Скачать книгу

que ver la casa, Boone! –le dijo, cuando habló con él aquella noche.

      Aunque en Carolina del Norte ya eran las once pasadas, no había tenido tiempo de llamarle hasta ese momento, ya que había estado muy atareada contactando con sus contratistas y proveedores más fiables. Había usado todo su poder de persuasión, y había conseguido que varios de ellos accedieran a ir a la casa al día siguiente.

      Después de contarle a Boone cómo era la casa y todo el trabajo que había por delante, añadió:

      –Cuando esté terminada, va a quedar perfecta. Ya puedo oír las risas de los niños en cada una de las habitaciones.

      –Por lo que dices, vais a tener que trabajar duro para ponerla a punto en tan poco tiempo. ¿Vas a quedarte a revisarlo todo en persona?

      –Puede que tenga que quedarme unos días más de lo previsto, pero la gente que he contratado sabe lo que hace y no hace falta mi supervisión. Estaré ahí la semana que viene, aunque solo sean unos días.

      –Espero que sea a finales de semana, porque no esperaba que volvieras tan pronto y a principios de semana voy a Charleston con Pete. Estamos pensando en abrir un restaurante allí.

      –Ah –aquello la había tomado desprevenida, no esperaba que hubiera un problema de agendas–. Esperaba estar ahí pronto, y volver a venir antes de que las obras estuvieran a pleno rendimiento. Quiero que los obreros puedan empezar a finales de semana y eso sí que tengo que supervisarlo, aunque solo sea durante los primeros días.

      –Entiendo –se limitó a comentar él.

      –Esto va a ser más difícil de lo que pensábamos, ¿verdad? –le dijo ella, sin intentar ocultar lo decepcionada que estaba–. ¿Podrías cambiar de día tu viaje, esta única vez?

      –Pete se ha pasado todo el día concertando citas con las autoridades de Charleston, no podemos llamarles y pedirles que las cambien de día. Estamos intentando empezar con buen pie.

      –Sí, ya lo sé. Perdona, no tendría que habértelo pedido.

      –Y ni que decir tiene que tú tampoco puedes reprogramar tu agenda, esas familias cuentan contigo.

      –Boone, tenemos que ir viendo sobre la marcha cómo nos organizamos con esto de la relación a distancia, es normal que al principio haya algunos baches. Creo que será mejor que veamos cómo lo tenemos para dentro de dos semanas, a ver los días que los dos tenemos libres.

      –Buena idea. No tengo ningún viaje planeado en toda esa semana, solo tengo que prepararlo todo para cuando B.J. vuelva al cole.

      –Podríamos llevarle de compras, lo pasaremos bien. Me acuerdo de que mi madre siempre me llevaba a comprar ropa nueva en septiembre, antes de que empezara el nuevo curso.

      Él se echó a reír.

      –Claro, pero tú eres una chica. A B.J. no le entusiasma tener que ir a comprar ropa, libretas, lápices, una fiambrera… prefiere quedarse en casa y quejarse al ver lo que le he comprado.

      –Por eso mismo tendría que ir él también –vaciló al darse cuenta de que quizás estaba metiendo la pata–. Si el problema es que no quieres que yo vaya, solo tienes que decírmelo. ¿Estoy cruzando los límites de los que hablamos? –tuvo su respuesta al ver que se quedaba callado–. Vale, es eso; en cualquier caso, iré a pasar unos días ahí para estar contigo.

      –Podrás ver a B.J. sin problemas, lo que no quiero es que se haga ilusiones.

      Ella se sintió desilusionada, pero logró disimular y dijo con naturalidad fingida:

      –De acuerdo. Bueno, te dejo dormir ya. Ahí es tarde, y a mí aún me queda trabajo por hacer.

      Iba a colgar, pero se detuvo al oírle decir con voz suave:

      –Em…

      –¿Qué?

      –Te echo de menos.

      –Yo también. Vamos a conseguir que esto funcione, te lo aseguro. Es demasiado importante como para que lo echemos a perder.

      –Los dos vamos a esforzarnos al máximo, de eso no hay duda.

      –¿Hablamos mañana? –le preguntó ella.

      –Sí. Seguro que no vas a parar en todo el día, así que te llamaré al móvil.

      –Vale, buenas noches.

      –Ojalá estuvieras aquí, no sabes cuánto desearía tenerte a mi lado.

      –Claro que lo sé, yo siento lo mismo.

      Después de volver a acostarse de nuevo con Boone, se había quedado con ganas de más; de hecho, lo que quería era una vida entera junto a él, pero lo que había pasado a lo largo de aquella jornada complicaba un poco las cosas. Aunque su trabajo siempre le había dado satisfacciones y la había enfrentado a retos excitantes, por primera vez sentía que estaba haciendo algo importante de verdad, y esa era una sensación fantástica que le daba una inesperada plenitud.

      El problema radicaba en que colaborar en más proyectos como aquel implicaría tener que aceptar más trabajos pagados, y eso haría que estuviera más ocupada que nunca. Era difícil imaginar que una relación pudiera funcionar en semejantes circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta que Boone vivía al otro lado del país.

      Suspiró y procuró apartar a un lado aquellas preocupaciones. Era un problema que no solo la concernía a ella y no podía hacer nada por resolverlo en ese momento, pero había muchas otras cuestiones de las que sí que podía encargarse. Era mejor que se centrara en ellas, al menos de momento.

      Cuando Emily entró en casa de su abuela a su regreso de Colorado, se sorprendió al ver que Gabi salía a toda prisa de la habitación, y miró desconcertada a Samantha.

      –¿Qué le pasa?

      –Dice que tiene gripe, pero estoy un poco preocupada por ella. No es normal que haya decidido perder más días de trabajo, antes estaba deseando volver. Me parece que ese trabajo la tiene muy estresada, pero que intenta disimularlo.

      –¿No volvió a Raleigh? –le preguntó Emily, sorprendida–. Yo creía que iba a volver el mismo día que yo me marché.

      –Ese era el plan, pero se puso mala y aún no ha conseguido recuperarse.

      –¿Ha ido al médico?

      –No. La abuela quería que pasara por la clínica de Ethan, pero no hubo forma de convencerla. Gabi nos aseguró que iba a ponerse en pie en un periquete y que pensaba irse a su casa a finales de la semana pasada, pero al ver que no lo hacía me dieron ganas de llevarla a la clínica a rastras.

      –Ya, claro, y supongo que no estás buscando excusas para ir a ver a Ethan, ¿verdad? –comentó Emily, en tono de broma.

      –¡Anda ya!

      A pesar de la vehemente protesta, Samantha tenía las mejillas teñidas de un rubor que revelaba su interés por el que había sido todo un héroe en el equipo de fútbol del instituto.

      –Si quieres que deje de darte la lata con ese tema, deberías dejar de ponerte esa vieja sudadera suya para estar por casa.

      –¡Es que es muy cómoda! Bueno, cuéntame qué tal te ha ido. Yo creía que volverías antes.

      –Yo también, pero es que se trata de un proyecto fantástico. Va a ser un milagro que esté todo listo antes de Acción de Gracias, pero quiero conseguirlo y creo que todo el mundo tiene claro lo importante que es que la casa esté acabada para entonces. Tanto para esas mujeres como para sus hijos va a ser una bendición poder pasar esas fechas en un lugar donde se sientan a salvo.

      –Me encanta verte tan emocionada con una buena causa, es muy distinto a tener que complacer los caprichos de todos esos clientes tuyos forrados de dinero.

      Emily se sintió ofendida por aquel comentario.

Скачать книгу