Скачать книгу

la puerta, se aproximó y pude sentir su entrepierna en mi cadera. Su lengua se introdujo dentro de mi boca e hizo un recorrido que me humedeció. Mis piernas volvieron a flojear y sentí el corazón palpitar en mi boca. No quería que parase, mis manos se posaron en sus costados para poder palparle mejor y se apartó de golpe, quejándose por el gesto.

      —Lo siento —me disculpé en un susurro—. Lo he hecho sin querer…

      En ese momento sentí un ardor procedente de mis mejillas por lo que acababa de suceder.

      —Eso espero —se quejó, apoyando su mano en la herida.

      Otro silencio se hizo presente y volví a pegar la oreja a la puerta. No se oía nada. Cogí el albornoz, me remangué los pantalones y abrí la puerta, para comprobar que Alison ya estaba fuera y así era.

      —Ya podemos salir —le informé.

      Dejé que se apoyara en mí y lo ayudé a caminar hasta el dormitorio. Volvió a tumbarse en la cama y lo esperé por si debía ayudarle, pero no hizo falta. Ninguno de los dos dijo nada. Era como si los dos besos que nos habíamos dado no hubieran existido. Me giré hacia mis libros y él hacia el ordenador, a seguir mirando la película que había dejado a medias.

      Pasado un buen rato, se oyeron unos pasos que subían las escaleras. Salí a toda prisa y vi que era Alison.

      —Nos vamos. Tus hermanos ya están en la cama. ¿Estás bien? —preguntó algo extrañada.

      —Claro —intenté disimular lo máximo que pude desde el borde de la escalera—. Pasadlo bien.

      John seguía en el pub y bajé a ver a mis hermanos pequeños. En efecto, los dos estaban acostados y durmiendo como angelitos.

      —Todo está tranquilo —dije entrando en el dormitorio—. ¿Te duele? —pregunté al notar que se tocaba la herida.

      —Sí —se quejó tocándose el costado.

      —No te toques —me acerqué—. Espera, te lo miraré de nuevo.

      Se levantó la camiseta y tenía la herida tapada, pero algunas manchas de sangre traspasaban las gasas. Bajé a buscar más desinfectante al botiquín del pub.

      —¿Cómo está? —preguntó John mientras ponía una pinta.

      —Mejor. Voy a curarlo otra vez. Parece ser que hay un punto que sangra más de lo debido.

      —Esto está a tope, no sé cuándo podré subir. —Resopló mientras cogía otro vaso.

      —No te preocupes, está controlado. Se levantó para ir al baño y por lo visto le duele menos.

      —Parece que las inyecciones de Kathy le han hecho efecto. Luego le pondré otra.

      —Si hay alguna novedad, yo te aviso —añadí abriendo la puerta que daba al recibidor.

      —Maureen —me llamó y paré en seco—. Gracias, y perdona.

      —¿Perdona por qué?

      —Por obligarte a meterte en este lío.

      —Ya te dije que ya hablaríamos en otro momento de esto.

      Y cerré la puerta. No quería que John supiera lo que había pasado con Aidan en el desván minutos antes. Una cosa era que me obligara a cuidarlo y otra que se enterara de que me había besado con él. Lo conocía bien y conmigo a veces podía resultar demasiado protector.

      Cuando entré, Aidan seguía mirando la película del ordenador. Me contempló y se subió la camiseta.

      —John dice que después subirá a ponerte otra inyección.

      —Voy a parecer un colador, con tanto pinchazo —se fastidió.

      —No seas tonto, sabes que gracias a las inyecciones estás mejor.

      Con cuidado, le retiré el esparadrapo del costado.

      —¿No dirá nada tu novio por pasar tanto rato conmigo? —preguntó con picardía—. Quizá se ponga celoso.

      —Mi novio no puede decir nada.

      Lo miré.

      —¿Por qué?

      —Pues por la sencilla razón de que no tengo —contesté restándole importancia y cogiendo la gasa.

      —Entonces, ¿quién es el chico con pelo de panocha que va contigo siempre?

      —¿Y tú cómo sabes que yo siempre voy con un chico con pelo de panocha? —me sorprendió—. Yo nunca te había visto.

      —No me has contestado a mi pregunta.

      —Y tú tampoco a la mía.

      —Yo pregunté primero.

      —Está bien. El chico de pelo panocha, como tú dices, se llama Dylan. Y no es mi novio, es mi mejor amigo, y tampoco soy su tipo. Digamos que tú serías su tipo antes que yo. —Lo miré por encima de mis pestañas.

      —Oh…

      —Sí. Ahora, contesta tú. ¿Cómo sabes que yo siempre voy con Dylan?

      —Digamos que no es la primera vez que te he visto. ¡Ah! —Se quejó al notar el escozor por el desinfectante.

      Paré y lo miré.

      —¿Dónde me has visto antes?

      —Cada día pasas por delante de mi casa para ir al instituto —contestó sin dar importancia a la pregunta y fijando su mirada en controlar cómo le curaba la herida—. ¿Por qué paras? —preguntó al comprobar que me había detenido y lo miraba a la cara.

      —Yo nunca te he visto. —Reanudé mi tarea.

      —Será porque nunca miras a las ventanas cuando caminas.

      —¿Dónde vives?

      —Preguntas demasiado —me soltó tajante.

      —Está bien. —Me detuve—. Pregunto demasiado, me preocupo demasiado y seguramente estarás de mi compañía demasiado harto. Pues tampoco es un alivio estar contigo todo el rato, que lo sepas. —Me levanté—. Estoy aquí obligada por mi hermano, pero búscate otra enfermera. Renuncio.

      —Espera.

      Me cogió del brazo y me atrajo a él, de tal manera que caí al borde de la cama, con mis ojos fijos en los suyos.

      —No te vayas.

      —¿Para qué quieres que me quede? Te comportas de una manera que parece que mi compañía te molesta. Pues no te preocupes, me voy y ya está. Estaré en el dormitorio de enfrente.

      Intenté levantarme, pero no me dejó y volvió a atraerme hacia él para besarme.

      No comprendía cómo una persona tan ruda podía cambiar de manera drástica en cuestión de segundos.

      Sentí aquel beso, pero de una manera que me asustó. Sin darme cuenta, me vi tumbada en la cama junto a él. Me gustaba, y mucho, pero sabía que aquello no estaba bien y mi hermano podía llegar en cualquier momento.

      —Aidan —le susurré en la boca—. John…

      —Calla —me cortó y siguió jugando con su lengua dentro de mi boca.

      Algo no iba bien. Mi respiración comenzó a agitarse, un calor hacía que la sangre me hirviera y unos leves gemidos salían de mi boca. Me sentía incómoda, pero a la vez me gustaba. Comencé a moverme a causa del gran cosquilleo que estaba sintiendo. Aquello no tenía pinta de querer terminar, por parte de ninguno de los dos. Hasta que se oyeron pasos en la escalera. En aquel momento agradecí que los escalones fueran de madera.

      —Alguien sube. —Me separé de golpe, salté de la cama y corrí a la silla.

      De repente sentí vergüenza. No me atreví a mirarlo a la cara. Era como si lo que acabábamos de hacer, no estuviera bien. Aidan

Скачать книгу