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de la final convenciendo a sus jugadores de que ellos tienen una ventaja puesto que conocen tanto los puntos fuertes como los débiles de los húngaros, mientras que estos no han medido bien la verdadera dimensión del equipo alemán.

      Dejando a un lado el tema de la lluvia, lo cierto es que el astuto míster alemán había estudiado muy bien el campeonato, siendo consciente de que la inteligencia, la vía racional, también debía ser un factor clave para alcanzar el triunfo.

      La segunda parte fue una lucha de poder a poder. Los húngaros buscaban la victoria, pero los alemanes achicaban agua como podían. De esa forma fueron pasando los minutos con una selección húngara cada vez más cansada, Puskas estaba tocado por una patada que le dio un alemán en el partido de la primera fase, y los alemanes empezando a pasar su rodillo por el encharcado césped del Wankdorfstadion.

      El desenlace que había intentado planear Tío Sepp, el míster alemán, se materializó en el minuto 84, cuando Rahn recogió en la frontal un rechace de cabeza de la defensa húngara batiendo a Gyula Grosics de potente zurdazo.

      Ahí fue cuando se desató la locura para los alemanes. Fue un momento muy especial para un país que aún sufría la secuelas que la segunda guerra mundial había dejado en sus tierras y en los corazones de sus gentes. Aquel triunfo en la final de Berna contribuyó a reconciliarlos consigo mismos y a afrontar el futuro con renovada ilusión.

      Ese partido ha permanecido y permanece aún en la memoria colectiva de todos los alemanes y a buen seguro es el título mundial que recuerdan con más cariño.

      Así se fraguó El milagro de Berna. Un triunfo conquistado mediante la zona de confluencia futbolística que ya muchos siglos antes Tomás de Aquino estableció para la filosofía: la colaboración de la fe con la razón.

      6

      Dice la tradición que la filosofía es un invento de los griegos. En cierto modo la ciencia también lo es; y es que tanto la filosofía como la ciencia surgieron en Grecia de la mano, cuando aquellos intrépidos habitantes de la Hélade empezaron a preguntarse por las cuestiones fundamentales, es decir, esas cuestiones últimas en las que nos va todo a los seres humanos.

      Su hazaña fundamental fue eso de lo que ya hemos hablado en alguna ocasión y que se conoce como el paso del Mito al Logos. Quizá las preguntas que nos han inquietado a los hombres hayan sido siempre las mismas, pero lo genial de los griegos es que ellos se propusieron abordarlas desde un punto de vista diferente.

      No cabe duda de que no solo desde el campo de la filosofía, sino también desde el ámbito religioso, se han intentado encontrar respuestas a esas mismas preguntas. En ese sentido es interesante establecer una primera línea de separación entre el planteamiento griego y la tradición judeocristiana. Para el mundo griego la idea de Creación, como tal, no existe. Esa es una idea propia de la religión, por ejemplo, de la tradición judeocristiana, que es la que hemos tomado aquí como modelo.

      Decíamos que la idea de Creación es ajena al mundo griego; y lo es porque, según su manera de concebir las cosas, la materia es eterna. Eso significa que siempre ha estado y estará ahí, y que en todo caso lo que se puede hacer con ella es ordenarla. Tal vez pueda aparecer algún dios que será una especie de artesano al modo del demiurgo platónico. Ese demiurgo conseguirá que la materia caótica aparezca ordenada y armónica, pero nunca será un dios creador.

      Por el contrario, para la tradición judeocristiana que hemos opuesto a la griega, Dios sí crea al mundo a partir de la nada y sin contar con una materia preexistente. Esta idea era bastante inconcebible para los helenos y fue uno de los principales temas de discusión cuando ambas tradiciones se enfrentaron y encontraron en la Edad Media, para dar lugar posteriormente a eso que podemos llamar filosofía cristiana.

      Una de estas preguntas sobre la que ambas tradiciones discreparon fue la que se cuestionaba acerca del origen de todo eso que nos rodea, el origen de lo real, del universo. Creo que a partir de ella podremos, haciendo gala de una cierta osadía, adentrarnos en el terreno de juego y buscar futbolistas que encarnen estas dos tradiciones ante el origen de lo real.

      Comencemos por Grecia, por la filosofía propiamente dicha.

      Lo que a los griegos les llamaba la atención es que estaban ante un mundo ordenado, ante un cosmos, no ante un caos y eso les asombraba. Había ante ellos un mundo alucinante, y para aquellos curiosos hombres eso necesitaba ser explicado.

      Fue entonces cuando dieron el paso del mito al logos.

      Pensaron que las preguntas acerca de lo real ya no podían ser respondidas en base a mitos en los que los dioses actuaban de manera caprichosa pelándose por las mujeres, el vino y tal, sino que era necesario que las respuestas tuvieran una base claramente racional.

      Cuando veo a ciertos jugadores en el campo me viene a la cabeza exactamente la misma idea —no lo digo por lo de las mujeres, que también pudiera ser—, sino por algo que puede resumirse con una palabra: orden, logos.

      Y es que para los griegos explicar el asunto de lo real ateniéndose a razones significaba sustituir la idea de arbitrariedad por la de necesidad. De repente las cosas ya no pasaban por capricho divino, sino que había causas lógicas que hacían que se sucedieran de determinadas maneras. Además, eso ocurría con cierta necesidad, es decir, la misma causa era responsable de manera habitual, del mismo efecto. —Vamos, que si el agua se congelaba no era porque a un dios le daba la gana en ese momento, sino porque hacía mucho frío, y siempre que hiciera el mismo frío el agua se congelaría una y otra vez.

      Como decía, pienso que hay jugadores que simbolizan exactamente esto en el terreno de juego. Son el orden, la armonía de un equipo. Cuando ellos faltan parece que el conjunto cae en la arbitrariedad, en el capricho propio o del contrario; es como si ya no tuviera centro alrededor del que girar. La improvisación se adueña de sus filas y las cosas tienden a carecer de sentido.

      Todos los futboleros hemos visto jugadores de ese tipo. Podríamos mencionar muchos aquí, pero prefiero citar los nombres de aquellos que yo he visto jugar y que me parece que responden a este modelo. Estoy pensando en Xavi o en Guardiola, en Fernando Redondo, Stephen Gerrard, Platini, Bernd

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