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horas no es «indefinidamente» —dijo Kayla. Sabía que él no esperaba esa clase de respuesta, pero pensó que necesitaba aprender a relajarse un poco. Señaló con la cabeza a Winchester, que no se había movido un milímetro—. Prueba a acariciarlo otra vez —sugirió—. Está demostrado que acariciar a un perro o a un gato es muy tranquilizador.

      —¿Para quién? —la retó Alain, con ese deje de sarcasmo que parecía surgir en su voz sin esfuerzo alguno—. ¿Para el perro o para el gato?

      —Para el humano, aunque estoy segura de que el animal también disfruta —miró a la perra que estaba más cerca de ella, Ariel, y acarició su noble cabeza. Ariel se inclinó contra su mano—. ¿Verdad, chica?

      Alain habría jurado que la perra suspiraba, pero pensó que podía ser el sonido de la lluvia.

      Empezaba a sentirse mejor y más fuerte tras haber comido algo. Su deseo de volver a la carretera se incrementaba por momentos.

      —No necesito tranquilizarme, tengo que ponerme en marcha —dijo—. Tengo que hacer que transcriban un atestado, por no hablar de una cita mañana.

      —Ella esperará —contestó Kayla con seguridad.

      Dios sabía que ella habría esperado, si formara parte del mundo de él; descartó esa idea de inmediato. Kayla había aprendido que su mundo era el que habitaba en esos momentos. Las ciudades estaban bien para una visita, pero no había nada mejor que la calidez de un pueblo lo bastante pequeño para que la gente la conociera por su nombre.

      —No es una «ella» —dijo Alain.

      —Oh —Kayla pensó que debía de ser de la otra acera. No tenía nada de malo, pero era una gran pérdida para el género femenino—. Entonces, él esperará.

      —Tengo una reunión con mi jefe —aclaró Alain, consciente de que ella pensaba que se refería a una cita social—. Una reunión de toda la empresa, durante el almuerzo.

      —Si es durante el almuerzo, no será tan importante —dijo Kayla, preguntándose si equivaldría a una especie de picnic anual para un bufete.

      La boca de él se curvó. Ella estaba mostrando sus raíces provincianas.

      —Nunca has formado parte del mundo empresarial, ¿verdad?

      —No. Por suerte.

      Era obvio que la reunión era importante para él y dudaba que su coche pudiera circular antes de que transcurrieran varios días.

      —Te diré lo que vamos a hacer. Como no hay línea telefónica, después conduciré hasta el pueblo vecino, para ver si Mick puede acercarse.

      —¿Mick?

      —Es el mejor mecánico de la zona.

      Alain no estaba dispuesto a aceptar eso sin más.

      —Deja que adivine. Es el único mecánico de la zona.

      —Te lo he puesto demasiado fácil —Kayla se rió y asintió—. Pero lo digo en serio, Mick es bueno.

      —Antes dijiste que la carretera estaba intransitable.

      —Así es. Pero conozco un camino secundario.

      —Puede que la lluvia escampe —dijo Alain. Por mucho que deseara volver a casa no estaba dispuesto a llevar la muerte de esa mujer en la conciencia.

      —Siempre escampa —concedió ella con una sonrisa—. La cuestión es cuándo. Podemos darle unas cuantas horas más y ver qué pasa —sería mejor esperar, sin duda.

      —De acuerdo —Alain desvió la mirada. Se había dado cuenta de que no apartaba la vista de su boca mientras ella hablaba, y su mente le hacía pensar en otras cosas, además de sus labios, que a ella no le harían ninguna gracia.

      —Así tendrás más tiempo para descansar —fue hacia el otro lado del sofá y ahuecó la almohada.

      —No es que me haya agotado levantando el tenedor —dijo él. Se sentía bastante cansado, pero no pensaba admitirlo.

      —También te has vestido —añadió ella, sonriente—. No olvides que te has vestido.

      —Eso no suele considerarse un deporte olímpico —ironizó él.

      —Depende de las dificultades que tenga el que se viste. ¿Sabes jugar a las cartas?

      La pregunta lo pilló por sorpresa. Pensó en la partida de póquer que Philippe celebraba en su casa semanalmente. Asintió con la cabeza.

      —Bien —fue hacia el aparador y abrió un cajón—. Es una buena manera de pasar el tiempo mientras esperamos —sacó una baraja y sonrió.

      —Podría no ser un juego justo —le advirtió él, que se consideraba muy buen jugador.

      —Seré considerada contigo —Kayla le guiñó un ojo.

      —¿Estamos hablando de póquer?

      —¿Hay algún otro juego? —le devolvió ella, sentándose en la mesita de café, frente a él. Empezó a barajar las cartas.

      —No —aceptó—. No lo hay.

      Unas cuantas manos se convirtieron en un maratón. Excepto por unos cuantos descansos, necesarios para comer y otras cosas imprescindibles, jugaron hasta entrada la noche. Jugaron y charlaron. Para Alain el tiempo nunca había pasado tan rápido. Se olvidó de la lluvia y de los sitios donde debía ir. Allí estaba disfrutando más que en cualquier otro lugar.

      Capítulo 6

      Al día siguiente Alain se despertó deseoso de seguir jugando. Perdía por ocho manos y quería la revancha.

      —Pierdes por diez —lo corrigió Kayla, apartando los platos que habían utilizado para el desayuno—. Pero ¿a quién le importa?

      —A ti, obviamente —contestó él. Se sentía algo mejor ese día y, como seguía lloviendo y no había vuelto la luz, el póquer mantenía sus manos ocupadas e impedía que su mente pensara en otras actividades que le habrían gustado aún más—. Venga, no te hagas de rogar. Mi ego exige que lleguemos al empate.

      Ella sabía más. A lo largo de las horas que habían jugado el día anterior, había descubierto que, aunque a su guapo paciente le gustara la competición, le gustaba más ganar.

      —Tu ego te exige ganarme —dijo Kayla con expresión divertida. Su expresión se ensombreció cuando miró a su alrededor, buscando algo.

      —¿Qué ocurre? —inquirió él.

      —¿Has visto a Ginger? —preguntó Kayla, haciendo un recuento de cabezas.

      Él único nombre que él recordaba era el de Winchester, que seguía a sus pies. Kayla le había dicho todos los demás el día anterior, cuando le preguntó por qué tenía tantos perros. Le había explicado que pertenecía a la Asociación para el Rescate de Pastores Alemanes, pero él ya no recordaba los nombres.

      —¿Cuál es Ginger?

      —La embarazada —Kayla abrió el armario del pasillo. Ginger no estaba allí.

      —Ah, ya —no recordaba cuándo la había visto por última vez—. Había pensado en preguntártelo. ¿Por qué está preñada? Pensaba que habías castrado a todos.

      —No puedo castrarlos a todos. A algunas tengo esterilizarlas —bromeó ella—. Pero, para contestar a tu pregunta, la encontré así. Preñada —fue al cuarto de baño y miró dentro. Ni rastro de Ginger—. No iba a provocarle un aborto cuando los perritos ya estaban en camino.

      —Pero eso implica que acabarás con más perritos no deseados —comentó Alain.

      —Encontraré a gente que los adopte —aseguró ella con confianza—. A la gente le gustan los perritos. Igual que les gustan los bebés.

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