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ustedes… elfos de Santa Claus –dijo él, lentamente–. Y trabajan para él en… ¿el Polo Norte?

      –Sí, claro –respondió el elfo izquierdo con un resoplido–. No, trabajamos aquí, en la ciudad, como tú, en el Pueblo de la Navidad, en Soma. Con trajes demasiado ajustados y por muy poco sueldo. Cariño, ¿no te dijo tu madre que Santa Claus no existe?

      Bueno, al menos, no creían que fuesen elfos de verdad. Eso era todo un alivio. Él tenía un tío abuelo que algunas veces pensaba que era Batman, pero solo las noches que se bebía los cheques de la seguridad social con sus amigos.

      –Santa nos dijo que nos daría la mitad de los beneficios para donarlas a las ONGs que nosotras quisiéramos. El año pasado, ganamos mucho, tuvimos tantos beneficios que pudimos hacer unas buenas donaciones e ir a pasar un fin de semana largo en Las Vegas.

      El elfo izquierdo asintió con una sonrisa.

      –Yo todavía tengo la ropa interior de Elvis que llevaba el imitador de la fiesta a la que nos invitaron. ¿Te acuerdas, Liz?

      Liz asintió.

      –Sí. Pero este año no vamos a tener nada de eso. Santa Claus dice que no hay beneficios, que casi no llega a cubrir costes. Pero eso no puede ser cierto, porque acaba de comprarse un Cadillac nuevo. Molly es mi vecina, ¿sabes? No, él no sabía nada. Se le daban bien ciertas cosas, como investigar y encontrar a los tipos malos del mundo, y hacer justicia. Se le daba bien cuidar de su pequeña familia. Se le daba bien, cuando estaba de humor, cocinar. Y, en su opinión, también era bueno en la cama.

      Sin embargo, lo que no se le daba bien era desenvolverse en las situaciones sociales en las que había que mantener una charla cordial con otra gente, y menos con dos señoras mayores vestidas de elfo.

      –En realidad, Investigaciones Hunt no acepta este tipo de casos –dijo.

      –Pero Molly nos dijo que es una agencia de seguridad e investigación de elite y que trabaja para quien los necesite.

      Eso no era estrictamente cierto. Muchos de los trabajos que hacían eran rutinarios, como investigaciones para compañías de seguros, investigaciones de asuntos criminales, vigilancias y comprobaciones de la situación real de las empresas. Sin embargo, había otros casos que no tenían nada de rutinarios, como investigaciones forenses, detenciones de presos que cometían un quebrantamiento de las condiciones de la libertad condicional, contratos de trabajo para el gobierno…

      Cazar a un Santa Claus malvado no estaba en aquella lista.

      –¿Sabes cuándo va a llegar Molly? –preguntó el elfo izquierdo. Lo estaba mirando a él, pero seguía tricotando a la velocidad de la luz–. Vamos a esperarla.

      –No sé cuál es su horario –respondió Lucas.

      Y era cierto. Investigaciones Hunt tenía un director que era el tipo con más mal genio que él hubiera conocido. Se llamaba Archer Hunt, y en su equipo solo cabían los mejores. Lucas se sentía honrado de formar parte de aquel equipo. Todos ellos, incluido él, estaban dispuestos a interponerse entre una bala y su compañero, y algunos, incluso, lo habían hecho.

      En su caso, era algo literal.

      La única mujer que había en la oficina era Molly Malone, que tenía el mismo valor que ellos, aunque en otro sentido. Ella era la que los mantenía a todos alerta. Nadie se atrevería a entrar en sus dominios y meter la mano en sus cosas para ver cuál era su horario. Sin embargo, por lo menos, él podía preguntarlo.

      –Voy a ver a qué hora suele llegar –dijo, y entró en la oficina.

      Encontró a Archer y a Joe comiendo donuts en la sala de descanso. Tomó uno, asintió para saludar a Archer y miró a Joe, uno de sus mejores amigos y, también, su compañero de trabajo.

      –¿Dónde está tu hermana?

      Joe se encogió de hombros y tomó otro donut.

      –No soy su canguro. ¿Por qué?

      –Ahí fuera hay dos elfos que están esperando para hablar con ella.

      –¿Todavía? –preguntó Archer, y cabeceó–. Ya les he dicho que no aceptaba su caso –dijo, y salió al corredor.

      Lucas lo siguió, porque, si él tenía poca habilidad para las relaciones sociales, Archer no tenía ninguna.

      –Señoras –les dijo Archer–. Como ya les he explicado, nosotros no trabajamos en casos como el suyo.

      –Oh, ya lo hemos oído –dijo el elfo izquierdo–. Solo estamos esperando a Molly. Ella nos prometió que nos ayudaría personalmente si usted no lo hacía.

      Archer puso cara de frustración.

      –Molly no lleva ningún caso en la agencia. Es la encargada de la administración.

      Los elfos se miraron y recogieron su labor.

      –Muy bien –dijo el elfo izquierdo–. Entonces, vamos a verla a su casa directamente.

      Archer esperó a que se hubieran metido al ascensor, y se volvió hacia Lucas.

      –¿Por qué has venido?

      –Vaya, yo también me alegro de verte, jefe.

      –Permíteme que te lo pregunte de otro modo. ¿Qué tal tienes el costado? Ya sabes, ahí donde recibiste un balazo.

      –Ya no tengo herida de bala. Se ha quedado en un arañazo. Me he recuperado lo suficiente como para volver a trabajar.

      –Um… –murmuró Archer, que no se había quedado muy impresionado. Más bien, se había puesto de peor humor todavía–. No he recibido el alta de tu médico.

      Lucas tuvo que contener un gesto de contrariedad. Su médico le había dicho repetidas veces que tenía que seguir de baja una semana más.

      –Tenemos una pequeña diferencia de pareceres.

      –Mierda –dijo Archer, y se pasó una mano por la cara–. Sabes que no puedo ponerte a trabajar mientras él no te dé el alta.

      –Si me quedo en casa otro día más, me vuelvo loco.

      –Solo hace dos semanas que te pegaron un tiro. Estuviste a punto de desangrarte antes de llegar al hospital. Hace muy poco tiempo de eso.

      –Eso es prácticamente un episodio de la antigüedad.

      Archer cabeceó.

      –De eso, nada. Y te dije que abortaras la misión. En vez de eso, enviaste al equipo a un lugar seguro y te metiste solo en ese barco, sabiendo que se estaba quemando porque los culpables querían que se hundiera para cobrar el seguro.

      –Entré porque sabía que todavía quedaba alguien a bordo –respondió Lucas–. Querían incriminar a un adolescente que se había refugiado allí y se había quedado dormido viendo la tele. Si no lo hubiera sacado, habría muerto.

      –Y, en vez de eso, el que estuviste a punto de morir fuiste tú.

      Lucas exhaló un suspiro. Habían tenido aquella discusión en el hospital. Y, desde entonces, otras dos veces más. No quería volver a hablar de ello, porque, además, no se arrepentía de haber desobedecido aquella orden directa.

      –Salvamos a un chaval que era inocente. Tú habrías hecho lo mismo. Cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo.

      Archer miró a Joe, que había guardado silencio durante toda la conversación.

      Joe se encogió de hombros, admitiendo que sí, que él habría hecho mismo. Y Archer, también. Lucas lo sabía perfectamente.

      –Mierda –dijo Archer, por fin–. De acuerdo. Voy a dejar que trabajes, pero solo algo ligero, hasta que el médico me diga personalmente que ya estás al cien por cien.

      Lucas no se atrevió a sonreír, ni a dar un puñetazo al aire en señal

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