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la miró fijamente.

      –Quiere decir todo, Anna –respondió él con suavidad–. Sólo me estaba preguntando si sería tan terrible que las niñas dejaran de trabajar para Premium Stores…

      –¡Por supuesto que lo sería! ¡Sabes la suerte que tienen por tener ese contrato! Otras niñas, mucho más experimentadas que las nuestras, hubieran saltado de alegría ante esa oportunidad.

      –Hablas como la típica madre de un niño artista –la reprendió él.

      Anna se quedó helada de indignación y miedo porque Todd nunca había usado aquel tono tan desaprobador y horrible con ella.

      –¡Eso no es justo y lo sabes! Yo nunca he buscado la fama para las niñas. ¡La fama las buscó a ellas! Lo hablamos con cuidado con ellas antes de dar el paso y tú lo sabes. Y los dos acordamos que siempre que no interfiriera con sus estudios podían seguir haciéndolo. Y no interfiere con el colegio, ¿verdad?

      –Hasta ahora no –respondió Todd con cautela–. Pero…

      –Y ellas ganan un montón de dinero por lo que hacen –insistió Anna con rapidez.

      –Pero nosotros no estamos al límite de la pobreza, ¿verdad, cariño? –comentó con sequedad deslizando la mirada por la elegante habitación para fijarla en los altos techos y la cara lámpara de araña que brillaba como un millón de arco iris.

      –De acuerdo –concedió ella encogiéndose de hombros–. ¡No lo están haciendo por dinero! ¡Lo hacen porque les encanta!

      Todd frunció el ceño.

      –Les encantaba. Creo que ya les gusta menos que cuando empezaron.

      –¿De verdad? Eso debe ser algo más que te han contado a ti solo, ¿verdad?

      Anna sabía que había hablado con malicia y celos, pero no pudo hacer nada para evitarlo.

      Se sentía dolida, terriblemente dolida.

      Ella había tenido a las trillizas cuando tenía todavía diecisiete años, casi una niña ella misma y había creído que su relación era muy íntima con ellas. Así que era algo así como un trauma descubrir que habían estado quejándose a su padre y la habían excluido por completo.

      Todd observó la cara pálida y enfadada de su mujer y se preguntó por qué la discusión iba tan terriblemente mal. Lo último que deseaba era una pelea con Anna. Pensó en cómo las discusiones discurrían con suavidad en el trabajo y en casa parecían empañarse siempre de emoción y de falta de lógica.

      Decidió intentarlo de nuevo.

      –El día que estuviste fuera, las niñas y yo nos sentamos y tuvimos una larga conversación.

      –Eso parece –fue su dura respuesta–. ¿Y de qué hablasteis exactamente?

      Todd dio otro sorbo de vino mientras pensaba en como expresar mejor las quejas de su hijas acerca del estilo de vida que la mayoría de sus compañeros envidiaban.

      –Les encantaba trabajar para Premium Stores –le dijo a Anna con una sonrisa que la dejó helada–. Como ellas mismas me dijeron, ¿cuántos niños podían quejarse de salir de la oscuridad a ser las estrellas de una campaña que encaja tan bien con su vida?

      –¡Exacto! –respondió Anna triunfal–. Aparte de que han conocido a todo tipo de celebridades, han hecho el tipo de cosas que la mayoría de los niños sólo sueñan…

      Se paró al recordar la memorable ocasión en que Tally, Tasha y Tina habían atacado a una estrella mundial del rock con un refresco gaseoso en el escenario para anunciar una nueva línea de refrescos. ¡La excitación en la escuela había tardado semanas en remitir!

      –Nadie niega que ese trabajo les ha dado oportunidades que no hubieran tenido normalmente –la aplacó Todd–. Pero ya llevan dos años trabajando.

      –Y Premium quiere que sigan trabajando indefinidamente con ellos –dijo Anna con obstinación.

      Todd decidió que ya era hora de dejar de andarse por las ramas. Si su esposa se negaba a escucharle, la obligaría a hacerlo.

      –Sí, ya sé que la compañía todavía las quiere, Anna. Pero el punto que no tienes en cuenta es que aunque ese contrato sea lucrativo y excitante, también es muy restrictivo.

      –Es un contrato en exclusiva –defendió Anna–. Es por eso.

      Todd sacudió la cabeza.

      –No estoy hablando de la cláusula que impide que las niñas trabajen para nadie más, sino que es restrictivo en un sentido mucho más amplio. A Tasha le está yendo muy bien en el colegio…

      –¡Ya lo sé! –exclamó Anna con orgullo–. ¡Y quieren que solicite una beca el año próximo!

      –Pero si quiere solicitarla, tendrá que estudiar mucho más, ¿verdad? ¿Y de dónde va a sacar el tiempo con las exigencias de Premium?

      –Podía intentar ver menos televisión, para empezar –repitió Anna las palabras de todas las madres del mundo.

      Pero Todd sacudió la cabeza con vigor.

      –Eso no es justo y tú lo sabes. Ella no ve demasiada televisión y tiene derecho a ver algo, ¿no crees? Si no puede disfrutar de nada de tiempo de ocio entre el colegio, estudiar y trabajar, vaya vida para una niña de diez años, ¿no te parece? Y mientras tanto, a Tally le impiden que monte a caballo por si se hace alguna lesión –continuó él de forma inexorable–. Y lo que es peor, ha ahorrado suficiente dinero como para poder comprarse su propio caballo, por lo que es mucho más frustrante para ella.

      –¡Pero si vivimos en Knightsbridge! ¿Cómo diablos va a tener un caballo cuando no tenemos sitio? ¿Dónde piensas buscarle un establo? ¿Enfrente de Harrods?

      –¡Exactamente! –bramó Todd–. Knightsbridge no es sitio para tener mascotas. No tenemos sitio para un caballo, pero tampoco para un perro –prosiguió como si hubiera estado siglos meditando sobre aquel asunto.

      ¿Lo habría estado?, se preguntó Anna. Y si era así, ¿por qué no se lo había dicho antes?

      –Tampoco tenemos manzanos que se cubran de flores fragantes en primavera y de sabrosos frutos en otoño –dijo con la voz menos apasionada que ella le había escuchado nunca. No hay arroyos para que las niñas los vadeen antes de hacerse lo bastante mayores como para desdeñarlos –continuó con la mirada turbia–. Ni flores silvestres para que se hagan coronas para el pelo. No verán conejos saltando por los campos ni oirán a las lechuzas por las noches.

      –¡Has estado leyendo demasiados libros sobre la vida en el campo! –bromeó Anna con una sonrisa nerviosa. Pero no obtuvo una sonrisa de respuesta de los labios cincelados de su marido–. Te has olvidado de mencionar el barro y quedar aislados cuando el tiempo se pone malo.

      –Te olvidas de que me crié en el campo, Anna –la contradijo con suavidad–. Y aunque mis recuerdos puedan estar un poco teñidos de rosa, te puedo asegurar que soy muy consciente de las desventajas de vivir en la naturaleza.

      Anna recordó como había empezado aquella conversación… con moverse. Había pensado que eso era bastante malo, pero de lo que Todd estaba hablando ahora era de un cambio radical de estilo de vida. Bueno, formaban una pareja. No podría obligarlas a las niñas y a ella a ir a vivir al campo si no querían hacerlo y desde luego, ¡ella no quería de ninguna manera!

      Pero, ¿cómo convencer a Todd de aquello?

      Anna estiró los brazos sobre la cabeza para ganar tiempo y al notar un músculo tensarse en la mandíbula de Todd, se le ocurrió una osada idea de cómo acabar con aquella discusión.

      Estaba empezando a sentir pánico. Ella había pasado la mayor parte de su vida en aquel apartamento. Su padre había vendido la propiedad a Todd a un precio muy barato como regalo de bodas, porque siendo como era Todd, se había negado a aceptar la casa como un regalo. Ella no podía imaginar vivir en ningún otro sitio.

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