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la Universidad Santo Tomás, de Bogotá, me invitó a dictar una conferencia en el marco del Seminario sobre Psicología que adelanta la Maestría en Psicología Clínica. Una articulación bastante orgánica de este libro fue presentada ante un auditorio atento y casi ávido. La maestría en complejidad e interdiscipinariedad de la Universidad Surcolombiana, en Neiva (Colombia) también me hizo una amable invitación, que aproveché para presentar y discutir varias de las ideas de un capítulo en particular de este libro.

      Por todo lo anterior, quiero expresar mis agradecimientos a Héctor Gómez, V., a Enrique Luengo, a Claudia Cortés y Jesús Puga, a Jorge Benítez, Hernán A. Yaguana, Henry Martínez, Yenny Yaguacha, Luz Marina Moncada, Mauro Montealegre.

      Es cierto: un libro no es jamás la obra de un solo autor. Reconocer esto ya es un lugar común. Este libro es el resultado de los seminarios, cursos, conferencias, diálogos y encuentros mencionados. Son mis amigos, colegas y estudiantes quienes son los autores de este libro. ¿Yo? He sido sólo quien ha hecho algunas lecturas y ha fungido como escribano. Nada más.

      Argumentativamente, este libro se debe a uno inmediatamente anterior: Sociedad de la información, políticas de información y resistencias, Bogotá, Desde Abajo, 2019. Por tanto este libro presupone a aquel y a la vez lo amplía y profundiza.

      Por sus consecuencias, pero también por el encanto de su armazón epistemológico y lingüístico la ciencia es, de lejos, la principal forma de racionalidad de nuestra época. Solo que, bien entendido, ella hace referencia a la conjunción, cada vez más inseparable entre ciencia y tecnología. No en vano, en varios dominios, se ha acuñado la expresión de “tecnociencia”.

      Hasta la fecha se han dado tres grandes revoluciones científicas, así: la primera corresponde al ascenso y el triunfo final de una nueva clase social: la burguesía. Esta ciencia produce un desplazamiento radical del modelo geocéntrico al modelo heliocéntrico. Se trata de la ciencia moderna, esa que abarca, grosso modo, desde Roger Bacon y Francis Bacon hasta el año 1900. Es toda la ciencia clásica y que se encarna en grandes figuras como Galileo, Newton, Descartes, Pasteur, Vesalius, Loewenhoek, Dalton y Maxwell, entre muchos otros. La ciencia moderna se caracteriza porque es manifiestamente mecánica o mecanicista y determinista. La ciencia que la base de la sociedad conoce ampliamente es básicamente la ciencia moderna.

      Estamos, con esta revolución del conocimiento, ante la ciencia que se ocupa de objetos y fenómenos inanes. Cuerpos físicos, básicamente. Para emplear una expresión que I. Prigogine retoma de M. Weber, se trata de la ciencia que desencanta el mundo justamente por sus estructuras y características. El desencantamiento estriba en el hecho de que el mundo es concebido en términos de la mecánica clásica, y explica la realidad y la naturaleza en términos mecánicos, reduccionistas y deterministas. Los seres humanos y la vida misma no tienen cabida en esta ciencia, y cuando entran en consideración lo hacen a la manera de la mecánica clásica, esto es, como mecanismos y estructuras. Esto es evidente justamente a partir del programa de investigación que formula A. Compte en sus lecciones de filosofía, en donde expone la idea del nacimiento de las ciencias sociales (Vincent, 2002).

      Esta revolución comprende desde los orígenes de la modernidad hasta el año 1905, cuando emerge la Segunda Revolución Científica. Sin embargo, hay que decir que esta clase de ciencia mecanicista, reduccionista y determinista se prolonga hasta hoy, pero entonces ya no se le conoce como la ciencia clásica –que es exactamente la de la Modernidad–, sino como “ciencia normal”, una expresión acuñada por Th. Kuhn. Hoy por hoy se pueden hacer cosas con la ciencia clásica, pero no se pueden decir cosas nuevas con ella: sus capacidades explicativas y comprensivas ya quedaron agotadas. La ciencia normal normaliza a los seres humanos.

      La Segunda Revolución Científica comienza en 1900 con el famoso artículo sobre la radiación de fondo negro de M. Planck, pero verdaderamente se catapulta a partir de 1905 cuando Einstein llama la atención sobre la importancia del descubrimiento de Plank. Se trata de la física cuántica, y con ella, posteriormente, de la teoría cuántica, la cual incluye además a la química cuántica, la biología cuántica, todas las tecnologías de punta basadas en principios y en comportamientos cuánticos, y las ciencias sociales cuánticas. Esta Segunda Revolución Científica se caracteriza porque es alta y crecientemente contraintuitiva, y tiene dos grandes momentos: el primero, que abarca desde 1905 hasta 1934 y que conoce el desarrollo de la mecánica cuántica, y el segundo, que comprende desde 1954 hasta la fecha.

      Esta Segunda Revolución Científica no tiene en su primera parte ningún lugar para los seres humanos ni para la vida misma. Se ocupa de fenómenos y comportamientos particularmente en la escala microscópica –partículas subatómicas y ondas–. Sin embargo, esta segunda revolución tiene el mérito de que rompe en mil pedazos el espíritu y la filosofía determinista, reduccionista y mecanicista de la ciencia clásica. Es lo que sucede, notablemente gracias al hecho de que en la Segunda Revolución Científica ya no se piensa ni se trabaja en términos de causalidad, de fenómenos y observaciones locales y, de manera muy significativa, la humanidad aprende el concepto de incertidumbre, el cual no tiene, en absoluto, ninguna carga psicológica, emocional o cognitiva. La incertidumbre es ontológica, es ínsita a la naturaleza y a la realidad. Aquella puede ser entendida de dos maneras, así: de un lado, es imposible conocer al mismo tiempo dónde se encuentra y hacia dónde se dirige un fenómeno. Si se conoce un aspecto es imposible conocer o determinar el otro. O bien, de otra parte, significa que el futuro no está dado de antemano y de una vez para siempre.

      La segunda parte de la historia de esta revolución científica da lugar no solamente a la física cuántica, sino, además, a la química cuántica, la biología cuántica, a toda la tecnología de punta hoy por hoy, que se basa en principios y comportamientos cuánticos, y finalmente, a las ciencias sociales cuánticas. En consecuencia, los seres humanos tanto como la vida misma, en toda su complejidad, sí tienen cabida. Exagerando un tanto podríamos decir: si Darwin no descubre a la evolución y a los sistemas evolutivos la teoría cuántica lo habría hecho.

      Finalmente, la Tercera Revolución Científica es la teoría o la ciencia de la información, ya que, si bien tiene algunos antecedentes que se remontan hasta el siglo XIX, se inicia en realidad en 1949 con el famoso artículo de Shannon y Weaver en torno a la teoría matemática de la información, pero tiene desarrollos magníficos que se proyectan hasta nuestros días.

      Digámoslo de manera franca y directa: la Tercera Revolución Científica sirve como marco teórico y conceptual y al mismo tiempo como basamento para el descubrimiento de la vida en toda su complejidad, y para el reconocimiento expreso de que los sistemas sociales humanos están imbuidos de complejidad. Las ciencias de la complejidad nacen gracias a la teoría de la información y al mismo tiempo contribuyen a su desarrollo. Por ejemplo, se presenta la emergencia de la computación y da lugar a nuevos desarrollos de la computación.

      Este texto tiene una finalidad, a saber: presentar y discutir sumariamente esta Tercera Revolución Científica y sus relaciones con las ciencias de la complejidad. Dicho de manera rápida, este es el vórtice más importante, desde cualquier punto de vista, de nuestra época. Una expresión de este vórtice es el reconocimiento explícito del modelamiento y la simulación en los procesos de comprensión y de explicación del mundo y de la realidad, y la emergencia de la ciencia de grandes bases de datos, con todo lo que ello implica. (La expresión al mismo tiempo más superficial, pero puntual de este fenómeno pivota en torno a nombres como Amazon, Google, Facebook, Microsoft, la próxima revolución 5G, el desarrollo de la web profunda, los constantes ciberataques alrededor del mundo, en fin, la emergencia de un nuevo tipo de racionalidad: la mentalidad de hackers).

      A fin de comprender esta tercera revolución en marcha, el texto se articula en cuatro capítulos, de la siguiente manera: en un primer momento se estudian las dinámicas y estructuras de la información. Este argumento permite sentar las bases de los otros tres argumentos. El segundo capítulo se concentra en las relaciones entre información y su procesamiento. De esta forma, de entrada una cosa debe quedar en claro: la información es una sola y misma cosa con su procesamiento.

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