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dificultad del funcionamiento de un órgano, función para lo cual está preparado para realizar.

      Por ejemplo, si un riñón no filtra correctamente, se dice que ese órgano infirma su función, por lo tanto, tenemos problemas renales. Un adecuado filtrado, indicará que está confirmando un hacer correcto. Por eso se dice que sanar es lograr restitutio ad integrum, es decir restituir la integridad del órgano y lograr que confirme un adecuado funcionar.

      Una enfermedad mental es, entonces, aquella que resulta de un inadecuado funcionamiento del sistema nervioso, una falla en la transmisión neuronal, una perturbación “informática” del “hardware”, o una lesión que dificulta algún tipo de estado mental, y que por ello produce síntomas que perturban a la persona o a sus allegados, estableciendo conductas bizarras o inadecuadas para sí mismo o los demás. En estos casos, el cerebro procesa la información y la envía a hacerse conducta, de una manera que es considerada poco apta para la situación. Esto de “poco apta” es un gran tema de discusión, en tanto entran en juego costumbres, valores, ideologías. Sin embargo, hay algunas categorías de problemas mentales que podemos decir hoy, gracias a las neurociencias y a estudios antropológicos, que son propias de lo humano en general, como expresiones comunes en todas las épocas, identificables por lo que las personas dicen y por sus manifestaciones corporales. Nos referimos a las depresiones y las fobias, con sus opuestos sintomáticos, las manías y/o euforias en el primer caso, y las valentías suicidas en el otro (en este último caso cuando esa conducta no es elegida por necesidad o valor en juego). Otra cuestión son las denominadas en alguna época posesiones, hoy psicosis, donde la persona pierde el juicio o evaluación de la realidad que le impone su cultura, adoptando conductas de desdoblamiento, alucinaciones, vivencias de persecución, extrañamientos y/o rupturas de la identidad, entre otras manifestaciones.

      En todos estos casos, y quizás en algún otro, podemos decir que la persona adopta un modo de ser del cual no se siente dueño; habla desde un lugar que no quiere o no desea, sufre por ello o hace sufrir a los otros.

      Así como sabemos que todo esto es fuente de mucha discusión, y que varias de las consideradas enfermedades mentales son epocales, es decir responden a cuestiones culturales en una época, vinculadas (coincidimos con Michel Foucault) con el poder y su influencia en la normatividad sociocultural. Tanto es así que en otra época puede no ser considerada así, o aún más no manifestarse esa denominada sintomatología, o no haber sido nombrada (lo que es igual en tanto al no nombrarse no posee existencia en sí). Quizás por eso ahora se prefiera hablar de trastornos. Es, por otra parte, muy interesante, pensar y observar que, cualquier problemática mental y/o psíquica, deviene de los modos habituales de emocionarse y sentir.

      La depresión no es ni más ni menos que una tristeza que se ha instalado.

      La manía y la euforia son exageraciones de la alegría.

      Las fobias, de los miedos, y obviamente el pánico también.

      Las denominadas neurosis obsesivas provienen de la necesidad del orden.

      Las llamadas histerias, de la seducción.

      Las esquizofrenias, de la posibilidad que tenemos de imaginarnos otro.

      Las paranoias, de la posibilidad de percibir el riesgo y la persecución.

      Las alucinaciones, de poseer un sistema imaginario ante la ausencia del objeto.

      Las impotencias, de las potencias que no pueden expresarse.

      Así, todas las demás manifestaciones del sufrir humano, que se instalan como tales ante las vivencias de amenaza y la necesidad de defenderse.

      De todas aquellas cualidades que nos permiten enfrentar la vida, ir hacia el existir, pueden surgir inadecuaciones defensivas, que alteran y producen efectos vividos como negativos. Por ejemplo, de la tristeza como emoción que permite darnos cuenta de que hemos perdido algo, y desde allí hacer algo para reparar la pérdida y, si no se lo logra, puede surgir la depresión.

      De la alegría que sirve para conectarse con los logros, la manía. Del miedo, útil para darnos cuenta de los peligros, las fobias, y quizás las paranoias. De la posibilidad de imaginar creativamente, las psicosis. Todo parte de la necesidad de sobrevivir, de crecer, de desarrollarse, de desplegarse, y mientras esto acontece sin perturbación, podemos tener los problemas que surgen del “pathos” normal, de la percepción de la incertidumbre, de la falla básica de lo humano, de las paradojas duales, del sabernos seres para la muerte, de la angustia existencial, de la incompletud, del estar obligados a elegir cada instante de nuestra vida (“condenados a la libertad”, nos dijo JP Sartre), del estar atravesados por el otro, del lenguaje que nos aleja del hecho en sí y que nunca podremos asir en su totalidad, de no haber aprendido correctamente cómo enfrentar conflictos, de tener un modelo inadecuado para lo que queremos o deseamos, de haber tenido una situación traumática que nos marcó negativamente, de estar alejados de nosotros mismos, de poseer un sistema de creencias que nos fue útil antes pero ahora no, de sufrir una pérdida afectiva grave, de que aspectos no conscientes influyen demasiado en nuestro hoy, de no saber jugar roles flexibles y ser rígido ante los cambios que la vida nos impone.

      Toda conducta surge desde esas bases del suceder psíquico, desde las más triviales o cotidianas, sean un sueño, un imaginario, un proyecto, el amar, el leer, el estudiar, el proyectarse en una acción, toda conducta hasta aquellas que parecen trascendentes, como la búsqueda de sí mismo, el autoconocimiento, el creer en Dios y el filosofar.

      Toda conducta tiene el sentido de seguir viviendo, y está vinculada al marco relacional en donde se establece, y aunque esté anquilosada por la historia de cada persona, es posible que sea revisada y reconstruida desde otra forma de estar con el otro.

      Toda conducta fluye entre la amenaza al ser o la libertad para el ser.

      Ambas son los dos polos posibles que nos encuentra el existir con otros y con nosotros mismos como otros para nosotros.

      Si hay amenaza hay defensa; si hay aceptación hay fluir armónico.

      Si hay defensa hay síntoma.

      Si hay amenaza hay disonancia; si hay aceptación hay consonancia.

      Hay que trabajar la aceptación, eso es la clave del bienestar, y si bien no niego la importancia de los acontecimientos y sucesos que han hecho ser de alguna manera a una persona, estos, si hoy se detonan como vinculación indeseable por ella o por los que están relacionados, y se la percibe como trastorno, debemos analizarla como consecuencia de un hoy que los resignifica, de un mañana que se propone e implica lo que se está siendo, y no de un ayer que influye, pero no condiciona ni determina.

      Desde una mirada quiasmática, esto se ve mucho más claro, esta claridad deviene de pensar que estamos entramados, que somos urdimbre atemporal que, como veremos, se manifiesta instante tras instante en el devenir vital.

      Desde que estamos en el mundo, desde que coexistimos, somos un todo en el todo, de hecho es así cómo es muy difícil detectar, salvo situaciones muy extremas, qué es lo que está causando lo que nos pasa, sea esto algo satisfactorio o penoso. Más aún, en lo que mencioné como “situaciones extremas”, también si vamos más a fondo, es factible abrir el juego al misterio del existir sin saber bien quiénes somos y qué nos pasa con lo que nos pasa.

      Entrar en esta modalidad de pensar lo humano es lo que pretendo seguir explorando en lo que resta del texto que, como he dicho, es una continuación de lo planteado en varios de mis textos anteriores y especialmente en Quiasma, mi anterior publicación. Como dije en el comienzo, cuando fui transcurriendo su escritura, tomé conciencia de que era posible estar generando un nuevo paradigma post postmoderno, para pensar sobre la conducta humana, sobre la vida en general y por qué no, que podría ser aplicado en las distintas ciencias, sean estas las denominadas “blandas” o aquellas a las que se les dice “duras”. Antes, eran las humanísticas/sociales y las exactas, como si las primeras no fueran exactas y las segundas sí, como el absurdo de pensar que hay saberes exactos, casi como decir que existe la verdad.

      Hasta hoy todos mis libros (ver bibliografía) se han referido al mundo “psi”, a las relaciones de ayuda psicológicas

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