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capitalista, un objeto de estudio que sólo puede ser clarificado si se toma en cuenta la mercantilización de la fuerza de trabajo. Solamente cuando llegamos a esta parte de la exposición descubrimos que el “plusvalor” es el resultado de un excedente producido por los trabajadores, del cual, sin embargo, se apropian los dueños de los medios de producción. Así, lo que hasta entonces había sido considerado en términos de relaciones entre individuos deberá ser considerado en función de las relaciones entre clases. Pero una vez que pasamos al análisis teórico de la estructura de clase capitalista y, por ende, del “plusvalor”, la libertad, la igualdad y la racionalidad implicadas en la lógica de producción mercantil se invierten: la explotación de la fuerza de trabajo pone de manifiesto que las sociedades capitalistas se sostienen en una división de clases que hace prevalecer condiciones de desigualdad, sujeción e irracionalidad.

      En términos teóricos, el tránsito que nos lleva del valor al plusvalor no debe pasar desapercibido. Mientras que en el primer caso estamos ante el análisis de la racionalidad subyacente a la lógica de producción e intercambio mercantil entre productores independientes; en el segundo nos encontramos ante la explicación de la acumulación capitalista como resultado de la apropiación del trabajo ajeno. Por lo mismo, Bidet insiste en el error de aquellos análisis que buscan hacer de la teoría del valor un instrumento cuantitativo para explicar los precios en el mercado capitalista. Después de constatar que el capitalismo depende de la mercantilización de la fuerza de trabajo resulta imposible seguir afirmando que los productos se intercambian “a su valor”. En realidad, como afirma el propio Marx en el Libro 3, éstos se intercambian en virtud del costo de producción (en el que va incluido el costo del salario) más el beneficio medio, atendiendo a las fluctuaciones del mercado. Así, contrario a lo que afirman algunos de sus críticos, el análisis de Marx no nos obliga a realizar “imposibles cálculos del valor”.

      En cualquier caso, la explicación de la estructura capitalista no se produce cuando salimos del dominio “aparente” de la circulación y entramos en el dominio “esencial” de la producción, sino cuando logramos conceptualizar la instrumentalización que la mercantilización de la fuerza de trabajo produce sobre la lógica de producción mercantil. O, en otras palabras, cuando constatamos que en las sociedades capitalistas la lógica de producción mercantil no busca realizar valores de uso, sino que ha sido convertida en un “instrumento” para obtener plusvalor.

      De igual forma Bidet subraya que el paso de la forma valor M-D-M a la forma capital D-M-D´, expuesto en la Sección 3, no se puede explicar en términos dialécticos, es decir, como si la primera forma sólo pudiera ser comprendida plenamente a partir de su desarrollo en la segunda. Ciertamente, la secuencia D-M-D´ implica una “transformación” respecto a M-D-M, pero no se trata de un desarrollo dialéctico que terminaría por colocarnos frente a la “forma” (social) del capitalismo. Lo que se juega en la figura D-M-D´ es, más precisamente, una “formula” (ideológica) de la consciencia ordinaria. En efecto, el incremento (“´”) de valor en D-M-D´ se le presenta al capitalista como el resultado del adelanto de dinero; sin embargo, Marx muestra que el excedente de valor sólo puede ser resultado de la explotación de la fuerza de trabajo. De esta forma, más que una “contradicción real”, la “formula” D-M-D´ es una “contradicción en los términos” (de la relación entre equivalentes no puede surgir un incremento) cuya resolución sólo es posible si se toma en cuenta un elemento nuevo: la mercantilización de la fuerza de trabajo.

      Así, para Bidet, entre la Sección 1 y la Sección 3 no habría ni un pasaje que nos llevaría de la “superficie” a la “esencia”, ni una “superación dialéctica”. En todo caso, nos encontraríamos con una elaboración teórico-conceptual que comienza por lo “más abstracto” o lo “más general” y nos conduce a lo “más particular”, a su “determinación concreta”. Del análisis “más general” de la lógica de producción mercantil, pasamos al estudio del capitalismo como su “determinación concreta”, resultado de la instrumentalización de la lógica mercantil a través de la mercantilización de la fuerza de trabajo.

      Ahora bien, Bidet señala que El Capital no sólo nos ofrece un análisis del modo de producción capitalista, sino el esbozo de una teoría de la modernidad que es preciso complementar. En ese sentido, el francés señala que en la medida en que los procesos sociales se vuelven más complejos, las relaciones más inmediatas, establecidas a través del discurso comunicativo, tienden a ser relevadas por dos relaciones de mediación que fungen como instancias de coordinación social: el mercado y la organización. En palabras del francés, la modernidad puede caracterizarse como “el periodo abierto cuando emerge un Estado cuya tarea es hacer colaborar las fuerzas y los procesos de mercado y organización sobre su territorio”.

      De esta forma, aunque el inicio de El Capital nos coloca de lleno en el análisis de la modernidad, para Bidet, Marx explica de manera deficiente la relación existente entre estas dos mediaciones. En efecto, el §4 del capítulo 1 del libro 1 de El Capital nos ofrece un “relato” cuya narrativa nos lleva de la abolición del mercado a la consolidación de un orden social libre fundado en la organización. Así, Marx plantea una secuencia lineal donde la emancipación podría materializarse al sustituir el mercado por la organización, o, en otros términos, al reemplazar las relaciones mercantiles por la planificación concertada entre todos.

      Bidet no deja de insistir en que el socialismo real ha terminado por evidenciar los problemas de esta narrativa. Si el siglo XX nos ha enseñado algo es que los procesos que tienen lugar en la organización también son susceptibles de reproducir privilegios. En efecto, si la instrumentalización del mercado a través de la mercantilización de la fuerza de trabajo produce una forma de poder basada en la propiedad del capital, la instrumentalización de la organización puede dar lugar a “otro poder” igualmente pernicioso. Ya no el poder de los capitalistas sobre el mercado, sino el poder de definir las normas, trazar el espacio y el tiempo, dirigir los cuerpos y las almas, decidir los ritmos de la producción, dibujar las casillas de lo permitido y lo prohibido, etc. Bidet lo define como un poder de “competencia-y-dirigencia”, no tanto en el sentido de que sus detentores sean más hábiles, más sabios o más capaces que los demás, sino en el sentido de que han recibido la facultad de dirigir tal o cual aspecto en el ámbito de la organización social.

      Sin duda, Marx nos dio la clave para entender el poder del capital sobre el mercado, pero nos dice muy poco sobre el funcionamiento de ese “otro poder”, el poder de “competencia-y-dirigencia” en la organización. Para Bidet, es precisamente sobre este punto donde gente como Foucault y Bourdieu pueden ayudarnos a complementar la teoría crítica de la modernidad abierta por Marx. En efecto, Bourdieu nos ha explicado cómo es que el poder jerárquico de la organización es reproducido socialmente, mientras que Foucault ha analizado cómo es que el poder para gobernar las conductas de otros se ejerce coherentemente en el marco de dispositivos de saber-poder. De esta forma, una teoría crítica de la modernidad puede ser pensada ahí donde se entrecruzan Marx y Foucault.

      Pero regresemos un instante a la Sección 1 del primer tomo de El Capital. Como se recordará, el estatuto del objeto analizado en ese momento de la exposición no resultaba del todo claro. Aunque Marx analiza la lógica de producción mercantil como un entramado económico, jurídico y político donde la racionalidad del mercado nos coloca ante unos sujetos supuestamente libres e iguales, esta realidad no parece corresponder ni a la superficie del capitalismo, ni, propiamente hablando, a su estructura. Cabe preguntarse, entonces, ¿a qué hace referencia esta parte de la exposición? Bidet afirma que la Sección 1 nos coloca ante la “metaestructura” del modo de producción capitalista, ante su “presupuesto” “puesto”. En efecto, sin la lógica de producción mercantil, la estructura capitalista no podría existir (en ese sentido la presupone), pero, al mismo tiempo, es sólo en el capitalismo donde esta lógica se generaliza (en ese sentido la pone, la produce). De ahí que, en sentido estricto, la Sección 1 no haga referencia ni a la infraestructura, ni a la superestructura del modo de producción capitalista, sino a su “metaestructura”, a aquello que estando “más allá” de la estructura capitalista, sin embargo le resulta indispensable.

      No obstante, Bidet cree que es necesario ampliar y corregir este planteamiento tomando en cuenta

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