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siempre mueve la energía disponible. En ese día, Paulo “recuperó” su sitio. Y se enfadó mucho. Estuvo a punto de levantarse y no volver.

      – Laura sabía que esto podía pasar. Esa estructura de personalidad tiene un límite muy propio. Es difícil saber cuando estamos delante de la Ultima “gota”, porque se trata de personas “aparentemente muy tranquilas”. Pero un día pasa. La copa se desborda, y las decisiones son definitivas. Y no hay como volver atrás. Es radical. Algo radical pasa.

      Laura había seguido varios casos semejantes, normalmente por iniciativa de la mujer. Es ella quien pide al hombre que reaccione para ser él. El hombre que ella idealiza. Pero cuando el hombre recupera su sitio, su poder, lo que pasa es que él se va. Es su manera de decir, “basta”.

      Carla estaba estupefacta.

      Intentó decirle que no entendía cómo podía ser tan ingrato. Después de todo lo que ella y su familia habían hecho por él.

      Laura tuvo que utilizar su autoridad terapéutica e intervenir.

      – Calma y cuidado. Cuando uno de vosotros se esté quejando de algo, el otro no critica, como mucho puede decir “yo te acojo, llevo conmigo la tarea de entenderte en profundidad”.

      En esta sesión, cada uno acogió el sentir del otro. Ambos distintos, pero legítimos. Lo hicieron mirándose a los ojos y cogiendo las manos el uno del otro, como que diciendo “yo te acojo y llevo conmigo la tarea de entenderte en profundidad”.

      Cada uno encuentra sus palabras para expresar lo que le es posible, pero es necesario decirlo con las palabras, con la mirada, con el cuerpo y con el alma.

      La sesión de ese miércoles de Carla y Paulo terminó así.

      Laura se despidió de Carla y Paulo con un abrazo, como siempre.

      Es maravilloso poder abrazar a las personas.

      Laura aún se acuerda cuándo esto estaba “prohibido o era poco adecuado” en el vínculo terapéutico, y peligroso para la clínica.

      Cuánto Amor verdadero, apoyo y verdadera humanidad se pueden transmitir con un abrazo sentido, dado con respeto, claridad y dedicación para con el otro.

      Laura atiende a Luís y Matilde en la siguiente cita. Están haciendo terapia hace tres meses. El había pedido la primera cita. Siempre es interesante saber quién toma la iniciativa. Suele ser el que está más asustado con la relación, o el que tiene más urgencia en solucionar la situación. Después, las cosas pueden cambiar mucho, pero sólo el simple hecho de negociar si van a ir a terapia o no, con quién la van hacer y quién pide la cita es todo un proceso. Realmente, el proceso terapéutico no empieza cuando se entra en el consultorio, sino cuando se decide buscar ayuda. Ahí, el camino empieza a ser posible. Son las 10:30 de la mañana.

      Luís tiene 40 años. Se cuida mucho, y siempre va perfumado y bronceado. Hasta en marzo. El cuerpo es atlético y proporcionado. Las manos muy cuidadas. La postura es la de un líder. Muy seductor, con una voz grave y pausada. Nada impulsivo. Piensa todo lo que dice. Hace pausas racionales, para después presentar sus argumentos. Muy racionales. Es director-general de una empresa y tiene mucha responsabilidad porque es socio mayoritario. Es un autentico Don Juan.

      Laura siente las “miradas” de Luís. Poco a poco, ese “clima” se va calmando. Laura está acostumbrada a que sea así. Sabe que tiene que enviar señales tranquilizadoras y totalmente claras. Aunque sea una mujer, ella es psicoterapeuta. Y jamás será más que esto.

      El espacio clínico y el “setting terapéutico” tienen que ser creados con claridad, seguridad y confort para navegar en estos temas tan delicados de nuestra vida. Sin esto, no es posible que haya un proceso terapéutico, solo interferencias. Luís había venido sólo a la primera sesión. A veces esto pasa. Viene uno de los dos, y después trae al otro.

      Después de que Luís decidiera que aceptaba a Laura como psicoterapeuta suyo y de su mujer, el proceso se inició. La pareja ya iba por su décimo segunda sesión.

      Luís había decidido iniciar un proceso terapéutico porque, según decía “su mujer no estaba bien”. Hace unos años, había sido Matilde la que lo sugirió, pero en ese momento él pensaba que era ridículo. En esa época, Matilde estaba al borde del agotamiento. Acababa de tener gemelos y era obvio que Luís tenía a “otras”. El decía que eso no importaba y que hasta era normal en los hombres, que ella no debía preocuparse, que ella era la mujer de su vida.

      Después del nacimiento de los gemelos, Luís pareció calmarse y se volcó en el trabajo, teniendo Matilde que ocuparse de todo, absolutamente de todo en casa.

      Matilde trabaja en correos, gana mucho menos que él, pero no quiere dejar de trabajar para no depender completamente de su marido. Luís hubiera preferido que ella se hubiera quedado en casa, cuidando a sus hijos y esperándole.

      Luís es hijo de un militar jubilado de la Fuerza Aérea, ingresado con Alzheimer. La madre idolatra al hijo, y viceversa. El hijo ve a la madre como una diosa, y la madre considera que su hijo es un hombre perfecto, mucho mejor que su propio marido. Padre e hijo nunca se llevaron muy bien, porque el hijo cree que el padre no trata muy bien a la madre. Luís tiene una hermana hippie, de quien tiene mucha vergüenza. Su hermana tiene tatuajes “y esas porquerías” dice Luís, refiriéndose a su hermana. Es vegetariana y vive con una mujer, “es tortillera”, dice él. La realidad es que la hermana, a su manera, parece haber encontrado alguna paz y equilibrio en la vida. Aunque suponga un disgusto para Luís, a los gemelos les encanta su tía. Se divierten muchísimo con ella y le hacen todo tipo de confidencias. Los críos tienen ahora 14 años.

      Hace 4 meses Luís descubrió que su mujer tenía a una relación extra-conyugal. Matilde llegó a marcharse de casa durante una semana, enamorada del vecino, un poco más joven, que trabajaba en una cafetería, justo al lado de casa. Al parecer, Luís no perdió la cabeza ni se descontroló, pero estaba destrozado. Por los hijos, le pidió a Matilde que volviera a casa. Ella se resistió, pero tras una semana conviviendo con su “novio”, lo reconsideró. Incluso porque había detestado la experiencia, él se había vuelto tan posesivo que ella se asustó.

      En ese momento Luís se quedó en estado de shock. ¿¿¿¿¿Cómo era posible que su mujer le hubiera engañado.????? Sólo podía estar enferma, “el otro” la debía haber manipulado. Al final, ella es muy ingenua.

      Tras su regreso a casa, hubo una gran pelea a tres, y el otro hombre desapareció del barrio.

      Laura entendió que se había tratado de un “asunto de hombres” y que Luís le habría hecho “algo” tan bien hecho que el “otro” no tuvo más ganas de volver.

      Como se quedaron expuestos, los vecinos se enteraron. Luís y Matilde cambiaron de casa, de barrio, los niños cambiaron de escuela, todo esto en una semana. Esta es la eficiencia de este tipo de hombre. Todo hecho en tiempo record.

      Para su Ego, quedarse allí era demasiado.

      El motivo inicial de Luís no pasaba por cuestionar su rol como hombre y compañero de su mujer y sí por encontrar un argumento fuerte para convencerla de que él era fenomenal, siendo lo que le pasaba a ella, una acción neurótica, y eso estaba mal.

      Bueno. la realidad no era esta.

      Matilde, hija del medio de un grupo de tres hermanas, era de alguna manera el patito feo. Era ella quién se encargaba de todo, pero, como era muy callada y tímida, las hermanas la maltrataban, sobretodo la hermana mayor, que había visto como su paraíso en la niñez terminaba cuando Matilde nació, pareciendo seguir aferrada a eso. Matilde era muy delgada, muy sana y guapa, pero nunca le gustó estudiar. Era muy diferente de sus hermanas, no se parecía a ellas para nada.

      Ellas eran altas y fuertes; tenían (sobre todo la más mayor), hipotiroidismo y asma. Ambas habían hecho estudios superiores. Matilde se había estudiado secretariado. Y no quería más. En realidad, le hubiera gustado ser peluquera y esteticista. Pero no la dejaron.

      Era una especie de Cenicienta de su familia. Como no había querido estudiar, tenía que

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