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piratas de Mataró

       Conseller contra la crisis

       El marinero rebelde

       El caso del comandante Cortines

       El Corpus de sang

       Un Conseller olvidado

       San Ignacio y Sant Cebrià

       Un destacado transeúnte

       La reliquia de Ignacio de Loyola

       Una leyenda

       El caso del embajador veneciano

       Cervantes, sí o no

       Los Médici y Barcelona

       Cagliostro, un hombre misterioso

       El general Álvarez de Castro

       El caso del general Duhesme, azote de Barcelona

       Xifré, siete puertas y siete porches

       Francesc Derch, el héroe de Gràcia

       Los Milans del Bosch

       El caso Antonio López

       Verdaguer, el poeta rebelde

       Un cuento danés

       El Lawrence español

       Acompáñeme al cementerio

       Banquero y conocido

       El ladrón arrepentido

       Josep Fonrodona i Riva

       Lesseps y Barcelona

       Carmen Amaya, los gitanos barceloneses

       Martí Borràs

       El contable dibujante

       Escultor o yesero

       En recuerdo de los caídos por Francia

       Orwell y el Hotel Continental

       ¿Quién fue el autor del Laberinto de Horta?

       Un buen periodista

       Subirachs y Gaudí

       BIBLIOGRAFÍA

      Introducción

      Después de bucear en los secretos de las calles, las plazas y los barrios de Barcelona, le queda a uno la sensación de que ésta es una ciudad inacabable e inabarcable, que queda tanto por decir que no bastaría con una enciclopedia. Y no hablo de Historia con mayúscula que de eso ya se encargan los expertos, hablo más bien de la crónica periodística, del día a día de la vieja Barcino, de la Barchinona de los godos, de la Marca Hispánica, del Condado, la República o la parte que le corresponda de las Españas. Esta ciudad está llena de misterios, de preguntas por responder, de aspectos sorprendentes y desconocidos, vivos en cada esquina. Como decía un amigo mío es una especie de Jerusalén en la que no te puedes apoyar en una piedra sin remover alguna sensibilidad. ¡Cómo no emocionarse ante las huellas de balazos en la iglesia de Sant Felip Neri! Y sin embargo, no nos engañemos, esa plaza no es un recuerdo medieval… ¿Qué hay debajo de la Catedral? Pues probablemente las tumbas de los primeros condes. ¿Es o no es la Sinagoga Mayor la que hay en la calle Marlet? ¿Quién era el Cagliostro que estuvo en Barcelona o el francés con bigote y sable que se paseaba por el puerto en 1793? Y a todo esto cientos, miles de ciudadanos anónimos han construido murallas, han erigido (y destruido) iglesias, han pirateado por el Mediterráneo y han sufrido el bombardeo de sus propios gobernantes. Barceloneses, ciudadanos libres comparables a otros ciudadanos libres que han visto como la ciudad construía hasta tres murallas y las derribaba después para extenderse por sus alrededores hasta engullir todo un mundo que se fue. Esa es mi ciudad y esa es mi gente.

      Lejos de nosotros, no obstante, la tontería de calificar a las personas según su lugar de nacimiento, nada de eso, pero las circunstancias geográficas y políticas han forjado un modo de actuar genuinamente barcelonés. Al lector le corresponde valorar, que no juzgar, cuál es ese modo de ser o de actuar.

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