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que lo podía llegar a contabilizar porque lo tenía todo apuntado.

      En esa labor de recopilar y sumar datos salió una cifra de ciento sesenta mil kilómetros en los dieciocho años que había estado compitiendo en el alto nivel. Es una cifra importante. Para que te hagas cargo de lo que supone, la vuelta a la tierra son cuarenta mil kilómetros. Es decir, que hice durante ese tiempo cuatro veces la vuelta al mundo corriendo. Esto tiene un problema cuando se lo intento explicar a mis hijos, que mi hija Daniela me lo pregunta y lo que más le interesa es saber qué hacía cuando cruzaba el Atlántico… ¡Cuatro vueltas al mundo y otra más desde que dejé el alto nivel hasta hoy! Es decir, ya he superado los doscientos mil kilómetros.

      Y no ha acabado ahí, porque mi próximo destino es la luna. Si el hombre pisó la luna, yo también estoy convencido de que puedo hacerlo. Si hay cerca de trescientos mil kilómetros, me mueve la ilusión, la eterna ilusión, de poder llegar a ella. Fue un gran paso para el hombre y sería uno bonito para mí. Así que próxima parada: la luna. Es un objetivo más de esos que están en el horizonte.

      Durante estos años de atrás, en los que competía en el alto nivel, yo no hacía ultras —son las pruebas que van más allá de la maratón—. Ahora sí. Estas las he hecho mientras me aguantaba el cuerpo y me lo permitía, porque creo que es la prueba más épica, más mítica del atletismo, donde se sufre más. Se hace tremendamente dura, tiene tras de sí una aureola de esfuerzo. He encontrado en los ultras un modo de seguir avanzando, ¡y sufriendo!

      Es verdad que mi vida deportiva ha ido desde los tres mil hasta la maratón pasando por el cross. Pero voy a serte sincero, he dejado de ser deportista de alto nivel no porque yo haya querido, sino porque el deporte profesional decide por ti, te echa, te elimina de su jerarquía. Sin embargo, creo que yo he ido evolucionando. Sigo siendo deportista, sigo siendo persona y creciendo, aunque mis capacidades y mis talentos hayan mermado, he encontrado y descubierto otros que me hacen feliz. Y de ahí el sentido de esa evolución, de ese paso más, de esa necesaria huida de vivir del pasado.

      Ahora estoy en busca de mi número mágico. Del ayer se aprende, pero no se puede vivir. Hay que sacar a flote ese poder ilimitado que tenemos de reinventarnos y llegar a esa revolución interior que mejore cada vez más nuestra versión. Yo te acompaño en ese proceso. ¿Te unes a mi R-Evolución?

      1

      Definir el momento presente

      Hay instantes en los que conviene detenerse, sentarse, liberarse de los prejuicios y ver con claridad cuál es nuestro punto de partida. Definir en qué momento nos encontramos.

      En su día, un punto mío de partida fue ese en el que jugaba en las calles y experimentaba, me divertía y sentía la felicidad reciente por el deporte. También lo fue cuando entré a estudiar INEF —ahora llamado CAFYD—, y descubrí el maravilloso mundo de la alta competición. Me deslumbró y jamás he conseguido separarme de él.

      Una de las cosas más importantes es saber diagnosticar la realidad. Yo hubo un tiempo que me creía eterno, y pensaba que, si seguía entrenando, si seguía esforzándome de igual forma, podría continuar haciendo lo mismo que cuando tenía veinte o treinta años. Quizá por no contar con gente en mi entorno que me fuera acercando a la situación real, porque desde donde yo estaba ni lo veía ni quería verlo.

      Hay muchos deportistas a los que esta situación les pasa factura —incluso se han dado casos de suicidios— y personas que no lo han sabido gestionar bien y han acabado metidos en las drogas. Es duro dar ese paso, porque no somos capaces de asumirlo. El alto nivel es un mundo complejo en el que estamos inmersos durante años, al que poca gente tiene acceso, pero que tiene una fecha clara de entrada y, por supuesto, otra de salida. Y no hay más, por muchas vueltas que le queramos dar.

      Precisar una fecha para decir adiós es complicado, primero por la aceptación del propio deportista, porque estamos siempre planeando el siguiente reto. Sabemos que se acerca el final, pero nos cuesta asumirlo y no pensamos en ello; no es algo tangible. De hecho, si pienso en mi caso, nunca he dicho «me retiro». Nunca jamás. A mí me ha retirado el alto nivel —me ha asegurado: «Macho, ya no vales para nosotros»—. Se da por hecho porque ya no acudo a ese tipo de competiciones, pero sigo entrenando siempre que puedo.

      ¿Cómo definiría entonces mi situación actual? Soy un exdeportista que no deja de entrenar y que esta mañana se ha hecho diez kilómetros, que ha dedicado un buen rato a hacer pesas y que esta tarde también irá a correr. Yo por fin sé dónde estoy y ya no me hace falta ir a los grandes campeonatos.

      Es curioso, pero cuando entreno —o en algunas otras situaciones—, hay mucha gente que me saluda, que me pita con el coche, y pienso que gran parte de ella no me ha visto correr, no me ha visto en la plenitud, en el esplendor, no me ha visto cuando corría con el corazón, cuando no me dejaba ganar, porque nunca me he hipotecado, jamás me he asegurado una plaza de finalista para saber que iba a tener la seguridad de una beca. Siempre he peleado por ganar. ¡Si me hubieran visto cuando era un «asesino»! Aunque en verdad esa lectura de vida es mi forma de vivir. Lo aplico a cualquier cosa, es el gran bagaje que me ha dejado el deporte: que sigo afrontando así la vida, como si fuera una especialidad nueva. Me entreno, me esfuerzo, tomo decisiones, utilizo la estrategia más adecuada y me implico al cien por cien en cada cosa que hago como hacía antes en mi disciplina.

      Un deportista de este tipo vive, vivimos, fuera de la realidad. Es otro mundo que está al alcance de muy pocos y es difícil que la gente lo conozca. Creo que no llegamos a ser capaces de pasar esa barrera y mostrarlo. Un deportista de alto nivel dedica su vida al deporte las veinticuatro horas al día y los siete días de la semana. Me explico: entre entrenar, descansar, organizar la siguiente rutina de entrenamiento, controlar la dieta y volver a entrenar se nos va la jornada. Y así de lunes a domingo. Sin descanso. Vivimos tan inmersos en esa espiral, que intentar incorporar algo que se salga de ello —por mínimo que sea— es tremendo.

      Durante aquellos años igual tenía un evento al mes, no más, y si debía hacer una sesión de fotos estaba una semana antes dándole vueltas. Ahora todo ha cambiado. Necesitamos más exposición, pero existen asesores que nos ayudan a llevar estas cosas, a organizarlas. También te digo que para que un deportista funcione de verdad y consiga competir con los mejores, los mejores del mundo, creo que no hay otra forma, tiene que ser así. Trabajo, trabajo y trabajo. Y estar dispuesto durante un tiempo a hipotecar parte de la vida.

      Metido en esta vorágine, dar el primer paso fuera es el más complicado para el deportista. El día después de dejar el alto nivel te das cuenta de que comienza otra etapa, de que tienes un nuevo punto de partida. Debes hacer una transición, y, si eres capaz de ir haciéndola poco a poco, si eres capaz de adelantarte, de visualizar lo que antes o después está por llegar, mejor. Por eso el consejo que doy a los chavales que destacan es que estudien, que se formen y se preparen; que se puede, que no pasa nada.

      Como te he dicho, a mí la vida académica me hizo enamorarme de la deportiva y luego seguí estudiando, con mis tiempos, a mi ritmo. En distintos momentos hice tres másteres con la idea de ir amortiguando el «golpe» de ese aterrizaje. Me dieron la posibilidad de becarme al cincuenta por ciento en la Universidad Europea y aproveché la oportunidad. Después hice el máster de Periodismo y también uno en Gestión y Dirección Deportiva.

      Hoy tengo claro que lo que más me gusta es la comunicación. Ahora estoy abriendo un abanico de posibilidades. Trabajo en la radio y me encanta, en la tele, en la revista Runner’s. Estudio marketing y desearía mejorar mi inglés, porque es fundamental. Tengo que plantearme qué pasará el día que no pueda seguir corriendo, anticiparme a lo que pueda pasar. De momento he encontrado un equilibrio, uno que no sé si valdrá a los demás, pero es el que me vale a mí. Ya no soy deportista de alto nivel, pero voy a carreras que tengo opciones de ganar y sigo peleando con los mejores.

      He sabido entender cómo funciona el mundo del deporte. Dadas mis cualidades, encuentro retos y estímulos que me hacen tener energía para entrenar y sentirme bien. No soy capaz de correr tan rápido como antes, pero sí de aguantar más tiempo, aunque vaya más lento.

      Hoy por hoy no he alcanzado

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