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hechos y procedimientos sobre los que aprende, con el fin de apropiarse de ellos y transitar por la vida con capacidad para la mejora de su mundo.

      Enrique Sánchez continúa con una aportación imprescindible en la educación para ser: la perspectiva sistémica, que supone superar el universo de lo concreto y tangible para descubrir lo invisible. Un capítulo donde aparece la perspectiva humanista en el aula, donde las historias vitales, familiares y afectivas son determinantes en la construcción de la persona.

      Del yo al nosotros es la reflexión que nos regala José Emilio Linares en su propuesta sobre aprendizaje cooperativo para contribuir a la educación del ser como desarrollo de todas las potencialidades del individuo, al unir desarrollo cognitivo y afectivo, en un contexto que lo posibilite, donde el alumno aprende con otros y encuentra apoyo en ellos.

      Anna Forés recoge la estela y se coloca en el epicentro de este libro desde su propia esencia de ser, desde la consciencia del rescate y la construcción que hace de su yo a partir de las personas que lo van acompañando durante toda la vida. Se apoya en la certeza neuroeducadora de que nuestro cerebro es básicamente un cerebro social.

      Apoyado también en neurociencia José Luis Redondo nos argumenta desde su experiencia de aula cómo las emociones, creencias y valores influyen en el aprendizaje y cómo son la clave para la educación del ser desde un principio básico: la escuela como lugar y hecho relevante en la vida del alumnado.

      Es ese mismo contexto emocional de encuentro, que fluye por todos los capítulos como esencia que se debe producir en las aulas, el que reclama Enrique González desde planteamientos enriquecedores que proporcionan las técnicas de coaching. Un encuentro entre el tú del docente y el yo del alumno (desde la conversación, el diálogo y la apertura) que ofrezca protección a este en el escenario estresado y masificado que presenta la escuela española. Un contexto emocional que se puede educar.

      Así nos ayuda a visualizarlo Ana Peinado en un capítulo con el que proporciona propuestas cercanas para el desarrollo en el aula de una educación emocional que debe dejar de estar confinada en el marco de la acción tutorial para adentrarse y expandirse de lleno en las asignaturas.

      José Antonio Gabelas y Carmen Marta Lazo colocan la tecnología como elemento para la construcción del ser en un paradigma nuevo que denominan “humanismo digital” y nos advierten de que, regidos por la implacable ley pendular de las teorías pedagógicas, hemos pasado del dominio de la razón y la racionalidad de otros siglos a la era de la neurociencia de estas últimas décadas, transitadas por diferentes técnicas, proyectos y metodología basados en la denominada inteligencia emocional, que en algunos casos ha enfatizado y priorizado el sentirse a gusto, el aprender jugando, sobrevolando el esfuerzo y la memoria. En ese conocimiento, nos invitan a conciliar razón y emoción, a explorar lo que nuestro cerebro lleva milenios practicando: la creación de puentes entre lo racional y lo emocional.

      Ana Mangas nos propone unir razón y emoción a partir de la inclusión del pensamiento reflexivo al que nos induce el arte: dibujar para imaginar nuestro mundo y para construir de manera consciente nuestro ser a través de un todo hecho de ideas, de puzle de vivencias, de cadena de secuencias. Sus maravillosas ilustraciones, esquemas y resúmenes son el vivo ejemplo de un discurso que remarca hilo y sentido con y a través de ellas.

      Una persona es un ser único e irrepetible y así debe ser educada, como única en su esencia. Este es el discurso inclusivo, contestatario sobre el proceso normalizador, que nos porta Antonio Márquez. La norma que actúa con un peso demoledor y que deja a la persona lejos de convertirse en un ser en sentido pleno, diferente y auténtico.

      Por esto, resalta Salvador Rodríguez Ojaos, ha llegado el momento de escoger cuál debe ser el propósito de la escuela, seguir seleccionando y excluyendo o formar e incluir a través de una pedagogía que permita a los docentes aplicar con sentido y funcionalidad cualquier otra metodología en beneficio del ser, de la persona, del individuo…de cada alumno y alumna.

      Unas escuelas con valor y valores, con capacidad de transformación, constituidas, como nos propone Viridiana Barban, en ecosistemas vivos donde el pensamiento efectivo constituya la energía que hace que cada niño y cada niña saque el máximo provecho individual y colectivo de sus fortalezas y capacidades.

      Un puzle con 15 piezas que nos permiten viajar de las ideas y fundamentos a la praxis, enmarcados en el excelente prólogo de Juan José Vergara por la pedagogía de la escucha como vehículo para aprender a ser, como mirada intencional y permanente para decidir cómo emprender el camino con los otros para situarnos y situarlos frente a la realidad común que habitamos.

      Gracias SM por interesaros en este proyecto y gracias, compañeros y compañeras, por vuestra repuesta de amistad a nuestra petición de colaboración.

      Educar para ser es plantear que la educación no debe ser solo cuna del conocimiento, sino también de la cultura viva que transforma la sociedad.

      José Blas García y Francisco Riquelme.

      Capítulo uno

      Un reto para el docente

      Francisco Riquelme Mellado es licenciado en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, máster en Arteterapia por la Universidad de Murcia, tiene formación Gestalt en el Programa SAT, y es coach certificado por la ICF y la ASESCO. Jefe de Estudios en el CEA Mar Menor de Torre Pacheco. Formador en Bienestar Docente, Gestión Emocional, Coaching Educativo, Creatividad, Aprendizaje Cooperativo, Aprendizaje Basado en Proyectos y Aprendizaje-Servicio. Divulgador en educación a través del blog “Una Educación para Ser”3 Publica para el portal especializado INED21.

      La interioridad del docente como “corazón” que acciona y sostiene el aprendizaje

      Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus huesos,

       sus funciones, sus sitios, pero nunca supimos de qué estaba hecha el alma.

      Mario Benedetti

      El aula es un espacio en el que confluyen muchas voluntades e intereses. A veces sentimos cómo el acto de la comunicación y el contacto entre las personas convocadas en ella se da en un nivel más profundo, en ese en el que las voluntades se unifican como una sola. A veces apreciamos cómo nuestras palabras pueden estar cambiando vidas.

      Damos en el aula lo que somos, ni más ni menos. Solemos diferenciar entre vida personal y vida profesional; pero solo tenemos una vida. Y si un día o más estamos mal por algo que nos pasó en casa, no queremos que se note en el centro educativo, tratamos de meterlo debajo de la bata de profe o maestro haciendo de tripas corazón. Y sí, es necesario gestionar esos estados para ser “profesionales”, “eficientes” y mantener el adecuado “pulso” del aprendizaje. Pero también lo es revisarlos en algún momento cercano para que sean sanados, comprendiendo de dónde proceden, cómo surgen y se expresan en nuestra vida. El contenido y los estados de nuestra vida no pueden ocultarse tras el rol de profesor o maestro, pues se muestran de un modo u otro.

      El currículo, la metodología y la gestión de aula son aplicados y concretados por el docente, que los maneja y desarrolla desde los impulsos de su mente y su “corazón”, entendido como esa manera especial de ser, acoger, desplegar y accionar el aprendizaje de los alumnos. Cada docente tiene un pulso particular y único de hacerlo. Por tanto, la aplicación de esos tres ámbitos es resultado de quién soy como persona, cuáles son mis creencias y perspectivas, cómo gestiono mis emociones, en qué pongo más el foco, a qué le doy más importancia, cuáles son mis puntos ciegos. Por eso el docente es el corazón del sistema educativo, porque es el que acciona y modula los impulsos en la concreción del proceso de aprendizaje.

      Solemos atrincherarnos detrás de muchas circunstancias que no manejamos como excusas

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