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oriental. Creo que armé en mi cabeza unas quince películas de artes marciales donde yo era el protagonista. Todo esto sucedió en los veinte minutos que esperé al profesor. Cuando llegó el instructor, me decepcioné: era un hombre muy bajito y con cara de latino. Yo esperaba a alguien con rasgos orientales, tal cual el señor Miyagi de Karate kid, pero bueno.

      

      Comenzó el entrenamiento y nos pidieron que nos pusiéramos el karategui. Yo nunca me había puesto esto y noté que todos los demás estudiantes se lo ponían fácilmente. Me sentía como un tonto sin saber si la cuerdita iba a la izquierda o a la derecha, y escuché al maestro decir: “el uwagi debe ir a un costado”, ‘¿el qué?’, pensé yo. Fue muy frustrante ver que todos estaban listos y yo, como cual capítulo de Mr. Bean, no estaba ni vestido.

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      Inició el calentamiento. Tal vez debí mencionar que no era yo el tipo más deportivo o con mejor estado físico: en tan solo cinco minutos me faltaba el aire, sentía ganas de vomitar y no podíamos tomar ni agua. Recuerdo pensar: “¿Solo van cinco minutos y ya no puedo respirar?”, el entrenador nos presionaba a no bajar la guardia y por el contrario a aumentar el nivel de trote, de push ups, de intensidad, de todo. No tuve más remedio que tumbarme en el piso pues el cuerpo no me daba. Seguramente Bruce Lee estaría triste de verme así.

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      Llegó el momento de estirar para las patadas iniciales, nunca me había percatado de lo difícil que era levantar la pierna por encima de la cabeza, ¿acaso eso solo se hace en nivel experto?, ¿es el primer día de clase y me están pidiendo que lleve mi pierna a un nivel al cual, ni jugando, lo habría logrado? Yo soy un hombre alto, entonces el reto, en mi cabeza, era muy gigante. No fui capaz ni de alzar mi pierna a la altura del pecho y, como siempre pasa en la vida, a mi lado había un chico que parecía salido de una película de ninjas haciendo el ejercicio mejor que yo.

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      En definitiva, creo que fui a dos o tres clases más y nunca volví. Vendí por mucho menos de la mitad todo lo que había comprado. Perdí el dinero de la matrícula. Nunca me llamaron a preguntarme qué me había pasado o por qué no había vuelto, aunque conservé la estrella ninja que me habían dado solo como un pequeño souvenir de mi corto paso por las artes marciales.

      Ahora la pregunta es (por si aún no lo has descifrado): ¿Te parece esa historia algo similar a lo que nos ha pasado estudiando inglés? ¿Has sentido esas ganas de aprender inglés, te suscribes a un curso o academia, pero comienzan a aparecer esas frustraciones por diferentes razones?, ¿te has preguntado por qué el otro que está a tu lado entiende más rápido que tú? ¿Has vivido eso desde el primer día de clases cuando hablan de temas que parecen absolutamente lejanos de tu posible entendimiento? ¿Has sentido ese pánico cuando el profesor te pide que hables en inglés, en frente de todos, y sientes que no puedes pronunciar ni tu nombre?

      Déjame decirte que es absolutamente normal y les pasa a millones de personas en el mundo que lo único que tienen que decir al respecto es: “El inglés no es para mí”, “No me entra”, “Nunca lo voy a aprender”, “Es lo más difícil que he hecho en la vida”. Es decir, todas las decepciones juntas.

      Ahora bien, voy a decir algo que tal vez no sea muy popular entre mis colegas profesores, pero la culpa de estos fracasos y frustraciones es en un 50% del docente, o del curso de inglés, y 50% del estudiante cuando apenas está comenzando. Se ha dicho muchas veces que el aprendizaje no lo hace la academia sino el estudiante y estoy de acuerdo, es uno el que pone el ánimo y el esfuerzo ante las posibles adversidades como estudiante. Sin embargo, para un aprendiz, que apenas comienza el curso, es responsabilidad del profesor hacer que el estudiante se “enamore”, en este caso, del idioma. Esto no puede ser una excusa para decir: “fracasé porque el profesor no me ayudó a enamorarme del idioma”. Sin embargo, si es justo decir que el docente hace parte fundamental de ese sentimiento de emoción, “a primera vista”, al aprender.

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      Tiempo después, ya convertido en profesor y youtuber, me di cuenta de dónde provenía mi fracaso en el karate, y es lo que asocio con la realidad de los idiomas, y la razón por la cual escribo este libro. Esto es lo que pienso que sucedió:

      1. Antes de iniciar un arte marcial, que en definitiva exigiría mucho de mí, debí haberme tomado un par de semanas para hacer acondicionamiento físico previo.

      2. Debí comenzar a prepararme también mentalmente sabiendo que lo que iba a poner en mi mente y mi cuerpo era una habilidad nueva que requeriría mucho de mí.

      3. Debí familiarizarme con la terminología básica (como el nombre de mi uniforme karateca) para mis primeros días de clases.

      4. Debí ir primero a varias clases y solo observar para hacerme una idea de lo fácil, o lo difícil, que iba a ser, pero más que eso, para concientizarme de qué necesitaba para esas primeras experiencias.

      Pero como ya lo mencioné antes, no solo era mi culpa, sino que también pongo algo de responsabilidad en la academia y el instructor (que no era el señor Miyagi de la película). Esto es lo que siento que ellos debieron hacer:

      1. Al momento de matricularme debieron preguntarme si ya había hecho algo de artes marciales o si hacia deporte regularmente.

      2. Debieron recomendarme una lectura o darme un folleto de las cosas mínimas que debe saber un estudiante que comienza de cero (vocabulario a usar, técnicas, etc.).

      3. Debieron, desde el mismo inicio, separar a los estudiantes que por alguna razón eran más avanzados y ponernos a los más lentos en un grupo separado para evitar frustrarnos en el primer día al ver que otros avanzaban y nosotros no.

      4. Me debieron de haber llamado para preguntarme por qué no volví, qué me desmotivó y qué podían hacer ellos para hacerme regresar.

      ¿Entiendes ahora por qué decido hacer la comparación del karate con el inglés? Casos como el que describo parecen ser la constante de miles de estudiantes que llegan a mi canal de YouTube frustrados porque no han podido con su proceso de aprendizaje en inglés. Bien sea un curso, un profesor, un compañero de clases que se burló, o esa canción o película que nunca entendieron, todos estos son elementos que han hecho que muchos digan, alguna vez, la no tan célebre frase de: “el inglés no es para mí”.

      Ante eso solo me queda decirte algo, el inglés sí es para ti, sí vas a aprenderlo, sí vas a dominarlo y vas a tener conversaciones fluidas, vas a entender tu serie favorita, vas a comprender los títulos de las películas, las instrucciones de todo aquello que compres y mucho más. Para eso está este libro, para ayudarte a entender qué es lo que debes hacer antes de comenzar un curso de inglés. Y no, no es un libro de motivación solamente, sino una guía sacada de una investigación, y luego de múltiples horas con diferentes estudiantes, que me dieron las herramientas necesarias para saber qué se requiere para poder sacar adelante unos estudios del idioma inglés antes de comenzar a hacerlo.

      Este libro tiene varias ventajas como el hecho de que encontrarás eventualmente unos códigos QR para que escanees y veas algunos videos que sustentan lo que vamos hablando. Al final de cada episodio podrás acceder a una corta clase que te va a servir. Pero, lo que más me gusta es que puedes ir al índice de este libro y buscar el capítulo con el que más te identifiques y leer solo ese. O leerlos todos en desorden, da igual.

      Mi recomendación como autor es que lo

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