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a Joe.

      —Nadie —contestó él con simpleza.

      —Entonces puedes irte a la mierda —sonrió Ashton—. Esperaré a que tu padre llegue aquí. No abusarás de Alice solo porque te pone caliente, Joe, no seas enfermo —expresó con brusquedad. Además, era envidiable lo tranquilo que era Ashton para mandar a la mierda a una persona.

      Joe lo observó irritado y salió de la habitación dando un fuerte portazo.

      —Gracias —murmuré apenas.

      Él no me dijo nada, solo lo vi sentarse en la silla golpeando con la punta de su dedo índice la mesa de madera que había en la habitación. Mi corazón todavía latía con fuerza y se encontraba destrozado, pero ahora comenzaba a preocuparme por mi integridad física.

      —Alice —escuché desde la puerta.

      Mi mirada subió hasta chocar con los ojos de Marcus Denovan, quien venía acompañado por dos sujetos.

      —¿Qué me harás? —pregunté con audacia. Ashton me miraba queriéndome asesinar, molesto y tratando de decirme con su mirada que me quedara callada.

      —Quítate la camiseta —me ordenó uno de los tipos.

      Lo miré en silencio, pensando en que no hablaba en serio.

      —¡Quítatela! —gritó Marcus. Me sobresalté de inmediato.

      Me quité la camiseta y el frío de la habitación consiguió que mis vellos se erizaran. Estaba agitada y con un terror que podía palpar con la punta de mis dedos.

      —Y la falda —ordenó Marcus.

      Intenté mantenerme sin lloriquear, aunque mi garganta amenazaba con un nudo kilométrico. Me quité la falda a duras penas, temblorosa y pensando en que lo peor no era morir.

      Miré a Ashton casi rogándole que hiciera algo, pero él se mantenía al margen de lo que estaba sucediendo, aunque no disfrutaba como los demás, pues corría la mirada y se notaba incómodo cada segundo que pasaba.

      —Marcus —habló Ashton. Empuñé mis manos con nerviosismo y lo miré. Su expresión era neutra, pero escondía algo en su mirada—. ¿Qué le harás? Ya basta, estás torturándola por sufrir como cualquier persona. No te comportes como un hijo de puta con ella.

      Marcus levantó su mirada hacia Ashton, con desdén y mal poder. Si las miradas mataran, probablemente Ashton estaría muerto.

      —Cállate, Ashton, y sal del salón —ordenó el hombre.

      - capítulo seis -

      —No, me quedaré aquí —comentó Ashton con un semblante molesto.

      —Te he dicho que salgas —expresó Marcus en un tono bajo, cómplice y amenazante. La mirada del hombre intimidaba a cualquier ser humano, pero Ashton parecía inquebrantable. Aun así, el juego de miradas no duró más de dos segundos y mi compañero de salón se marchó sin antes darme una mirada. Mi corazón se aceleró más de lo que ya estaba, pues tener a Ashton ahí dentro me hacía sentir un poco protegida, ya que no se había comportado de manera imbécil.

      —¿Qué me hará? —me atreví a preguntar.

      Él sonrió con ironía.

      —¿Ahora es cuando me temes? ¿No hace veinte minutos cuando me diste una patada en las bolas?

      —Mataste a mi mejor amiga —contesté bajando la voz y no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas.

      —Ella se portó mal, como tú —expresó, luego se removió mirándome—, pero a ti no te mataré, claro —sonrió divertido. La situación de tener una persona débil frente a él le divertía sobremanera y yo no podía siquiera llegar a entender cómo tanta maldad podía poseerla un ser humano.

      Guardé silencio y solo me quedé mirándolo, intentando ignorar el hecho de que me encontraba en ropa interior frente a tres tipos que no conocía.

      Marcus Denovan continuó inspeccionando mi cuerpo, luego le dio una mirada a cada tipo con los que andaba y lo oí decir: «Ya saben qué hacer». El tono que había usado era frío y benévolo. No me miró más, simplemente volteó con simpleza, abrió la puerta y se marchó. Escuché la voz de mi compañero de salón afuera, pero no pude concentrarme en lo que decía porque tenía a dos tipos frente a mí observándome como si fuese un animal encerrado en una jaula en el zoológico.

      Uno de los sujetos se acercó a mí con un temple sonriente, lo que me causó asco e incomodidad. Sus expresiones morbosas me ponían los vellos de punta, y cuando uno puso sus manos en mi espalda baja haciendo contacto con mi piel, comencé a llorar. Sabía que, si decía algo o trataba de defenderme, probablemente, iban a golpearme hasta dejarme inconsciente y nadie, absolutamente nadie, entraría a rescatarme.

      El mismo tipo acercó su nariz hasta mi cuello y comencé a sentir la desesperación dentro de mi pecho. Tenía miedo, asco y lo único en lo que podía pensar era en que no saldría viva de ese momento.

      Se turnaron para acercarse a mí. No dudaron demasiado en tocarme y, cuando lo hicieron, mi primera reacción fue salir disparada hacia atrás, pero mi cuerpo rápidamente chocó con el muro.

      —Suéltame —le dije a uno de ellos cuando me tomó casi del trasero, pero como no escuchó, intenté golpearlo, pero él fue más rápido y fuerte—. ¡Suéltame! —grité.

      Me tomó de ambos brazos y los sostuvo en mi espalda, luego, con la ayuda de su amigo, me amarró las muñecas. Intenté darle patadas a uno de ellos cuando comenzó a acercar su boca a mi cuello y a apretarme con fuerza los muslos. Sin embargo, mis golpes no funcionaban demasiado, pues ellos tenían más fuerza.

      No podía dejar de pensar que en cientos de ocasiones mi madre me había dicho que, si algo me ocurría en la calle, como un asalto, entregara todo. Pero también había dicho que, si intentaban hacerme algo más, que gritara, golpeara, rasguñara o mordiera, pues no podía hacerles fácil jugar conmigo y luego asesinarme. Debía luchar hasta el último minuto. Comencé a golpear con fuerza, tanta, que ambos tenían que sostenerme para que los dejara en paz.

      —¡Basta! —me gritó uno de ellos apretando su cuerpo al mío, luego bajó sus manos hasta tocarme los muslos.

      —¡Déjame tranquila! —grité estallando en llanto. Por supuesto no me dejaron e intentaron desabrochar mi sujetador, pero en un intento de defensa, apoyé mi rostro en su hombro y lo mordí con tanta fuerza que su propia sangre se quedó en mi boca. Él se agachó maldiciendo y cuando lo hice lo golpeé para desequilibrarlo.

      —¡Maldición! —estalló con fuerza—. ¡Eres una estúpida!

      El otro tipo, que se mantenía al margen del conflicto, se incorporó a observarme como si hubiese puesto bencina en las llamas de su cabeza y articuló:

      —Te has metido en problemas y sigues haciéndolo.

      Empuñó su mano y me golpeó en la cara con fuerza dejándome tirada en el suelo. Mi rostro ardía, podía sentirlo, pero aun así intenté levantarme para continuar defendiéndome. Comenzaron a desquitarse conmigo, ambos. Me proporcionaron golpes en el estómago dejándome sin respiración por varios segundos. Luego me pusieron de pie y me utilizaron prácticamente como un saco de boxeo y, aunque me encontraba casi inconsciente en el suelo, no se detenían. La vista comenzaba a pesarme y comenzaba a ver todo de un borroso oscuro y solo podía pensar en que prefería que estuvieran golpeándome que violándome. Sin embargo, se detuvieron de pronto cuando la puerta se abrió.

      —¡¿Qué mierda les pasa?! —escuché un grito. ¿Ashton?

      —Estamos trabajando —respondió uno de ellos.

      —Muevan sus traseros fuera del salón. ¡Son unos idiotas! ¡No les dijeron «mátenla a golpes»! —gritó con molestia. Luego escuché un par de insultos y golpes,

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