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calzado cabrero

      a la ventana fría.

      Y encontraban los días,

      que derriban las puertas,

      mis abarcas vacías,

      mis abarcas desiertas.

      Nunca tuve zapatos,

      ni trajes, ni palabras:

      siempre tuve regatos,

      siempre penas y cabras.

      Me vistió la pobreza,

      me lamió el cuerpo el río,

      y del pie a la cabeza

      pasto fui del rocío.

      Por el cinco de enero,

      para el seis, yo quería

      que fuera el mundo entero

      una juguetería.

      Y al andar la alborada

      removiendo las huertas,

      mis abarcas sin nada,

      mis abarcas desiertas.

      Ningún rey coronado

      tuvo pie, tuvo gana

      para ver el calzado

      de mi pobre ventana.

      Toda la gente de trono,

      toda gente de botas

      se rio con encono

      de mis abarcas rotas.

      Rabié de llanto, hasta

      cubrir de sal mi piel,

      por un mundo de pasta

      y un mundo de miel.

      Por el cinco de enero,

      de la majada mía

      mi calzado cabrero

      a la escarcha salía.

      Y hacia el seis, mis miradas

      hallaban en sus puertas

      mis abarcas heladas,

      mis abarcas desiertas.

      2. Investiga el significado de las palabras resaltadas y luego contesta:

      a) ¿Qué otros nombres le da el poeta a las abarcas?

      b) ¿Para qué ponía en la ventana sus abarcas cada cinco de enero?

      c) ¿Qué religión profesa el autor? Una vez que hayas respondido, busca en internet u otro medio la biografía de Miguel Hernández para que confirmes tu respuesta.

      3. Escribe brevemente, con tus palabras, de qué trata el poema.

       Yo que de Tabasco vengo...

       Carlos Pellicer

      Yo que de Tabasco vengo

      con nudos de sangre maya,

      donde el cacao molido

      dio nuevo sentido al agua;

      y se ve crecer la yerba

      entre plumajes y estatuas;

      mueve su pecho la brisa

      y de lo inmóvil la garza

      vive su esbeltez, su ritmo,

      sus invisibles batallas.

      Yo que de Tabasco vengo

      con ríos en la garganta,

      no al collar luceros caen

      crecidos de una mirada,

      no lunas vistas con ámbares

      ni lunas vistas con nada,

      es sólo el sol que desguinda

      las gigantescas guirnaldas

      que entre pájaros y víboras

      arriegan flores y danzas.

      Agua de Tabasco vengo

      y agua de Tabasco voy.

      De agua hermosa es mi abolengo.

      Y es por eso que aquí estoy

      dichoso con lo que tengo.

      4. Una vez que hayas leído el poema anterior, investiga sobre el estado de Tabasco: principal grupo indígena, fauna, flora, producción de cacao y ríos que hay en su territorio.

      5. Después, vuelve a leer este poema de Pellicer. ¿Lo comprendiste mejor? Explica tu respuesta.

      6. Elige uno de los poemas o algún fragmento, memorízalo para que lo declames frente a tus compañeros y explica por qué lo elegiste.

      7. Ahora lee este poema:

       Espantapájaros (Al alcance de todos)

       Oliverio Girondo

      (Fragmento)

      No se me importa un pito que las mujeres

      tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;

      un cutis de durazno o de papel de lija.

      Le doy una importancia igual a cero,

      al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisiaco

      o con un aliento insecticida.

      Soy perfectamente capaz de soportarles

      una nariz que sacaría el primer premio

      en una exposición de zanahorias;

      ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible—

      no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

      Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

      Esta fue —y no otra— la razón de que me enamorase,

      tan locamente, de María Luisa.

      ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?

      ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo

      y sus miradas de pronóstico reservado?

      ¡María Luisa era una verdadera pluma!

      Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,

      volaba del comedor a la despensa.

      Volando me preparaba el baño, la camisa.

      Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

      ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,

      de algún paseo por los alrededores!

      Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.

      “¡María Luisa! ¡María Luisa!”... y a los pocos segundos,

      ya me abrazaba con sus piernas de pluma

      para llevarme, volando, a cualquier parte.

      Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia

      que nos aproximaba al paraíso;

      durante horas enteras nos anidábamos en una nube,

      como dos ángeles, y de repente,

      en tirabuzón, en hoja muerta,

      el aterrizaje forzoso de un espasmo.

      ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,

      aunque nos haga ver, de vez en cuando,

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