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Deuda de deseo. Caitlin Crews
Читать онлайн.Название Deuda de deseo
Год выпуска 0
isbn 9788413752099
Автор произведения Caitlin Crews
Жанр Языкознание
Серия Bianca
Издательство Bookwire
Cristiano estaba tan cerca de Julienne que notó su estremecimiento.
–Estás muy seguro de que no serás tú quien grite mi nombre –dijo Julienne con sorna–. Es extraño, teniendo en cuenta que ni siquiera sabemos si nos llevaremos bien en la cama. Puede que no haya gemidos, sino gestos de incomodidad.
–Sí, eso es cierto.
Cristiano no se lo discutió.
Se limitó a acercarse un poco más y asaltar su boca.
Sin delicadeza, sin suavidad, sin la menor intención de resultar amable.
Asaltó su boca con la simple y contundente energía de su necesidad, tomando lo que buscaba en un encuentro directo de labios y lenguas, dándole un ejemplo práctico del tipo de exigencias que tenía.
No, no fue dulce con ella.
Pero ella tampoco lo fue con él.
Lejos de someterse, se apartó de la pared, se frotó contra su cuerpo y respondió a su asalto con fuego. La fuerza de su pasión fue de tal calibre que Cristiano se cuestionó su propia fuerza de voluntad, pensando por primera vez en su vida que quizá no era capaz de controlarlo todo.
Cuando por fin rompieron el contacto, estaba jadeando. Y solo deseaba una cosa: penetrarla una y otra vez.
Si es que sobrevivía a la única noche que le iba a conceder.
La única noche que se iba a conceder a sí mismo.
Pero, ¿sería suficiente con una sola noche?
Al pensarlo, Cristiano se dio cuenta de que estaba dispuesto a concederle muchas más, y se preguntó cómo era posible que no le preocupara. Aquella mujer estaba destruyendo sus defensas. Era una verdadera amenaza.
–Una noche –insistió, sacando fuerzas de flaqueza–. Es todo lo que puedo ofrecer.
–¿Todo lo que me puedes ofrecer? ¿A mí? –preguntó ella–. ¿O todo lo que puedes ofrecer en general?
Cristiano pensó que Julienne era muy inteligente. Había hecho la pregunta adecuada. Y quizá fue eso lo que le empujó a acariciar su labio inferior con un dedo.
Quería probarla. Separar sus piernas y llevar la boca a su sexo.
–¿Eso importa?
Ella volvió a respirar hondo. Los pezones se le habían endurecido, y se notaban claramente bajo su blusa de seda.
–Está bien, solo una noche –declaró Julienne, casi con solemnidad–. Pero espero que no sufras de pánico escénico… Sería lamentable que no estuvieras a la altura de unas expectativas tan grandes.
Él sonrió, y se sintió extremadamente satisfecho al ver que la piel se le ponía de gallina.
–Permíteme que sea yo quien se preocupe de eso. Tú concéntrate en mi nombre, porque lo vas a repetir muchas veces –dijo, antes de pasarle la lengua por el cuello–. Recuérdalo, por favor. Me llamo Cristiano. Aunque, si las circunstancias son especialmente desesperadas, no me importará que digas Dios mío… o cosas así.
Julienne soltó un grito ahogado y él, una carcajada.
Momentos después, Cristiano tomó de la mano a la mujer a la que pretendía someter aquella noche, de uno u otro modo. Salieron al corredor, entraron en uno de los ascensores y se dirigieron a su suite, que estaba en el ático del hotel.
Tenía intención de hacerle el amor hasta el alba.
De aprovechar hasta el último segundo de oscuridad.
De saciarla y saciarse por completo.
Y, tal vez, con un poco de suerte, de redimirse por los errores que había cometido diez años antes.
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