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–dijo, y abrió la puerta.

      Capítulo Tres

      Por segunda vez aquella noche, Stone se encontró en la balaustrada del primer piso, contemplando a la gente que había en el jardín, aunque en aquella ocasión tenía un cometido. No había perdido de vista a Piper mientras ella se abría camino entre personas a las que conocía de toda la vida. Se detenía, sonreía, hablaba, reía. Actuaba como si lo ocurrido en aquella última media hora no hubiese sucedido.

      Era increíble lo contenida que podía mostrarse cuando a él le costaba lo indecible no estrellar el puño contra la pared que tenía detrás.

      –¿Ha ido tan mal como esperabas?

      Gray Lockwood se le acercó y apoyó las manos en la balaustrada para mirar también a la gente del jardín.

      –Peor.

      Gray se rio con cierta ironía.

      –Ya. Qué me vas a contar. A ti por lo menos tu familia te ha montado una fiesta. La mía no quiere saber nada de mí.

      –Qué mierda, tío.

      Gray, Finn y él se habían conocido en la cárcel, y tras unos momentos iniciales algo turbulentos, habían llegado a ser más que amigos. Eran hermanos, y se habían pasado los últimos años cuidándose las espaldas. Gray había sido puesto en libertad el primero, once meses atrás, después de cumplir sentencia por sustraer cuarenta millones de dólares de la empresa de su familia, lo cual no dejaba de ser gracioso porque, incluso después de devolverles veinte de los millones que él juraba no haberles quitado, le quedaba dinero suficiente para comprar varios países.

      –Así son las cosas –contestó, encogiéndose de hombros–. Estoy en paz con ello.

      Pero aún se percibía una amargura en su tono de voz que no lograba ocultar del todo.

      –Ya verás como todo mejora –añadió.

      –Eso espero, porque si todos los días van a ser como este, creo que prefiero que vuelvan a encerrarme.

      –Tonterías –contestó, volviéndose de espaldas a la balaustrada.

      –Sí, tienes razón.

      –¿Me vas a decir quién es esa preciosidad del vestido ajustado?

      Sabía exactamente de quién estaba hablando, pero prefirió hacerse el tonto.

      –Hay muchas mujeres guapas ahí abajo. Tienes que ser más concreto.

      –Es posible, pero solo hay una a la que llevas un rato mirando como si fuera el conejo de un mago y pudiera desaparecer en cualquier momento.

      –¿De dónde te sacas eso?

      –No intentes distraerme, que no te va a servir.

      –No es importante.

      –Entonces, no te importaría que bajase y la invitara a cenar, ¿no?

      No había modo de explicar la ira posesiva que lo sepultó.

      –Está fuera de tu alcance, Gray.

      –Ya. Me lo imaginaba. A ver si lo adivino. ¿Piper?

      Podía mentir, pero no le serviría de nada.

      –Sí.

      –¿Es ella la culpable de la mezcla de ira, irritación y abandono que tienes en la cara?

      Demonios… Estaba convencido de llevar puesta la máscara, pero al parecer, se equivocaba. O igual Gray lo conocía tan bien que podía ver más allá.

      –Acertaste.

      –Imagino que eso significa que vuestro encuentro no ha ido bien.

      –Digamos que terminó con ella cabreada y saliendo como un huracán de la habitación.

      –¿Pero qué le has dicho, hombre?

      –Nada que no fuera absolutamente necesario.

      Gray movió la cabeza.

      –¿Alguna vez te he dicho que eres un idiota?

      –Últimamente, no.

      –Pues lo eres.

      –Ya no importa. Mi plan era dejarla en paz, pero ahora eso ya no es una opción.

      –¿Por qué?

      –Porque es demasiado terca para darse cuenta de que se está poniendo en peligro.

      –Eres consciente de que no es tu responsabilidad, ¿verdad? No tienes por qué pelearte con cada dragón que aparezca en su vida, tío. Es demasiado guapa para estar sola, así que deja que sea quien ocupe su cama el que se preocupe del problema.

      Stone se sorprendió tanto como Gray al encontrarse agarrando a su amigo por las solapas.

      –No vuelvas a hacer comentarios de ese tipo sobre ella.

      Gray alzó las manos en señal de rendición.

      –Mensaje recibido, tío.

      Dios bendito, ¿qué narices le pasaba? No había vuelto a estar tan irascible desde el primer año de cárcel. Después, había aprendido a controlar sus respuestas y acciones pero, imaginarse a Piper en la cama con otro…

      El cerebro se le había cortocircuitado porque quería ser él quien durmiera a su lado, y eso no podía ser. No lo merecía.

      –Perdona –se disculpó.

      –Ha sido culpa mía. Además, lo he hecho a propósito.

      –¿Porque eres imbécil?

      –Porque soy tu amigo y estoy preocupado por ti. Pero ¿por qué no dejamos la conversación trascendental para otro momento y nos centramos en lo que ha cambiado a tu chica?

      –No es mi chica.

      –Claro, claro.

      Stone suspiró.

      –Al parecer los medios también han venido persiguiéndola a ella.

      –No me sorprende.

      –¿Ah, no? Pues yo no me lo esperaba. Cuando pasó la dejaron en paz.

      –Están intentando encontrar algo nuevo, Stone. Pero tú sabes cómo detenerlo.

      –No pienso hacerlo, tío.

      Gray se encogió de hombros.

      –Sí, ya lo sé, pero no sería tu amigo si no te lo dijera. Una vez más.

      –Bueno, ¿qué quieres que haga? –se ofreció Gray.

      –¿Quién dice que quiero que hagas algo?

      –Porque te conozco, colega, y no sabes dejar pasar las cosas. Es una de tus mejores cualidades y tu mayor defecto.

      Stone se sonrió. Su amigo tenía razón.

      –Quiero saber más de la periodista que ha escrito a Piper. No me gusta que esté tan expuesta. No se preocupa de protegerse.

      Gray miró hacia abajo, pero a Stone no le hacía falta seguir la dirección de su mirada para saber que buscaba a Piper.

      –No sé, tío. A mí me parece que es muy capaz de cuidarse sola.

      Quizás, pero la costumbre era difícil de erradicar.

      –Información, eso es todo. Tú, mejor que la mayoría, sabes lo valiosa que puede ser.

      Gray asintió con un sonido sin palabras.

      –Y ahora ya tienes un objetivo, que por lo que veo te atrae más que meterse en las oficinas ejecutivas de Anderson Steel.

      El problema con tener amigos que lo sabían todo de uno era que no dudaban en usar esa información en el momento más inoportuno.

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