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Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
Читать онлайн.Название Amor perdido - La pasión del jeque
Год выпуска 0
isbn 9788413751542
Автор произведения Susan Mallery
Жанр Языкознание
Серия Libro De Autor
Издательство Bookwire
—Me alegro de que hayas vuelto.
—Ida Mae, no he vuelto. He venido sólo a pasar el verano —repuso ella, suspiró y pensó que, después, iba a sacudirse de los zapatos el polvo de ese pequeño pueblo y nunca mirar atrás.
—Ajá —replicó Ida Mae, sin parecer convencida.
Por suerte, el oficial llegó en ese momento. Kari preguntó a Ida Mae si necesitaba que la llevaran a casa también.
—No, no. Mi Nelson me estará esperando fuera. Lo llamé justo antes de que salieras.
Las dos salieron del edificio acompañadas por el oficial. Nelson estaba esperando a su esposa y Kari se sintió abrumada por el calor, con dificultad para respirar.
—La pequeña Kari Asbury —dijo Nelson mientras se acercaba. Sonrió y se secó el sudor de la frente con un pañuelo—. Estás hecha una mujer.
—¿No está guapa? —comentó Ida Mae—. Pero siempre has sido encantadora. Debiste participar en el concurso de Miss Texas. Podrías haber llegado lejos.
Kari esbozó una débil sonrisa.
—Me alegro de haberos visto —replicó de forma educada y se dirigió hacia el coche de policía que la estaba esperando.
—Gage ha tenido un par de novias —gritó Nelson hacia ella—. Pero ninguna ha conseguido llevarlo al altar.
Kari hizo un gesto con la mano. No estaba dispuesta a entrar en ese tema.
—Me alegro de que estés de vuelta —gritó Nelson, aún más alto.
Kari no pudo contenerse. Se giró para mirar al hombre y negó con la cabeza:
—No estoy de vuelta.
Nelson la despidió con la mano.
Kari se subió al coche. El oficial que la esperaba tenía un aspecto muy joven. Ella sólo tenía veintiséis pero, a su lado, se sentía una anciana.
Le dio su dirección y se apoyó en el respaldo, respirando el fresco del aire acondicionado. Tenía un millón de cosas en las que pensar pero, en vez de hacerlo, se encontró recordando la primera vez que había visto a Gage. Ella había tenido diecisiete años y él veintitrés.
—Sé que es una pregunta estúpida —comentó Kari, mirando al hombre que conducía a su lado—. Pero, ¿cuántos años tienes?
Era un joven rubio, con ojos azules y mejillas pálidas. La miró perplejo.
—Veintitrés.
La misma edad que Gage había tenido hacía ocho años. No parecía posible. Si Gage hubiera tenido un aspecto tan joven como el de aquel hombre, ella no habría tenido problema en hablarle con claridad. ¿Por qué le había resultado tan difícil compartir con él sus sentimientos mientras salían? ¿Por qué el mero pensamiento de contarle la verdad la había aterrorizado?
La respuesta no era sencilla y, antes de que pudiera dar con una explicación, llegaron a su casa.
Kari le dio las gracias al oficial y salió del coche. Frente a ella, estaba la casa donde había crecido. Había sido construida a mediados del siglo pasado y tenía un gran porche y ventanas con contraventanas. La calle estaba bordeada por casas muy parecidas a la suya, de diferentes colores. Incluida la casa de al lado. La miró y se preguntó cuándo iba a tener el siguiente encontronazo con su vecino. Como si regresar a Possum Landing no fuera lo suficientemente difícil, Gage Reynolds vivía en la casa de al lado.
Kari entró en la casa de su abuela y se detuvo en la habitación principal. Un salón donde la gente se reunía cuando el tiempo no era bueno para sentarse en el porche. Recordó las horas incontables que pasó escuchando a las amigas de su abuela charlar sobre quién estaba embarazada o quién le era infiel a quién.
Había llegado al pueblo la noche anterior. No había encendido muchas luces al llegar y, de alguna manera, se había convencido de que la casa estaba diferente. Sin embargo, se dio cuenta de que no era así.
Los sofás estaban igual y la silla de pelo de caballo que su abuela había heredado de su propia abuela. Kari siempre había odiado esa silla, tan lustrosa y tan incómoda. Tocó la antigüedad y se sintió invadida por los recuerdos.
Quizá fue a consecuencia de las emociones vividas en el robo o quizá sólo era la sensación de estar en casa. En cualquier caso, le pareció sentir la presencia de fantasmas. Al menos, eran amistosos, se dijo mientras entraba en la vieja cocina. Su abuela siempre la había amado.
Kari miró los armarios, la cocina y el horno, que debían de tener más de treinta años. Si quería vender el lugar por un precio decente, tenía que empezar a hacer algunos arreglos. Para eso había vuelto, después de todo.
De pronto, la invadió una sensación de intranquilidad. Corrió arriba y se cambió de ropa. Se duchó y se puso un vestido de algodón. Bajó de nuevo, descalza. Dio una vuelta por la casa, casi como si estuviera esperando que algo sucediera. Y así fue.
Alguien llamó a la puerta. Antes de responder, Kari ya sabía quién era. Se le encogió el estómago y se le aceleró el corazón. Respiró hondo antes de abrir.
Capítulo 2
GAGE estaba en el porche de Kari. Ella no se molestó en fingir sorpresa. Cuando lo había visto en el banco, había estado demasiado conmocionada y cargada emocionalmente como para reparar en su apariencia… y en lo que él había cambiado. Pero, allí, en una situación más normal, podía tomarse su tiempo para apreciar cómo había evolucionado en los años que llevaban sin verse.
Parecía más alto de lo que ella recordaba. O, quizá, sólo era más corpulento. En cualquier caso, era todo un hombre. Demasiado atractivo. Le resultaba muy guapo, siempre lo había hecho.
—Si has venido para invitarme a otro atraco, voy a tener que rechazar la oferta —afirmó ella, sonriendo.
Gage sonrió y levantó ambas manos.
—No más atracos… no si yo puedo evitarlo. La razón por la que he venido es para asegurarme de que estás bien después de toda la emoción de esta mañana. Además, supuse que querrías agradecerme que te salvé la vida invitándome a cenar.
—¿Y si mi marido se opone? —preguntó ella.
Gage ni siquiera se mostró un poco preocupado:
—No estás casada. Ida Mae está al tanto de esas cosas y me lo habría contado.
—Eso crees —repuso ella y se apartó para dejarlo entrar.
Gage se dirigió al salón mientras ella cerraba la puerta.
—¿Qué te hace pensar que he tenido tiempo de hacer la compra? —inquirió Kari.
—Si no la has hecho, tengo un par de filetes en el congelador. Podría sacarlos.
—Lo cierto es que sí fui a la compra esta mañana. Por eso me quedé sin dinero y tuve que ir al banco —comentó ella y frunció el ceño—: Ahora que lo pienso, no llegue a cobrar mi cheque.
—Puedes hacerlo mañana.
—Supongo que no me queda más remedio.
Kari se dirigió a la cocina. Era extraño estar con él allí, se dijo. Una rara mezcla de pasado y presente. ¿Cuántas veces había ido Gage a cenar a esa casa hacía ocho años? Su abuela siempre lo había recibido bien a su mesa. Y había estado tan enamorada que le emocionaba la idea de que quisiera compartir las comidas con ella. Claro que por aquel entonces había sido tan joven que se hubiera emocionado sólo con que Gage le pidiera que lo acompañara mientras lavaba su coche. Todo lo que había necesitado para ser feliz era pasar unas horas en presencia de Gage. La vida había sido mucho más simple en aquellos tiempos.