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característica a todas sus enseñanzas.

      Bruce estaba especialmente dotado con determinados dones con los que ya había nacido: velocidad, coordinación, elegancia, mentalidad superior y encanto. Todos estos factores intensificaban su aguda capacidad para discernir entre la realidad y la fantasía. En lugar de condenar algún sistema concreto de arte marcial, Bruce absorbía lo que era útil y descartaba lo inútil, y nos enseñaba lo que consideraba la “realidad” del arte marcial: simplicidad, armonía e integridad.

      En muchos sentidos esto es comparable a la extrema belleza que reside en el modo en el que los niños pequeños se expresan con la mayor sencillez, espontaneidad y fluidez. La sinceridad de sus emociones sale con naturalidad. Bruce nos predicó sobre los hechos fríos de la vida: por ejemplo, si quieres ser un nadador, no puedes serlo en tierra firme; has de meterte en el agua. Compartió conmigo y con todos los que estudiaron con él los absolutos: la honestidad, el respeto por los demás, la humildad, la confianza y el cultivar un deseo insaciable por llegar al objetivo.

      Cuando Bruce vivía, siempre me empujaba en una dirección que creo que deseaba que siguiéramos todos nosotros: desarrollar al máximo nuestras capacidades físicas, que nos permiten identificar con humildad y orgullo quiénes somos en realidad. Una vez logrado esto, la puerta se abrirá y entrarás en el reino de la espiritualidad filosófica.

      El currículo de Seattle que Bruce me confió para que lo enseñara y que John ha incluido en el apéndice de este libro empezó con este único y sencillo concepto de verdad y realidad.

      Incluso ahora, mi sangre se agita cuando reflexiono sobre aquellos días pasados en los que Bruce y yo estábamos juntos. Él me ayudó ingeniosamente a recuperar los días que había perdido internado durante 5 años en un campo de concentración americano por el mero hecho de ser de ascendencia japonesa. Acababa de graduarme del instituto y Bruce me facilitó una especie de terapia para ser simplemente capaz de seguir adelante y hacer algunas de las cosas alegres y alocadas que había echado de menos y de las que me había visto privado durante mi internamiento. La amargura, el negativismo y el sentimiento de total inferioridad que me acosaban antes de que Bruce apareciera en mi vida son –como resultado directo de sus enseñanzas y de mi propia buena disposición a aplicarlas– agua que ya ha pasado por debajo del puente. Ahora comprendo que hubo un enriquecimiento disimulado y oculto que extraje de mis experiencias, tanto de las positivas como de las negativas, que me sirvió para hacerme hoy una persona mejor.

      Bruce solía decir: “El que sabe pero no sabe que sabe que está dormido, despiértale.” Aunque no llegué a valorar esta aseveración hasta muchos años después, estoy agradecido de que “llenara mi vaso” sin que ni siquiera me percatara, sabiendo de alguna manera que yo “no sabía que sabía”.

      Tengo muchos recuerdos buenos de Bruce. Nos entrenábamos juntos, comíamos juntos, íbamos juntos al cine y hablábamos de todo lo que ocurría bajo el sol. Recuerdo claramente aparecer con Bruce cuando hacía exhibiciones de artes marciales en Seattle y California, donde experimenté la terrible impresión que producía hallarse frente a sus puñetazos y patadas, que explotaban hacia mí con la potencia y la velocidad de un huracán y se detenían a una pequeña fracción de centímetro de mi cara. La fuerza del viento producido por sus golpes me hacía literalmente “la raya” en mi cabello.

      Bruce fue mi mentor, mi sifu, mi consejero y, sobre todo, mi amigo. Encarnaba los más elevados principios del verdadero artista marcial.

       INTRODUCCIÓN

       Bruce Lee

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      Este libro no fue escrito con ninguna intención de presentar una obra de texto completa sobre el boxeo chino. Producir tal volumen ocuparía una parte demasiado grande del resto de la vida de sus autores. Sería tan voluminoso que el coste de su publicación resultaría prohibitivo y no les quedaría a nuestros editores ningún beneficio. Por último, alrededor del 95% del mismo sería incomprensible, y nada práctico para aproximadamente el 99% de sus posibles lectores.

      Este libro fue escrito para la defensa personal tal como se enseña en China y tal como se usa en emergencias reales. Hemos seleccionado sólo aquellos movimientos que se pueden efectuar sólo con un pequeño gasto de fuerza y sin entrenamiento o experiencia previos.

      Finalmente, hemos de resaltar encarecidamente que estos movimientos no pueden dominarse sin práctica, más práctica y aún más práctica, tal como debe hacerse para llegar a ser un buen jugador de tenis o de golf, un buen boxeador o un buen practicante de cualquier otro deporte, pues no se logra sin un estudio y una práctica constantes.

      El boxeo chino se viene practicando en China desde hace más de cuatro mil años. Consta de modos de lucha sin usar armas o contra armas, utilizando las piernas, los brazos y otras partes del cuerpo. Cada clan tenía su propio método, difiriendo en algunos aspectos de los métodos de los demás. Había casi tantos métodos como clanes.

      Deseo expresar mi gratitud a mi maestro durante muchos años, el señor Yip Man, líder de la Wing Chun Chinese Boxing Association (WCCBA) (Asociación de boxeo chino Wing Chun).

       Parte 1

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       ¿QUÉ ES EL GUNG FU?

      INTRODUCCIÓN AL GUNG FU CHINO

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      El centro de las artes marciales de Extremo Oriente ha sido el arte chino del gung fu, cuyos principios y técnicas calaron e influyeron en las diferentes artes marciales de defensa personal.

      El gung fu, antecesor del karate, ju-jutsu, etc., es una de las formas conocidas más antiguas de defensa personal y se puede considerar como la esencia concentrada de sabiduría y pensamientos profundos sobre el arte del combate. Con una historia de cuatro mil años, el gung fu nunca ha sido superado en extensión y profundidad de comprensión.

       Tres fases de desarrollo

      Hubo tres fases principales de desarrollo en el arte chino del gung fu. En la antigüedad, el gung fu era simplemente un tipo de lucha natural y primitivo sin limitaciones que se practicaba con los pies y las manos. Aunque no era tan científico, el método, no obstante, era natural y libre, sin ninguna inhibición. La acción no era controlada, detenida ni verificada. Con el transcurso del tiempo, las técnicas rudimentarias del arte fueron mejoradas “intelectualmente”, y aunque eran claramente superiores al método primitivo, el refinado arte científico era finito y no tan libre ni tan natural. Además, con este enfoque objetivo, excesivamente filosófico y científico, no se podía penetrar en los ocultos recovecos de la mente. Durante esta fase, la mayoría de las técnicas consistían en fantasiosos movimientos mecánicos y en pasos innecesarios hacia el fin deseado. En resumen, eran un completo desastre.

      A medida que fueron pasando los siglos, emergieron innumerables generaciones de practicantes del arte que fueron perfeccionándolo gradualmente, puliendo sus puntos ásperos y refinando las técnicas hasta que el gung fu se convirtió en un camino de defensa personal suave, fluido y “simplificado”. Esta simplicidad fue el resultado de innumerables y exhaustivos experimentos y de pensar profundamente en el altamente complicado método de combate original. Todas las técnicas se convirtieron en “una” sin contrarios, infinita e incesante, y todos los movimientos quedaron reducidos a su propósito esencial, sin ningún movimiento desaprovechado o innecesario. Esta transformación fue muy influida por los ideales del Taoísmo, el Ch’an (Zen) y el I’Ching de aquellos tiempos.

      Para ilustrar esta etapa de simplicidad, me gustaría hablar de la lengua china. Hace medio siglo, aproximadamente, la mayoría de los expertos en lenguas llamaban al chino “habla infantil”. Aparentemente, no les gustaba la simplicidad

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