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que contarte algo.

      —¿Y crees que va a interesarme?

      —Sí…

      —¡Oh, vamos! Tengo todo lo que quiero, no puedes darme nada más.

      —Te equivocas. Escucha bien el apellido que voy a decirte y no lo olvides nunca: Hagarty.

      Me quedé pensativa durante unos instantes.

      —¿Qué es esto, un acertijo? —ironicé.

      —No. Son las personas con las que debes acabar si quieres ocupar el sitio que tanto deseas dentro de…, ya sabes de dónde.

      —Conozco a los Hagarty, o por lo menos a uno de ellos.

      El teléfono, siempre había que tener cuidado con el maldito teléfono.

      —Lo que te cuente ahora no lo hables con nadie. Cuando acabemos, tira el teléfono y rompe la tarjeta SIM. Y, sobre todo, apunta esta dirección, estoy seguro de que te es familiar.

      Hice lo que me dijo bajo la atenta mirada de Frank, que no me quitaba los ojos de encima. La apunté y recordé el viejo pub que había en esa zona. Al terminar de hablar con mi abuelo, continúe con mi tarea, no sin antes deshacerme del dichoso teléfono. Arranqué el coche y me dirigí al sitio al que tenía pendiente de ir, el mismo que tras la conversación con mi abuelo se me hizo más interesante.

      Entré dentro de un pub detrás de la muchacha pelirroja, y en ese mismo momento escuché su nombre: Maureen. Me senté en una de las mesas, apartada de todo el mundo, pasando desapercibida de cualquier mirada, hasta que lo vi. Afiné todos mis sentidos y escuché la conversación que tenían. Acababan de aceptarla en la Escuela Naval, bien… Sabía que me serviría de mucha ayuda y más después de lo que mi abuelo me había contado por teléfono en su extensa llamada.

      Sin olvidarme de mis planes, me acerqué a la barra. John se giró y al verme se quedó paralizado.

      —¿Qué haces aquí?

      —¿Así recibes a todos tus clientes? —Arqueé una ceja.

      —Así recibo a quienes no son bienvenidos —espetó con rabia.

      —Oh, y yo estoy dentro de ese club, ¿me equivoco?

      Arrugó su entrecejo.

      —Vamos, John, lo pasábamos bien…

      Me incliné para ponerme cerca de su rostro. Al ver que varias de las personas que estaban allí nos observaban, se retiró con disimulo.

      —Vete de aquí.

      —Ya veo que sigues siendo el mismo amargado de siempre. Gracias a mi aprendiste muchas cosas, no sé si es que no lo recuerdas…

      —Y gracias a ti, también deseé más de una vez no haber nacido por meterme dentro de ese mundo.

      Sonreí. Me encantaba salirme con la mía. De hecho, creo que siempre lo conseguía.

      —Y tú solito te saliste. ¿Dónde está tu amigo Aidan?

      —Ya basta, Taragh… —Parecía rendido.

      —¿Perdona? —Alcé una ceja.

      —Creo que esta vez os habéis pasado más de la cuenta.

      —¿Y me lo vas a decir tú? ¿Acaso quieres acabar como él, ¿o peor? —Mi tono empezó a elevarse.

      —No grites.

      Coloqué un mechón de pelo detrás de mi oreja y lo miré por encima del hombro. De reojo vi pasar a la chica con la que iba Aidan y la curiosidad me pudo.

      —¿Quién es la pelirroja? —pregunté con picardía.

      Miró hacia su derecha y, cuando la identificó, su semblante cambió por completo.

      —A mi hermana ni te acerques —me advirtió en un susurro.

      Sonreí como una auténtica tirana, me levanté de mi taburete y me dirigí a mi coche. Tenía muchas cosas en las que pensar, tenía muchos planes que preparar y, sobre todo, debía de acabar con mi enemigo lo antes posible.

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