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el ensayista se lanza, como un acróbata, al vacío, arriesga y se adelanta por terrenos no del todo explorados y a veces fuera del campo de su experiencia” (1991, 14).

      Asimismo, Oviedo sostiene: “el ensayo es una forma dialogante, un pensamiento que quiere ser comunicación abierta (…). Supone una operación intelectual de trascendencia para el desarrollo del conocimiento humano: el de sintetizarlo y actualizarlo en un momento determinado de su evolución, ligándolo al pasado y proyectándolo al futuro” (Ibíd., 16).

      Sardi D’Arielli sostiene que “el ensayo es una clase de texto argumentativo donde un escritor presenta su mirada acerca de un comportamiento, un objeto, una costumbre o un lugar” (2001, 55) y, en la medida en que presenta las ideas del autor, se caracteriza por las “marcas de subjetividad: valoraciones positivas y negativas, así como juicios de adhesión o de rechazo” (Ibíd., 54).

      Según Bravo y Adúriz, una de las características del ensayo es la persuasión, la que “proviene más de los recursos estilísticos del escritor que de la veracidad o coherencia de sus afirmaciones”. Destacan, asimismo, “la permanente apelación al interlocutor”, como así también “su oculta intención didáctica, que se evidencia en un fuerte deseo de compartir un punto de vista sobre el mundo” (2000, 7).

      En el Taller de Escritura de Salvat leemos que “…ensayo es una totalidad estética en la que convergen el autor, la materia y el lector”, y que todas las “ideas pueden pasar por él ”, ya que “convoca un diálogo creador” debido a “la libertad que otorga el ensayo en quien escribe, desde el punto de vista temático” (Kohan, 1996, 217).

      Jorge B. Rivera sostiene “que la forma ensayo recorta un campo ciertamente generoso y no pocas veces ambiguo (e inclusive errático)”, que aparece “marcado, en cierta medida, por signos esencialmente expositivos, informativos e interpretativos” (1980, I).

      Sebreli, por su parte, señala que el ensayo es un género “problemático” y“que, a diferencia de los estudios académicos, de los tratados científicos que presentan el problema de una manera abstracta, el ensayista habla siempre a propósito de una realidad concreta que le preocupa en lo inmediato” y que “esta fluctuación permanente entre lo concreto y lo abstracto (…) constituye la especificidad del ensayo” (1986, 11).

      Según Ricardo Rezzónico, “uno de los rasgos principales del ensayo es presentarse como aproximaciones, esbozos iniciales y reflexiones conceptuales dispuestas al debate y a la crítica, en el marco de algunos recursos expresivos de tipo persuasivo y cierta preocupación estética” (2003, 145).

      Una de las caracterizaciones que –a nuestro juicio– mejor sintetiza qué es el ensayo, es un breve capítulo escrito por Augusto Albajari (1999), quien sigue en muchas de sus apreciaciones a Adorno. Albajari sostiene acerca del ensayo:

       “el tema puede ser tan lábil como particular ”;

       “prima la exposición e interrelación de ideas antes que la imaginación”;

       la exposición de ideas no se articula “con la minuciosa comprobación y verificación”;

       “es una prueba, antes que algo definitivo”;

       “al liberarse de la idea tradicional de verdad, el ensayo se acerca a la literatura”;

       “es un género abierto a la divagación y la crítica” (1999, 206). (La diagramación es nuestra.)

      Según Giordano, del “ensayo se han señalado siempre la heterogeneidad de sus materiales y de sus procedimientos, la dificultad para clasificarlo o definirlo” (2005, 225).

      Asimismo, y en comparación con la crítica académica, Giordano sostiene que “el ensayo se presenta como un campo de resistencia a la homogeneización y el disciplinamiento” (Ibid, 255).

      Para Carina Rattero, el ensayo manifiesta “disposición a recibir aquello que se presenta fuera de los cánones instituidos”, en una “búsqueda de lo nuevo y controvertido”. También –sostiene– “siempre provisorio, el ensayo como la escritura, es enunciación permanente sin enunciado acabado” (2006, 58).

      Nicolás Rosa sostiene que el “ensayo, precisamente por su carácter ensayístico, no aporta pruebas sino conjeturas; no convence con razones sino con sutilezas retóricas (…) no produce convicciones sino dudas” (2003, 15). Y más adelante agrega: “La resistencia del ensayo a la categorización genérica es tal vez su rasgo fundamental; esto nos obliga a separarnos de las clasificaciones y pensar los elementos diferenciales a partir de la caracterización subjetiva del ensayo” (Ibid, 56).

      Para Rosa, el ensayo “toma un objeto (mundo, tiempo, circunstancia, instrumento o negociación) y lo inscribe en el campo dominante pero impreciso de la subjetividad ” (Ibid, 62).

      Albajari se refiere al escritor de ensayos de esta manera: “El dogmático no ensaya. El que merodea el saber, el marginal, duda, no sabe todo, no está seguro, cuestiona. El ensayista recorre los baldíos del conocimiento y, desde el margen, apedrea el edificio de la Ciencia: intenta, atenta, tantea ” (1999, 206).

      Sostiene Kovadloff: “Soy, he sido siempre y sólo quisiera seguir siendo un ensayista (…). Un ensayista, es decir, un escritor que se arriesga y se logra (o se malogra) en el trato con las ideas” (1998, 12).

      En Ensayos de intimidad, presenta al ensayista alejado de la tesis y de una férrea doctrina, como alguien que “tan sólo quiere transmitir sus impresiones que son antes las de un hombre que las de un experto o un especialista”, es decir, un escritor que compone “literatura” (2002, 21).

      Marcos Victoria, por su parte, intenta acercarse “al multiforme, invasor ensayo” ocupándose “de quien escribe el ensayo: el ensayista”. Y lo hace caracterizándolo como “un escritor indisciplinado”, un “maniático de la libertad ” o como un “perpetuo improvisador” ajeno a la disciplina o “a las normas académicas”. Asimismo, resalta de estos “entusiastas improvisadores”, “la capacidad de enseñar al lector a no conformarse con el mero texto escrito; a obligarlo a buscar en sí mismo nuevas inferencias, escondidas relaciones con otros textos…” (1975, 9-12).

      Por último, Victoria se acerca al escritor de ensayos sosteniendo: “no es ensayista aquel incapaz de deslastrarse, de cortar amarras, de liberar al alienado que llevamos dentro, y de abrir los brazos para recibir lo nuevo, lo inaudito, la paradoja y el absurdo” (Ibid, 13).

      Para Giordano, el ensayista “se sitúa en un lugar polémico respecto de la tradición, y la incomodidad de su vínculo con ella favorece la emergencia de lo nuevo” (2005, 230). Además –sostiene–, “el ensayista se encuentra siempre, para decirlo de algún modo, dispuesto a los juegos del azar, y en su búsqueda suele encontrar algo que no buscaba o, lo que es lo mismo, algo que buscaba (que se buscaba) sin saber” (Ibid, 232). “Lector impertinente” llama Giordano al ensayista (Ibid, 233), al que considera un buscador errático.

      Para Rattero, el ensayista “escribe su modo de percibir, de leer la vida cuando algo lo conmueve. Polemiza, para dar batalla cuando una idea lo provoca” (2006, 58). Parte de “la experiencia de quien carece de certeza definitiva, de un yo que se busca para constituirse a sí mismo y que sólo puede hacerlo en el juego de un constante desprendimiento de sí ”, adoptando “una actitud experimental y heurística incesante”, experimentando “un modo singular de vinculación con la verdad y con el poder” (Ibid, 61).

      CAPÍTULO 2

      Lectura crítica de ensayos

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