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ejemplo.

      El periodismo cultural, tanto como el periodismo científico aún tienen sus mejores días por llegar en el contexto latinoamericano. Existe una brecha gigante y creciente entre la punta del conocimiento y la base de la sociedad en los países de América Latina. Esa brecha puede ser llenada, entre otros canales, por un periodismo inteligente y de investigación interesado por lo mejor de las artes, las ciencias y la filosofía. Pues bien, mientras llegan esos días, los artículos que tenemos en este libro pretenden llenar ese vacío. Y eso, sin que seamos periodistas o comunicadores sociales ni mucho menos.

      Dicho de manera global, nuestra época está haciendo el ingreso a la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento y la sociedad de redes (tres modos diferentes de llamar a una misma dinámica). Por consiguiente, nos merecemos todos, mucha más y mejor información, mucha más y mejor ciencia, mucha más y mejor investigación. Tengo la firme convicción de que si nos encontramos, como se ha dicho repetidamente, en un cuello de botella civilizacional, la salida de este cuello de botella será posible gracias a la enorme vitalidad que existe, “allá abajo”, en la ciencia y en la investigación en general.

      De suerte que los textos que componen este libro no son, propiamente, trabajos de periodismo científico. Simple y llanamente son ensayos, ese género libre y abierto que sirve, por así decirlo, como preparación para textos de calibre mayor.

      El libro conforma una sola unidad. Siempre creí en la posibilidad de hacer una compilación de estos artículos para ser publicados como libro. Pero es solo hasta ahora cuando surge esta posibilidad. Y si bien cada artículo constituye una unidad propia, el conjunto, de más de 160 textos, sí constituyen la unidad de un mismo espíritu. Se trata de la unidad que pone de manifiesto, a plena luz del día, la complejidad del mundo actual, la complejidad del conocimiento, en fin, la complejidad misma de la vida. Ese es el hilo conductor de todos y cada uno de los artículos: pensar la vida y hacerla posible y cada vez tan posible como quepa imaginarlo. Si Maturana y Varela ponen, entre otros, de manifiesto que la vida y el conocimiento son una sola y misma cosa, es porque lo más grande que pueden hacer los sistemas vivos es al mismo tiempo lo más difícil y riesgoso que llevan a cabo: conocer, esto es, explorar los espacios, crear nuevos ámbitos, transformar el mundo en provecho propio y, al cabo, reducir y mantener baja la entropía.

      Los artículos aquí compilados fueron en su momento avalados por numerosos lectores, y si menciono la referencia es para hacerle a esos mismos lectores y muchos otros, un cumplido. Y ese cumplido es este libro. Un esfuerzo sincero, un trabajo denodado.

      En el año 2013, un amigo común con Rosenberg, Fernando Estrada, me sugirió empezar a escribir artículos para una revista digital nueva: Palmiguía, editada desde la ciudad de Palmira, en el Departamento de Valle. Desde un comienzo me orienté hacia temas de ciencia, con muchas motivaciones. En el lapso de menos de cinco años presenté y fueron aceptados algo menos de ciento ochenta artículos. Por esta razón debo expresar mis agradecimientos por este libro. En primer lugar, a Rosenberg Bermúdez Fernández, editor de la Revista Palmiguía. Su acogida a una sección de ciencia en una revista es una verdadera extrañeza. Pero la permanencia de esa ventana es una señal de inteligencia. Ulteriormente, en el año 2018, por otras razones que no cabe exponer aquí, Palmiguía debió cerrar sus páginas. Con ello, mi producción continuada y seriada de artículos sufrió una interrupción.

      Asimismo, quiero expresar mis más sinceros agradecimientos a la Universidad El Bosque, que enarbola con todo sentido, el reconocimiento de la vida como el primero y el más absoluto de todos los valores, principios y fenómenos. Que es, queda dicho, el tema de base de este libro. También debo agradecer al editor de la Universidad, profesor Miller Alejandro Gallego por su buena acogida a este libro. En el mundo del conocimiento, la existencia de editores inteligentes, rápidos y conocedores hace a la vida académica y personal más amable.

      Un libro nunca tiene como finalidad a ningún autor, ni siquiera si se trata de un texto de catarsis. Los libros nos lanzan al mundo y esa no es sino la expresión abstracta de que nos lanzan a ese universo, por definición desconocido pero siempre bueno de los lectores. Si el artista se debe al público y el profesor a sus estudiantes, el autor se debe a los lectores, que es donde comienza el diálogo, el ágape, el eros o la filía.

      Como siempre, agradezco a los motivos de mi vida, Lala, Totis y Mona.

       FRONTERAS

       DE LA CIENCIA

      Es un muy acendrado comportamiento. Ya desde que Aristóteles lo estipulara en uno de los varios textos dedicados a la lógica, se convirtió en costumbre y norma pensar con categorías. Incluso alguien como Kant –quien sostenía que desde Aristóteles la lógica no había cambiado nada– piensa en los temas y problemas que le interesan en términos de categorías. Solo que las suyas son distintas.

      Pensar en términos de categorías significa, literalmente, etiquetar el mundo, la realidad, a los otros. Existen muchas maneras de comprender a las categorías, tales como esquemas, tipos o clases.

      El conflicto para ver y comprender el mundo puede ser explicado en términos bastante elementales. Se trata de establecer si vemos lo que conocemos, o bien si conocemos lo que vemos. La inmensa mayoría de los seres humanos solo ve lo que ya conoce. Esto es, reduce lo nuevo que ve a esquemas, conceptos, imágenes y modelos explicativos ya establecidos y experienciados. Son muy pocos, porque es verdaderamente difícil, aquellos que se dan a la tarea de conocer aquello que ven.

      Existe una sutil distinción en inglés, que no aparece como tal en español. Se trata de las distinciones entre tres tipos de categorizaciones: tagging, pigeon-holing, y categorizing. Los tres significan, literalmente, etiquetar. Esto es, comprender y explicar el mundo y la realidad en esquemas, compartimientos, clasificaciones. Que es precisamente aquello en lo que consistía la filosofía aristotélica: un sistema de pensamiento de clasificaciones. Ulteriormente, claro, de jerarquías.

      Si la antropología enseña que cada cultura se comprende a sí misma como el centro del universo, por derivación, cada cultura define al resto del mundo a partir de sus propios esquemas de pensamiento. Al fin y al cabo, el concepto mismo de cultura es conservador, en toda la línea de la palabra. Abogar por la importancia de las culturas es una manera, digamos, de ser un conservador progresista. En el siglo XVI había un mote para esto: el despotismo ilustrado.

      El pensamiento que se funda en, y que trabaja con, categorías es tradicionalmente pasivo con los criterios de autoridad. Finalmente, siempre existe alguna autoridad que determina qué son y qué no son, qué pueden ser y qué no, las cosas. A pesar de que Aristóteles mismo argumentara en contra de los argumentos ad hominem y ad auctoritatem. Que no son los argumentos que se fundan en una autoridad, sino, más exactamente, aquellos argumentos con los que la autoridad está de acuerdo.

      Y autoridades existen muchas y en todos los órdenes. Precisamente por ello es extremadamente difícil pensar contra las categorías. Todo ha terminado por convertirse en un atavismo. Al fin y al cabo el sentido común cree y trabaja con etiquetas, esquemas, tipos y clases de todo orden.

      Stuart Kauffman es un biólogo con un enorme prestigio entre la comunidad científica. E incluso entre la parte más inteligente de la comunidad empresarial. Al fin y al cabo, el prestigio es algo radicalmente diferente a la autoridad. La buena ciencia no trabaja, en absoluto, con principios o criterios de autoridad. Por eso la buena ciencia es escasa y difícil.

      Pues bien, Kauffman acaba de publicar su más reciente libro: Humanity in a Creative Universe (Oxford, 2016). Se trata de uno de esos muy raros libros que

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