante del nuevo canciller anunciando que nada volvería a ser como antes.

      En febrero, el incendio del Reichstag sirvió de excusa para actuar decididamente contra los enemigos de Alemania que parecían ser

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