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Salir de las zonas de confort implica asumir riesgos y atravesar el miedo que ello implica.

      Lo más importante no es alcanzar una meta, sino darme cuenta de la persona en que me he convertido para alcanzarla. Lo que enriquece es el viaje, no llegar al destino. El proceso, el itinerario creativo, es lo más valioso. Y esa revisión o evaluación del aprendizaje no puede ser binaria: lo he logrado o no lo he logrado. Es esencial dar más importancia a la persona como ser completo que está en proceso de manifestar su potencialidad. Y desde ahí podemos reflexionar en torno a lo que se ha conseguido y lo que queda por desarrollar y descubrir para alcanzar una determinada meta o reto.

      El docente es un aprendiz en el mirar, el mimar y el motivar. La mirada, el reconocimiento y el alumbramiento son dimensiones cultivadas internamente que conforman la expresión de su presencia en el aula para ser mirada apreciativa (valor), para acompañar desde la confianza y la creencia en el ser del alumno, para acompañar en el alumbramiento de la propia luz interior.

      Y ahora, ¿cómo lo hacemos? Propuestas de acción

      Al binomio docente-alumno hay que sumarle la familia y la sociedad. Con estos tres aspectos (alumno, docente, familia-sociedad) construimos un triángulo estable que nos va a permitir desarrollar un practicum, que no busca ser un vademecum educativo y sí un generador de propuestas para que cada centro y docente las concrete según su contexto e identidad propios.

      Actualmente los tres vértices suelen tener intereses distintos y el triángulo no es equilátero, sino que según el contexto tiene sus desequilibrios en lados y ángulos.

      Este triángulo tiene sus correspondientes en otros aspectos y niveles como cuerpo-mente-corazón, recursos-currículo-metodología, por ejemplo.

      En el interior de ese triángulo estaría el ¿para qué?, la parte más profunda: identidad, propósito y valores, integrando la totalidad de los aspectos educativos en un todo unitario y coherente como un vector que genera dirección y rumbo.

      De él se irradia el ¿cómo?: metodologías, plan docente, estrategias y planificación.

      Por último, se concretaría el ¿qué hacemos?: tareas, acciones, gestión de aula, experiencias de aprendizaje y recursos. No puedo extenderme adecuadamente en este espacio sobre propuestas de acción, muy necesarias y pertinentes. Pero estas surgen también por sí mismas cuando el docente se transforma, cambia la mirada y pone en marcha su creatividad. Aun así, hay varios aspectos que constituyen unas claras áreas de mejora:

      1. Colocar al aprendizaje y al alumno en el centro. Todo lo demás está a su servicio.

      2. Aportar a la formación docente el desarrollo de habilidades no cognitivas y la invitación al crecimiento personal constante. Por encima de nuestra erudición intelectual, hemos de ser maestros de vida. Hace falta romper creencias muy arraigadas para generar nuevas perspectivas.

      3. Conseguir aulas abiertas a la vida, centros que se abren a la sociedad, espacios abiertos donde la comunidad pueda entrar y ser usuaria de los centros educativos y donde la sociedad se enriquezca de las aportaciones de una comunidad que participa activamente.

      4. Generar centros con identidad propia y sentido de pertenencia, ecosistemas inclusivos de trabajo en equipos de docentes y alumnos con tareas asignadas a partir de los valores, objetivos y necesidades del centro donde todos sean partícipes importantes de la identidad y el devenir del mismo.

      5. Educar para ser desde las materias y contenidos. Impregnar la docencia de valores y el aprendizaje de habilidades no cognitivas: de manera específica (por ejemplo, en tutorías) y de manera transversal, constantemente, en cada área y en cada clase.

      6. Generar experiencias de aprendizaje significativas. Desde la presencia docente, mantener un proceso de aprendizaje que empodere, empleando metodologías activas, creativas, formales e informales (disruptivas incluso), que permitan al alumno hacerse cargo de su aprendizaje. Romper espacios y tiempos.

      El reto pendiente en educación

      Un espíritu libre no debe aprender como esclavo.

      Roberto Rosellini

      Desde nuestra presencia, los docentes podemos construir un espacio de potencialidad para la regeneración, sanación y transformación de la educación y de todos los integrantes de la comunidad educativa, empezando por nosotros mismos.

      Una educación para ser solo puede ser posible desde la construcción de un necesario vínculo a través de una presencia docente que encarne la resonancia del ser. Y solo desde esa mirada apreciativa, respetuosa y comprometida es posible acompañar a la delicada naturaleza de un niño, de un joven, de una persona, para que resuene con esa misma actitud (los alumnos nos aprenden), para encontrar su propio camino hacia su única y especial singularidad interna.

      Detrás del establecimiento de las relaciones entre docente y discente está ese vínculo afectivo entre personas que deja una huella en el alma; esa que queda desde el respeto, la confianza y el cariño. Pues solo desde el amor podemos reconocer al otro y respetar su singularidad, confiando en él e inspirándolo para creer en sí mismo y lograr ser.

      Lo que nos enriquece no es la uniformidad, sino la diversidad. Y hemos de incluirla en la educación. En el jardín de la diversidad hay sitio para todas las plantas y árboles, para todas las semillas, pues, en esa interdependencia positiva todos se enriquecen de las valiosas aportaciones de cada especie. En un jardín así hay abundancia de frutos y flores. ¿Podemos ver esa abundancia en nuestra enorme diversidad humana? Hay un largo camino que recorrer como seres que anhelamos llegar a ser realmente humanos. Y ese es nuestro camino, el camino de todos. Los hijos de los hombres van a la escuela en todas las culturas y países. La educación tiene la oportunidad de ser factor de transformación o de perpetuar modelos que la actual crisis está convirtiendo en anacrónicos.

      Cuando el corazón del docente late con la semilla de su ser permite que sus alumnos, hijos temporales con los que la vida le provee, encuentren sus propios latidos resonando con el ser. Una humanidad que late desde el ser es una humanidad transformada, trascendida.

      Una educación para ser no es un método ni un abordaje pedagógico. Es una mirada transformadora a la educación que aporta un paradigma, más que nuevo, recuperado y actualizado desde lo que de verdad importa, desde lo nuclear como personas. Educar para ser es encontrarse con lo esencial. ¿Y qué es eso?, ¿qué es lo realmente importante para las personas? Vivir gozosamente desde lo que somos en esencia, siendo fieles a nosotros mismos.

      Los padres se preocupan por sus hijos, se enfadan con ellos, y les explican que todo es “por su bien”. Sin embargo, los niños sienten que están siendo violentados en su naturaleza esencial. La crianza no debe parecerse tanto al adiestramiento de un animal sino más al amoroso ejercicio de respetar y cuidar la excepcional belleza de valor incalculable que porta en sí cada ser humano. Y eso no está reñido con el establecimiento de los necesarios límites amorosos. No solemos ver esa belleza porque nuestra mirada se ha deformado y porque, no encontrando el cuidado que nuestra singularidad merece, solemos esconderla debajo de muchas capas defensivas.

      Para transformar la educación hay que transformar al docente. Y para ello hay que trascender una manera de hacer y, sobre todo de ser, abriendo nuevos espacios de conciencia en los que sea posible encontrar nuevas posibilidades, para crear esa educación que dé alas a nuestros niños y jóvenes para ser lo que están llamados a ser: creadores de futuro, transformadores de nuestro mundo.

      El reto de una educación para ser es que todo empieza en la transformación del educador. Ese es el reto; no que el docente se forme, sino que se transforme. En los próximos capítulos se aportan diversos enfoques que pueden formar parte de esa paleta de colores metodológica de educar para ser, cuyo principio es resonar en lo esencial.

      El mundo necesita docentes que amen lo que hacen, pues solo ellos pueden convocar la voluntad, que es impulso para querer y acción para transformar.

      Si algo de este capítulo te ha conmovido, es que también forma parte de ti, de tu naturaleza. Deja que resuene en tu interior y te inspire.

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