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como el tronco un árbol y una cabeza pequeña. Sus mandíbulas se abrían y se cerraban.

      –Ella debío de estar sonámbula –susurró Keyla.

      La amiga de la mujer trataba de calmarla otra vez.

      –¿Estás segura? Quizá solo era un árbol moviéndose con el viento.

      –¿Realmente lo vio? –preguntó otra persona.

      –No realmente –admitió la mujer–, solo vi su sombra contra la pared del cañón. ¡Pero luego comenzó a perseguirme! Escuché pisadas que retumbaban sobre mí. ¡Sonaban como una manada entera de ellos! Así que corrí.

      Todos se quedaron inmóviles por un minuto. Finalmente alguien hizo la pregunta que yo tenía en mente.

      –¿Una manada entera de qué?

      La mujer se cubrió la cara.

      –Ustedes van a pensar que estoy loca, pero era... ¡un dinosaurio!

      La mayoría de las personas trataron de disimular sus sonrisas. Pero Keyla no. Se rio fuerte.

      –¡Ja, ja, ja! Ahora estoy segura de que estaba dormida, ¡y soñando!

      –No estoy loca –le dijo la mujer a sus amigos–. Era uno de esos dinosaurios con cuellos largos.

      –Bien –dijo su amiga–. Vamos a preparar el desayuno.

      –¡No, mejor voy a hacer mi bolso! –dijo la mujer–. Mi familia no se quedará aquí ni un minuto más con una manada de dinosaurios asesinos sueltos, dando vueltas por aquí.

      Luego de eso, todos se fueron. Keyla y yo nos acomodamos nuevamente en nuestras bolsas de dormir.

      –¿Qué piensas que vio ella? –pregunté.

      –¿Quién sabe? Quizás el sol le estaba dando directamente en los ojos o algo así. Es imposible que algún dinosaurio esté dando vueltas por aquí, ¿verdad?

      Luis tenía la misma pregunta cuando lo vimos más tarde.

      –Esa mujer se habrá confundido –dijo Luis.

      Keyla y yo lo miramos.

      –¿Qué?

      Luis sonrió.

      –¡Por supuesto! No hay dinosaurios reales por aquí, ¿verdad?

      –No es verdad.

      Todos giramos para ver quién estaba hablando. Era el guardabosque Martínez, que montaba un caballo.

      –Se encontraron por aquí cientos de dinosaurios reales –dijo–. Fósiles de dinosaurios reales, mejor dicho. Estos dinosaurios son reales, pero han muerto hace mucho tiempo. Muchos científicos piensan que hace cincuenta o sesenta millones de años.

      –Guardabosque Martínez –preguntó Keyla–, ¿qué piensa que vio esa mujer esta mañana?

      El guardabosques sonrió.

      –Como le he estado diciendo a la gente toda la mañana: no hay dinosaurios vivos aquí y tampoco en ningún otro lugar de la Tierra. Tenemos linces, coyotes y a veces también lobos y pumas, pero no dinosaurios. No sé qué es lo que vio ella, pero debió de haberse confundido con la luz del amanecer.

      –¿Nunca nadie dijo haber visto algo así? –pregunté.

      Él se encogió de hombros.

      –La gente ha estado viendo cosas extrañas aquí desde que esta tierra se convirtió en parque nacional. Creo que quieren que sea espeluznante por todos los huesos de dinosaurios. Creo que disfrutan de un buen susto. Pero, todavía no hemos perdido a ningún niño por culpa de los dinosaurios y tampoco sucederá este verano. Que tengan un día divertido.

      Se alejó con su caballo hacia otro lugar del campamento, posiblemente para contestar algunas preguntas.

      –¿Lo ven? Yo tenía razón –dijo Keyla.

      –Yo escuché lo que dijo el guardabosques –estuve de acuerdo–. ¿Escucharon lo que nos dijo?

      Keyla puso sus brazos en la cintura como si fueran las asas de una jarra.

      –¿Cómo podríamos escuchar algo si él no lo dijo?

      –Sí –estuvo de acuerdo Luis–. ¿De qué hablas?

      Levanté mis manos.

      –Yo le pregunté si alguien más dijo alguna vez haber visto algo como lo que vio la mujer esta mañana. Y el guardabosques Martínez no dijo que no.

      Ambos lo pensaron.

      –Pero él... –comenzó a decir Keyla, y luego se detuvo.

      –Él dijo que la gente había visto un montón de cosas extrañas –recordó Luis.

      –Creo que debemos hacer planes para explorar ese cañón –les dije–. Y pronto, antes de que se borren las huellas.

      Luis estuvo de acuerdo en reunirse con nosotros después del almuerzo.

      Mientras estaba bombeando agua para cocinar el almuerzo, recordé lo otro que dijo el guardabosques Martínez y que no me gustaba. Dijo que los dinosaurios habían estado muertos por cincuenta o sesenta millones de años.

      Me hizo acordar a Tomás en mi casa.

      Necesito terminar de explicar qué estamos haciendo aquí. Después de que Fabián y yo hablamos sobre los dinosaurios y la Biblia, esperé hasta la cena para hablar del tema con mi papá y mi mamá.

      Esperé hasta que papá tomó un bocado de puré de papas.

      –¿Por qué la Biblia miente sobre los dinosaurios? –pregunté.

      Papá casi se atragantó. Mamá casi tiró su tenedor.

      –Bueno, no creo que mienta realmente –dije rápidamente antes de que pudieran contestar–. No dice nada sobre ellos. ¿Por qué Dios no nos dice nada sobre los dinosaurios?

      Papá finalmente tragó su comida.

      –Bueno, Zack, esa es una muy buena pregunta, especialmente porque la Biblia nos enseña que el mundo fue creado hace solo algunos miles de años. Descubrimos algo sobre los dinosaurios la última vez que fuimos a acampar, pero no demasiado.

      –Yo pensaba que todos los dinosaurios murieron en el diluvio –dijo mi hermanito Alejandro.

      –Eso es también lo que yo pensaba –dije–. Pero, Tomás se rio de mí. Dice que los científicos pueden probar que los dinosaurios vivieron millones de años antes de que hubiera personas. ¿Pueden probar eso los científicos?

      Papá tomó otro bocado mientras mamá contestaba.

      –Fabián también pensaba que los científicos podían probar que el diluvio nunca ocurrió. Sin embargo, descubrimos algo diferente.

      La señalé con mi tenedor.

      –Pero ¿cómo podemos saber? ¿A dónde podemos ir? No podemos ir a un zoológico de dinosaurios y verlos nosotros mismos.

      –Eh, quiero ir al zoológico de dinosaurios –dijo Alejandro–. ¿Podemos, mami, podemos?

      Keyla revoleó los ojos.

      –Alejandro, no existe un zoológico así. Los dinosaurios están todos muertos.

      –Entonces, pueden estar en un zoológico, en un zoológico muerto –argumentó.

      –Alejandro tiene razón –lo interrumpí–. Hay dinosaurios en zoológicos muertos. Se llaman museos.

      Alejandro le sacó la lengua a Keyla.

      –¿Ves? Podemos ir también. ¿Podemos, mami?

      Mamá suspiró.

      –No,

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