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leerla.

      No estaba convencida de que el paso que estaba valorando dar fuese el mejor, pero es que no se le ocurría nada más, así que marcó el número y concertó una cita. Estaba colgando cuando oyó jaleo en el vestíbulo.

      Una puerta se cerró con fuerza.

      –No puede entrar aquí como…

      Era Lizzi. La puerta de su despacho se abrió y rebotó contra la pared contraria antes de volver a chocar contra el hombro de Stone.

      –Lo siento, Piper –se disculpó Elizabeth asomándose por encima de su hombro–. He intentado detenerlo.

      –No pasa nada –sí que pasaba, pero no era culpa suya–. He terminado de llamar a los pacientes. Por favor, dile a todo el mundo que si no tienen nada urgente, se tomen el resto del día libre. Esperemos que mañana se haya calmado todo.

      –Yo no contaría con ello –espetó Stone entre dientes.

      Piper decidió ignorarlo.

      –Gracias por toda la ayuda que me has prestado hoy. A última hora me pondré en contacto con todos para haceros saber cómo nos organizamos mañana.

      –¿Estás segura de que no puedo hacer nada más por ti? –preguntó Elizabeth, y miró de arriba abajo a Stone antes de volver a dirigir una mirada significativa a Piper.

      Habían trabajado juntas mucho tiempo y habían desarrollado un lenguaje sin palabras, de modo que Piper sabía exactamente que Lizzy le estaba preguntando si quería quedarse a solas con Stone.

      Si fuera lista, la respuesta sería no, pero no por lo que Elizabeth podía imaginar.

      –No, estoy bien. Te lo prometo.

      –Si estás segura… –se encogió de hombros.

      En cuanto se cerró la puerta y los dos se quedaron solos, deseó poder cambiar de opinión, pero ya no podía. No iba a hacerlo.

      Con un gesto de la mano, lo invitó a sentarse en uno de los sillones que utilizaba para las sesiones. Quizás debería tratar aquello –y a él– como a cualquier otra persona a la que intentase ayudar.

      Stone frunció el ceño, pero acabó sentándose.

      –Lo siento –dijo en un tono duro.

      –No, no lo sientes.

      Él ladeó la cabeza y la estudió unos segundos antes de contestar.

      –Tienes razón. No lo siento.

      –Antes nunca me habías mentido. No sé por qué has tenido que empezar ahora.

      Eso podía decirlo con total certeza: siempre se habían dicho la verdad aunque, obviamente, había cosas que entonces y ahora decidían evitar. Y, por primera vez, empezó a preguntarse qué se habría guardado él.

      –¿Qué haces aquí, Stone?

      –Morgan llamó a mi padre para decirle lo de los periodistas que tenías delante de la consulta.

      –Y se te ocurrió que el mejor modo de mantener a raya las habladurías era aparecer aquí, ¿no?

      –He entrado por la puerta de atrás –explicó, incrédulo.

      –Ah, claro. Porque nunca se les ocurriría estarla vigilando.

      –He tenido cuidado, Piper. Estoy acostumbrado a cuidarme las espaldas y a no perder de vista lo que me rodea.

      Dios bendito…

      –Cada vez que dices cosas así, me siento más culpable.

      –No es mi intención.

      –Soy consciente de ello, lo que lo empeora todavía más.

      –Esa no es la razón por la que estoy aquí.

      –Obviamente. ¿Cómo vas a salvarme esta vez?

      Apenas había pronunciado las palabras cuando deseó no haberlo hecho. Parecían engreídas y desagradecidas, lo que no podía estar más lejos de la realidad.

      –No tengo ni idea.

      Tardó un momento en registrar lo que le había oído decir.

      –¿Perdón?

      –Ya me has oído.

      –Sí, pero estaba segura de haberte entendido mal. Si no, ¿para qué ibas a venir hasta aquí, arriesgándote a ser visto y a empeorar las cosas? En serio, Stone, ¿es que el tiempo que has pasado en la cárcel te ha secado la inteligencia? Porque esa es la cosa más estúpida que te he oído decir.

      Recostándose en la silla, se tapó la cara con las manos durante unos segundos hasta que rompió a reír.

      Su sonido, profundo y rico, hizo que la piel se le erizara y que partes de su anatomía en las que no quería pensar en aquel momento temblasen.

      –Sí, seguramente no ha sido el movimiento más inteligente de mi vida.

      ¿Por qué hacerlo, entonces? En realidad, no quería preguntárselo, seguramente porque no estaba preparada para oír la respuesta.

      Stone permaneció mirándola con una expresión tan… seria. Tan directa. Piper estaba sintiendo su mirada en el centro de las tripas, y una energía inquieta, incómoda y no deseada comenzó a crepitar bajo su piel.

      Necesitaba moverse, así que se levantó y dio un par de pasos.

      –Bueno, pues gracias por haberte pasado.

      Pero no llegó lejos porque Stone se levantó y la sujetó por el brazo.

      –Piper.

      Con eso bastó. Con oírle decir su nombre. Pero detrás percibió mucho más: frustración, negación, deseo.

      Igual era ella la que estaba proyectando sus sentimientos.

      –¿Qué? –contestó, tirando de su brazo, intentando alejarse de aquellas sensaciones tan peligrosas. Pero él no la soltó, sino que se acercó más.

      Había estado tan cerca como en aquel momento más veces de las que podía contar. De niños, dormían en la misma habitación. Muchas noches de verano buscaban un pedazo de hierba en la propiedad de su padrastro y se tumbaban, ella con la cabeza apoyada en su regazo, mientras competían por ver quién se sabía todos los nombres de las constelaciones. Incluso siendo ya adolescentes, antes de que las cosas cambiasen, se tocaban constantemente. Inocente intercambio.

      Nada en aquel momento le pareció inocente, al menos a ella.

      Por eso necesitaba sacar a Stone de allí, antes de hacer o decir algo inconveniente.

      –¿Qué vas a hacer? –preguntó él.

      Su calor le llegaba al costado y deliberadamente no se dio la vuelta hacia él, negándose a rendirse a aquella necesidad que se negaba a desaparecer.

      –Piper…

      –¿Qué?

      –¿Qué vas a hacer?

      –¿Sobre qué?

      –Los periodistas que tienes acampados ante tu puerta.

      Ah, ya. Eso.

      –Bueno, un par de hombres de seguridad de mi padre están al llegar y ellos se encargarán de despejar la acera. Otra vez.

      –Eso va a ser una solución temporal.

      –Cierto. Por eso he contactado con una periodista local y le he concedido una entrevista en exclusiva.

      –¿Que has hecho qué?

      Había algo en su tono de voz que la hizo mirarlo. La ira brilló en sus ojos, que le recordaron aquella piedra de ojo de tigre que había comprado en un viaje al museo de historia natural siendo niña. La había escogido porque le recordaban a sus ojos, mezcla de marrón y dorado, en un patrón que la hipnotizaba.

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